CAPÍTULO 22. EL ESCAPE DE ICA

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   Anna fue la primera en empezar a remover los libros para salir de su escondite.

Ica, al escuchar la actividad en el librero de junto se apresuró también a ganar la salida.

Al unísono asomaron la cabeza caminando a gatas y cuando Anna volteó y se encontró con el rostro de Ica, su juguetón sentido del humor le hizo saludarla de muy peculiar manera.

- Miau –dijo Anna y esbozó una sonrisa de oreja a oreja-.

Ica estuvo a punto de soltar una sonora carcajada, pero para no correr el riesgo de que las descubrieran, solo infló las mejillas hasta el límite de su elasticidad.

Penosamente se pusieron de pie apoyando con sus manos piernas y riñones mientras gesticulaban cada avance hacia la vertical.

Sin alcanzar a erguirse totalmente y caminando como el campanero de Notre Dame, se acercaron con lentitud al elevador.

Anna sacó el gafete de Marina de una de las bolsas laterales de su chamarra deportiva y lo deslizó por el lector electrónico.

Cuando llegaron al sótano ya se veían bastante recuperadas pero aún sus movimientos eran lentos.

De repente de forma casi milagrosa las dos se empezaron a mover con agilidad y trotando con ligereza salieron por la rampa del estacionamiento.

Dos minutos después ya sobre la amplia banqueta de la Avenida del Paseo de la Reforma, Anna rompió el silencio.

- Ica, lo está usted haciendo muy bien, se ve de maravilla, nadie diría que estuvo acostada en el suelo casi diez horas.

- Tal vez, pero si no detienes un taxi de inmediato me voy a arrojar al piso para llorar.

Para su buena fortuna un taxi sin pasajeros se aproximó y ni tardas ni perezosas lo abordaron para desparramar sus humanidades en el asiento trasero.

- ¿A dónde las llevo? – Preguntó el taxista-

Ica se adelantó a contestar.

- Por favor siga por esta avenida, tenemos que hacer unas llamadas y...

¿Qué estoy diciendo? si ni teléfono tengo.

Por favor llévenos a un lugar en donde podamos comprar un teléfono móvil activado.

- Aquí cerca está la oficina de teléfonos, pero abren hasta las nueve de la mañana.

- Cierto, aun es muy temprano, entonces llévenos fuera de esta avenida, a donde podamos desayunar y usted pueda estacionarse para esperarnos.

- Pues en Polanco atrás de los hoteles que están frente al Auditorio Nacional hay varios restoranes buenos y algunos sirven desayunos.

- Está bien, llévenos ahí.

Al escuchar hablar de comida el estómago de Anna despertó a la realidad del prolongado ayuno, haciéndola asentir con la cabeza aprobando la decisión.

Tras el desayuno en que Ica se deleitó con unos huevos a la mexicana y Anna evidenció la voracidad propia de su edad, fueron conducidas a la tienda de teléfonos sugerida por el taxista.

Para entonces Carlos ya había conseguido el acceso a las cámaras de vigilancia de la ciudad.

Su intención era revisar todo lo captado a partir de las tres de la tarde del día anterior, por las cámaras que estaban sobre los carriles centrales del Paseo de la Reforma, justo frente al edificio que ocupaban sus oficinas.

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