CAP. 1. ALEMÁN

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Desperté escuchando el sonido de un tren, mi cuerpo levitando y volviendo a chocar contra el suelo cada ciertos milisegundos y mi pierna ardiendo como jamás pensé que lo haría. 

Abrí los ojos y busqué por ese amplio vagón a la única mujer que quería ver para siempre. No la encontré. Eso solo provocó miedo en mi persona y un dolor todavía más grande en mi pecho al recordar todo lo que nos había pasado. 

Había mucha gente a mi alrededor, todos hombres, algunos durmiendo todavía y otros con su vista fija en puntos perdidos a nuestro alrededor. 

Las lágrimas se podían ver reflejadas en las mejillas de algunos mientras que en otros se veía algo mucho peor. Se podía ver el miedo y la desesperación. La desesperación por descubrir qué sería de nuestro futuro e intentar adivinar el motivo por el que no nos habían asesinado ya. 

El tren paró en seco y todos nos chocamos entre nosotros buscando un soporte donde agarrarnos para no caer y hacernos todavía más daño, pues la gran mayoría estaba herida. 

Las puertas de ese vagón se abrieron por los dos lados y varios guardias comenzaron a dar órdenes para sacarnos de ahí de una manera lenta, colocando cadenas por nuestros brazos y piernas. 

El frío del metal impactó con mi piel de una manera brusca, haciéndome bajar la cabeza por primera vez para ver el corte en mi pantalón roto y la sangre seca todavía presente. 

Íbamos todos en fila, pisando los talones de la persona a nuestro frente mientras sentíamos como nos los pisaban a nosotros, sin siquiera pensar en detenernos por la cantidad de hombres que nos apuntaban amenazando con soltar el plomo en nuestros organismos. De hecho, uno cometió el error de parar y la bala perforó su cráneo a una velocidad que fue difícil de prevenir. 

El cielo estaba gris, similar a lo que estaba acostumbrado pero con mucha más diferencia a lo que me quería hacer creer. Estaba en Inglaterra, seguramente Londres debido al clima húmedo que nos abrazaba y las gotas débiles pero caladoras que caían por nuestros cuerpos moribundos. 

Mi pierna ardía más de lo que quería asumir, me costaba andar y los tirones de las cadenas ciñéndose a mi piel no eran más que castigos cada vez más fuertes para todos los que estábamos pasando por eso. 

Salimos de esa gran estación destrozada por las bombas que habían impactado contra ella los Alemanes, la tela gris y rota pegándose a nuestro cuerpo debido a la lluvia que nos invadía y los chillidos de la gente al intuir nuestro destino perforando nuestra mente. 

Nos separaron por grupos todavía encadenados y los guardias nos hicieron subir a grandes furgonetas sin techo en la parte trasera, todos sentados en el frío suelo de nuevo. 

Bajé mi cabeza intentando retener las lágrimas en mis ojos; tenía ganas de vomitar y sin esforzarme demasiado, podía notar la bilis cada segundo más cerca de mi boca. 

Me pegaron un leve codazo en las costillas y mi vista se desvió al causante encontrándome con un hombre más o menos de mi edad, su piel demasiado blanca y sus ojos oscuros observando a los guardias que nos vigilaban.

—¿Eres alemán?— Susurró casi inentendible.

Negué con mi cabeza y él giró para mirarme a los ojos. Sus facciones estaban perfectamente definidas y su rostro contenía varios hematomas y rasguños que seguían por sus brazos al descubierto. 

—¿Y qué haces aquí? 

Lo pensé por varios segundos y cuando fui a responder algo coherente y recientemente pensado, una bala atravesó el cráneo del hombre que se situaba delante mío, la sangre salpicando mi rostro por completo y un simple alejamiento del ya cadáver por inercia. 

Última Respiración || Larry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora