CAP. 24. MUY, MUY FUERTE

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Cuando una noticia te afecta mucho, tiendes a intentar olvidarla; tal vez tapar ese dolor con entretenimientos y personas que sientas que valgan la pena. Pero, cuando esa noticia es algo fuerte— muy, muy fuerte— las personas tendemos a olvidar nuestra vida, olvidar que tenemos que avanzar y que simplemente llegará un momento en el que todos acabaremos de sufrir, algunos en el cielo y otros en mi futuro hogar; el bendito infierno. Cuando esa noticia muy, muy fuerte llama a tu puerta— o en mi caso chilla detrás de ella— solamente queremos soltar la cuerda que nos ancla a la vida y desaparecer. 

Puede pasar de varias maneras; o bien que la cuerda te suelte a tí— cosa que me habría gustado infinitamente—, que tú mismo sueltes la cuerda o qué esa misma cuerda— razón de tus respiraciones diarias y único anclaje a una vida— desaparezca delante de tus narices y la tengas que dejar marchar. Esa; la última opción fue la que me pasó a mí. 

No puedo decir que me vestí con rapidez; pues no lo hice; al igual que tampoco me preocupé por esconder el semen sobre las sábanas limpias como cada vez que me acostaba con él. Tampoco lo volví a mirar, y no fue porque no me atrevía, sino porque mi mente ya comenzaba a idear una vida tortuosa sin él y estaba seguro que mirarlo tan solo un segundo destrozaría mis ideas mentales tan rápido como las estaba intentando construir. 

Él sí me miró, varias veces, en un doloroso silencio y sintiendo exactamente lo mismo que estaba sintiendo yo. La batalla interna fue dura, quise volver a sus brazos tan rápido como me alejé de ellos, volar con mis manos acariciando su piel y besar su cuerpo entero como él había hecho conmigo. No lo hice, ninguna de esas cosas, y me convencí tanto de que fue para no herirme más que ni siquiera me di cuenta cuando salí de esa habitación a su lado. 

Los guardias que siempre estaban serios, con una formalidad increíble y un porte lejano a ser amistoso, ahora lloraban de emoción, reían y se abrazaban entre ellos celebrando lo que a mí me estaba matando, sin preocuparse por la falta de peldaños en la escalera social y abrazando a Harry también, pasando después a mí. 

Los abracé con sutilidad, sin ser demasiado efusivo y escuchando como los cánticos de ese lugar cada vez eran más fuertes y duraderos. 

La gente realmente estaba feliz, y eso solo conseguía ponerme peor a mí. 

Liam apareció corriendo por uno de los pasillos, su rostro mostrando una felicidad que no era correspondida con la falta de sonrisa en su rostro cuando caminó hacia nosotros con más calma. 

Se situó enfrente de Harry, poniéndose rectos antes de suspirar profundamente, mi mirada cayendo hasta Liam y la sonrisa consoladora que ahora se estaba formando en sus labios. 

Fue entonces cuando el guardia inclinó su cabeza en forma de respeto, por varios segundos incluso en los que los guardias de alrededor se callaron con respeto e imitaron a Liam, Harry levantando su cabeza mientras tragaba con fuerza, mordiendo la cara interna de su mejilla y mirándome a mí con velocidad. 

Lo único que pude hacer fue regalarle una mueca, sin poder hacer nada más por él aún sabiendo lo mucho que me necesitaba y lo que Harry sabía que yo lo necesitaba a él, pero en ese momento no hubo más, solo nuestras miradas conectadas transmitiendo lo que las palabras no podían, incluso cuando los guardias a nuestro alrededor levantaron la cabeza y siguieron festejando. 

—¡Louis!— Escuché de una manera ahogada, girandome hasta la procedencia del sonido. 

Zayn me abrazó con fuerza, durando más tiempo de lo normal hasta que me decidí por corresponderle al abrazo, algo bloqueado por esa inercia en su organismo. 

—Lo siento…— Dijo de repente separándose de mí, agarrando mis manos y negando con la cabeza— Siento todo lo que ha pasado y por lo que vas a pasar. 

Última Respiración || Larry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora