CAP. 25. DONCASTER

950 111 22
                                    

La soledad es algo a lo que siempre estuve acostumbrado. Mi padre trabajaba demasiado, viajaba para vender sus telas a los pueblos cercanos. Mi madre nunca supo aceptar eso, vivía deprimida esperando a su esposo, siendo fiel mientras él le engañaba con la primera mujer que cruzara su vista, volviendo a casa a los días y acostándose con su mujer como si nada hubiera pasado. 

Mis hermanas siempre fueron muy independientes, obviamente nos queríamos entre nosotros y nos ayudábamos cuando lo necesitábamos, pero hasta ahí. Nunca hubo algo más con nadie, con nadie menos con Lottie. Mi relación con ella se fue haciendo más fuerte a medida que pasaban los años. Siempre fuimos unidos, viviendo a la par y extendiendo una mano hacia el otro cuando la idea de pedir ayuda solo cruzaba nuestra mente. La adoraba, ella lo sabía al igual que yo sabía que ella me adoraba a mí, era satisfactorio tener un apoyo estable al lado siempre. 

Sin embargo, el calor que ella me ofrecía no valía para congelar las ideas de mi mente ni mi corazón vacío. No bastaba para ofrecerme la seguridad a la que ahora yo estaba acostumbrado, la estabilidad y el amor recibido que había convertido en costumbre. 

Extrañaba sus labios suaves, sus manos grandes que conseguían hacerme erizar solamente con tocarme, su pelo suave que encajaba a la perfección con mis dedos, sus palabras nocturnas contra mi oreja, sus roces desprevenidos y la sensación de no poder amar más a alguien como lo amaba a él, entre otras cosas. 

Eran cosas que jamás pensé tener hasta que cayeron delante mío como del aire, deslumbrando mi vista con su hermosa sonrisa, sus hoyuelos adorables y su personalidad firme, fría y autoritaria totalmente diferente a cuando estaba a solas conmigo. 

Sonreí débilmente al recordarlo, mirando como lo había hecho durante horas el anillo dorado en mis manos, quedando intacto desde que él lo puso ahí. Mi cuerpo dolía cuando recordaba lo vivido, aún sentado en el suelo de ese vagón como me encontraba, sentía que me caería desmayado sin poder controlarlo. 

Tenía miedo de dormir como todos ahí lo estaban haciendo, dormir y encontrarme con que todo eso solamente había sido un sueño profundo en mi mente, que Harry había sido una fantasía creada por mi imaginación. 

Lottie dormía plácidamente delante mío, Corey acurrucado en su pecho y ella abrazándolo evitando que el frío lo invadiera, los dos tumbados delante mío buscando un espacio entre la gente desconocida a nuestro alrededor, absolutamente todo el mundo durmiendo en el suelo incómodo mientras intentábamos volver a nuestros hogares; sin saber ni siquiera imaginar que los que compartían vagón con ellos habían compartido algo más que el aire con el hombre que los había salvado del infierno al que yo ahora quería acudir. 

Corey comenzó a moverse de una manera inquieta, gruñendo sonoramente y amenazando con ponerse a llorar despertando así a todas las personas a nuestro alrededor. 

Me incorporé un poco yendo ahí, mirando al niño que ahora me observaba callando sus quejas, haciendo un puchero mientras alguna lágrima silenciosa se deslizaba por sus mejillas. 

Lo agarré con cuidado, mi hermana despertando con alteración por el movimiento del niño y yo calmandola mientras pasaba mi mano por su cabeza. 

—Soy yo, no te preocupes, yo me encargo de Corey. 

Ella asintió con lentitud, parpadeando varias veces antes de dormirse profundamente de nuevo, Corey ahora sobre mis brazos mientras volvía a mi posición de antes, ajustando las mantas a su pequeño cuerpecito. 

—Tranquilo bonito, todo el mundo tiene pesadillas alguna vez, solo es un sueño… 

El niño agarró mi camisa con fuerza, escondiéndose en mi pecho buscando mi calor, mis brazos abrazándolo con fuerza mientras me agachaba dejando un beso en su frente, intentando hacerle dormir de nuevo, consiguiendo mi propósito a los pocos minutos. 

Última Respiración || Larry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora