prologo; muerta

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No siempre había sido así, no siempre había deseado estar muerta con tanta pasión como lo hacía a mis dieciséis años. En realidad, yo había sido una niña muy feliz, con una infancia privilegiada y, aunque no perfecta, claramente alegre y despreocupada. Tenía mis problemas (los de mis padres, en realidad, peleando y discutiendo de vez en cuando), pero aun así estuve rodeada de facilidades que sé que otros niños soñaban con tener. No me estaba muriendo de hambre, podía ir a la escuela, tenía ropa que vestir y tenía una pseudo familia. Y aun así, con todo eso me las había arreglado para odiarme tanto, tanto que con casi dos decenas de edad mi mayor aspiración había terminado por ser fallecer antes de los veintisiete, como cualquier estrella de rock o cine en el siglo pasado.

No sé qué fue lo que me pasó. Tal vez era algo que estaba conmigo desde el trágico día de mi nacimiento; incluso pudo ser antes, aquel catastrófico y horripilante día en el que fui concebida cuando Ellis, mi ausente padre, violó a Imogen, mi joven e inocente madre. Pero era como si estuviese maldita desde le día en que, en el joven cuerpo de mi madre, ambas células se formaron y comenzaron aquel proceso llamado fecundación, que nueve meses después me iba a llevar a nacer en Houston, Texas el 28 de septiembre del 2003 (o el peor día de mi vida). Y podía haber sido una teoría buena, interesante y bastante factual, casi considerable como la perfecta y real causa; eso de no haber sido por la escuela. La escuela preparatoria había dado a luz al sentimiento de insuficiencia que se había colado en mi cabeza y pocas veces me dejaba tranquila; en su remplazo, me dejaba llorando bajo las sabanas hasta altas horas en la mañana. No era la chica más lista del mundo, pero antes de mi primer año tampoco creía ser estúpida. Pero lo era, nunca fui suficiente para nadie: ni para los maestros, ni para mis amigos y tampoco para mí misma. La escuela preparatoria me había arruinado y, aunque sonaba muy superficial, era la verdad, cruda y fría, pero real.

Me gustaba imaginarme como me mataría a mí misma lo suficientemente constante como para preocuparse. Me gustaba la manera en la que todos los que me hicieron sentir mal en vida lloraban en mi funeral y me gustaba verme caer del séptimo piso del edificio bancario del centro de la ciudad de Scottsdale. A veces, cuando batallaba en dormir, me veía a mí misma tomando una navaja de afeitar y sacando toda la sangre de mi cuerpo a través de una larga incisión vertical en mis antebrazos y poco a poco perdiendo los signos de vitalidad hasta caer al suelo siendo solo un costal de órganos y huesos muertos. A veces también pensaba en tomar un gran puño de pastillas hasta que se me llenara la boca de espuma blanca y a mi madre los ojos de lágrimas. No era algo para alarmarse, yo nunca hubiese podido, era una cobarde. Aun así, el simple pensamiento de quitarme la vida, hubiese sido cualquier manera, era algo por lo que necesitaba ayuda profesional. Pero no sucedió, por más que hubiese querido yo jamás fui ayudada y tuve que superar mis problemas yo misma. Nadie podía alarmarse si nadie lo sabía.

A veces creía que tenía depresión; sabía a la perfección que la manera en la que mi mente funcionaba no era la de una cabeza sana, que había algo más que mal dentro de mí. Podía ser una maldición, una posesión o meramente una enfermedad mental, pero algo no estaba bien. Lo sabía cuando veía a las demás chicas de mi edad, felices, riéndose genuinamente a cada momento y sintiéndose completas siempre y me sentía realmente celosa de esa felicidad. Odiaba a la gente que se auto diagnosticaba una enfermedad mental siendo yo una de esas mismas personas. Mi generación estaba repleta de tristes y solitarios chicos con problemas familiares y baja autoestima que usaban la depresión como una broma o una justificación de sus conductas rebeldes, y eso no era algo que me molestara; una que otra vez yo había bromado con eso con mis amigos y estaba bien, el humor negro era casi tan divertido como una compilación de gente cayendo, pero ¿estaba bromeando de verdad?

Cuando tuve quince años, que fue la edad en la que mi autoestima mental decayó hasta el suelo y comencé a llorar cada día de mi vida, supe que tenía que pedir ayuda. No le podía decir a mi madre. No me atrevía, ¿Cómo podría? No era capaz, no tenía la valentía para hablar de eso con alguien real. Era fácil escribir cartas y mis sentimientos en hojas de papel decorado para luego quemarlas en el techo de mi edificio departamental, pero ¿hablarlo cara a cara? No era fácil. Con mis amigos llegué a hablar de ello, pero era casi tan horrible como no decir nada en absoluto. No ayudaban, solo decían "no estés triste" y de verdad me hubiese gustado poder seguir el consejo, pero no era así de sencillo. Lo que necesitaba era alguien profesional, alguien con el quien poder hablar de cómo odiaba mi privilegiada vida de chica blanca, como odiaba la manera en la que mi cabeza funcionaba y la manera en la que decía las cosas sin pensar y a los dos segundos me arrepentía, la manera en la que era tan tímida y a la vez tan ruidosa y rebelde, la manera en la que con mis amigos me metía a casas abandonadas a destrozar todo con risas y muchas latas de Red Bull y cuando llegaba a casa no había nada que me ayudase a cesar el llanto. Descubrí y concluí que la única manera de poder llegar a esa ayuda que tanto ansiaba, era diciéndole a mi madre que me ayudase a obtenerla. No iba a hacer eso. ¿Cómo le iba a decir a mi madre que odiaba mi vida cuando ella se partía la espalda para dármela? ¿Cuándo ella casi muere por mis tantas veces? ¿Cómo iba romper la ilusión de que tenía la hija perfecta y feliz?

Me hice una buena mentirosa a falta de ayuda y tampoco era como que se me había extraído la capacidad de ser feliz por un rato o reírme y que se me olvidara todo lo que pasaba en mi mente; normalmente era algo que podía y hacia todos los días con mis amigos en las horas libres de la escuela y cuando salía con ellos a portarme mal. Esos eran los momentos que me mantenían cuerda, los momentos en los que me sentía como alguien más, como una Gia feliz y perfecta, los momentos que me llenaban de seguridad y me hacían sentirme como en una película indie de adolescentes. A veces me preguntaba cómo podía ser tan ruidosa y energética y una hora después pensar en saltar por la ventana.

Nunca creí que aquellos problemas se fueran a marchar, más bien creía que cuando fuera mayor encontraría una mejor y más eficiente manera de esconderlos. Pero esa Gia no sabía que la persona que iba a evitar que siguiera cayendo por el agujero negro y frio ni siquiera era una persona.


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hola!
si siguen la historia sabrán que la he publicado y puesto en borradores muchísimas veces (lo siento por eso). Nunca me convencía, pero está vez tengo más ganas que nunca de escribir esta historia tan peculiar :D

espero que esta -incluyendo el cast, la personalidad y nombres de los personajes- sea la última vez que tenga que modificarla.

espero que se queden a leer a mi bebé, l@s amaré x siempre si lo hacen 💖

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adiosito mis niños

𝐠𝐡𝐨𝐬𝐭 𝐛𝐨𝐲 | 𝐜𝐨𝐫𝐛𝐲𝐧 𝐛𝐞𝐬𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora