ˏˋ°•*⁀➷ || ❝¿𝐟𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬𝐦𝐚𝐬? 𝐜𝐥𝐚𝐫𝐨. 𝐲𝐨 𝐬é 𝐭𝐨𝐝𝐨 𝐬𝐨𝐛𝐫𝐞 𝐟𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬𝐦𝐚𝐬 ❞
────Gia y su madre están escapando. Escapan de su esposo loco y escapan de la mala vida. Cuando todo parece malo aparece una oferta indiscutiblemente perf...
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capítulo cuatro " posesión "
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Al cabo de unas horas de arduo y desagradable trabajo, limpiamos parte del piso de abajo y dos habitaciones de arriba para dormir. Fácilmente pudimos haber dormido ambas en una sola, o aún más sencillo, en la sala que acabábamos de limpiar. Pero a mí me había gustado dormir sola desde los inicios de los tiempos (Porque no me gustaba que mi madre me escuchara llorar hasta altas horas de la mañana) y además no iba a dormir bajo los ojos de los mil cuadros de C.B acosándome en mi sueño y arrebatándome el alma lentamente sin que me diese cuenta. Eso hubiera sido casi peor que dormir afuera y que una araña me picase el pie.
Mi madre limpió una parte la habitación que parecía ser la principal y acomodó unas cobijas y almohadas en el suelo, acompañada de una lámpara portátil, porque ya se había comenzado a asomar la noche y para variar, el circuito de la luz solo funcionaba en el piso de abajo.
Yo, en cambio, limpié la habitación azul con negro y desde luego me adueñé de ella. No supe por qué, era tonto, en el fondo estaba segura que esa era la habitación del chico de las fotos y después de verle los ojos tantas veces, no me sentía segura durmiendo ahí, pero era como si la habitación me llamará a gritos. Tal vez si tenía suerte estaba poseída por un espíritu maligno que me mataría al dormir.
Cuando llegó la noche no pude contenerme de ponerme nerviosa como la mierda y, contradiciendo mis ganas de fallecer, comencé juguetear con las manos. Si la casa del demonio era aterradora de día, bueno, era veinte veces más horrenda de noche. Odié a mi madre por un momento; Entendía que la casa era casi un regalo y todo aquello, pero que no tuviese luz era una crueldad y la que la iba a pagar era yo, la miedosa de Gia. También quise tomar un baño antes, pero oh sorpresa: la llave del agua estaba atascada como la mierda ¿Cómo se suponía que íbamos a sobrevivir en una casa sin necesidades básicas? Era una locura.
Me cambié a mi ropa de dormir, shorts negros de algodón, una camiseta de mi anterior escuela en verde oscuro y unos calcetines rosas, y le di las buenas noches a mi madre. En cuanto cerró su puerta y me dejó sola en el pasillo la idea de dormir sola ya no parecía tan buena y estuve a punto de tocar la puerta y pedirle dormir junto a ella. La luz de la luna y la de mi lámpara de mano eran mis únicas aliadas y yo me sentía estúpida. Debí haber dormido con mi madre. Aún podía hacerlo, tocar su puerta y poner mis sábanas al lado de las suyas, pero no iba a dejar que se burlara de mí en la mañana por ser una niña miedosa. No le iba a dar el gusto.
Tomé aire y apunté la linterna hacia enfrente. Me armé de valor y comencé a caminar por el pasillo de puertas. Maldije en voz baja al ver que todas estaban abiertas; aquello solo hacia la experiencia peor de lo que ya era. Imaginé mil cosas saliendo de cada puerta que cruzaba y me reprendí internamente por asustarme yo sola.
No sé cómo, pero con orgullo llegué a mi nueva habitación. Y con tan solo echarle un vistazo bajo la luz de la luna me arrepentí en grande de haber reclamado aquella como la mía. Suspiré y me calmé a mí misma. Mierda, tenía dieciséis, me quería morir y estaba actuando como una niña de siete años.
Caminé al interior. Por primera vez odié de verdad el sonido de la madera crujiendo. Rápidamente corrí a las sabanas y me senté sobre ellas, me sorprendió cuán segura me sentí gracias a la tela sobre mí. Tomé mi teléfono, aún no tenía señal. No podía hacer nada que me alejara del miedo que comenzaba a consumirme. Bufé y puse el celular debajo de la almohada como siempre solía hacerlo. Me acosté y me tapé con las sábanas hasta el pecho.
Siempre me era muy fácil caer dormida; me tomaba unos tres minutos entrar en el sueño. Esa noche (claramente) tuvo que ser la excepción, porque ya habían pasado diez minutos y yo no podía siquiera relajarme. Tenía los músculos tan tensos como si estuviese a punto de pelear con alguien. Estaría mintiendo si dijera que no estaba asustada como la mierda. No podía siquiera cerrar los ojos por qué sentía que si los cerraba algo tenebroso se iba a acercar a mí y se me quedaría viendo desde arriba.
Intenté pensar en cosas lindas, pensé en mi mamá y en mis nuevos amigos. Pensé en peeps saltando (mis dulces favoritos) y en lo lindo que Edwin me había parecido en la mañana. El problema era, que desde que era una niña, siempre que me quería concentrar en las cosas buenas, todo lo malo y aterrador de mis recuerdos solía aparecer de golpe y sin permiso. Entonces, justo cuando tras pensar en Edwin mis ojos se cerraron, la imagen del chico de las pinturas apareció ante mi miente. Abrí abruptamente los ojos y sentí que ya no iba a volverlos a cerrar en días.
Me lo imaginé, saliendo de la pintura, subiendo las escaleras, caminando por el pasillo y llegando mi habitación, a su habitación. Luego me lo encontré parado en la esquina de la habitación, acosándome toda la noche y esperando el momento oportuno para poseerme.
Tranquila, Gia. Solo es un mal pensamiento, me calmé. Junté mis manos bajo las sabanas y las comencé a frotar en acto nervioso. Todo estaba bien. Sí, sí. Todo lo estaba. Me senté, por qué sentía que si me quedaba acostada me iba a terminar ahogando del miedo.
Miré a la habitación con ansiedad, buscando a C.B, no estaba. Miré a la ventana que me había encargado de despejar de los periódicos amarillos, y ahí lo vi, reflejado en el cristal sucio, mirándome fijamente, sacándome el aliento y el alma también.
Ya no sabía si era mi imaginación traicionera o la realidad. Me convencí a mí misma que era la primera y me tardé otra hora en dormir, obligándome a muerte a no mirar a la ventana.
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