Capítulo 7

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Jonah escondió la ropa de mujer que Nico le había dejado prestado bajo su cama con tal de que sus padres no lo vieran. Él había traído alguna que otra chica a casa en el pasado, pero no quería empezar una charla con sus padres; ellos aún no saben que su hijo perdió la virginidad al entrar en bachillerato. Jonah se estiró en la cama, sintiendo como la presión desaparecía de su cuerpo y volvía a sentirse el mismo de siempre. «Será mejor para mi dejarlo...», afirmó, cogiendo su teléfono móvil y enviándole dicho mensaje a su amigo. Pero también le escribió el siguiente mensaje:

- Y quiero que me hagas los deberes durante dos semanas –Convertirse en chica no satisfizo a Jonah, por eso quería una verdadera recompensa.

Dejó el móvil a un lado y Nico le respondió minutos más tarde. Jonah ya se había levantado y estaba cogiendo algo de comer cuando le llegó el mensaje. Nico estaba con Jonah, era mejor dejarlo ahí y aceptó el hacerle los deberes.

Y una vez comenzó la semana, Nico y Jonah retomaron sus vidas de adolescentes normales y corrientes. Mientras Nico no había cambiado en absoluto, Jonah comenzó a llegar puntual a las clases y gracias a los deberes que Nico le hacía, sus profesores vieron en él un cambio drástico a mejor, sabían que había hablado con su padre y se le notaba en la cara de angustia cada vez que entraba a clase.

Jonah recordaba su dura infancia con su padre. Él siempre fue muy estricto con su hijo a tal punto que, por romper un jarrón, lo encerró en su habitación con nada más que la soledad durante dos días con tal de que aprendiera la lección. «¿Qué lección aprendí aquel día? Que mi padre es un capullo», pensó al recordar la oscuridad de aquel día. Otro recuerdo con su padre le vino a la cabeza: Él tenía seis años y garabateó la pared de su habitación con lápices de colores; aun teniendo esa edad le obligó a limpiar el desastre. «Y por eso odio pintar». Eran por cosas como esas, que su infancia no fue agradable, tampoco pudo disfrutar de los placeres de comprar una consola ya que, según su padre, distraían mucho. Aquello solo le empeoró su niñez a tal punto que, a pesar de todos los esfuerzos de su padre, acabó siendo un rebelde de todas formas, decepcionándolo y mucho. «Si tan solo me hubieras dejado vivir...», pensó.

Y en un parpadeo, ya era viernes y caminaba hacía casa con Ferrán.

- Te veo serio, tío –Dijo Ferrán viendo a su amigo con la cabeza agachada. Este la levantó y le miró.

- ¿Ahora te das cuenta pedazo de ciego? –Respondió entre risas.

- Esa risa es más falsa y lo sabes –Contestó–. ¿Qué te pasa? Nunca te había visto tan deprimido desde que... Oh, ¿Es por tu padre? –Le preguntó. Jonah asintió–. ¿Qué te ha dicho esta vez?

- Que me echaría de casa si me expulsaban. Solo me queda una hoja para la expulsión y eso significa según él, que tengo que cambiar.

- Pff. ¿Tú? ¿Cambiar? –Dijo entre risas–. Te conozco desde la ESO y tú, amigo mío, no puedes cambiar quién eres. Eso es lo que nos define. Serás un rebelde toda tu vida, pero eso no te tiene que desanimar –Jonah volteó su cabeza hacía su amigo, quien parecía que lo estaba animando–. Has llegado aquí por tu propia cuenta, eso no lo hace cualquiera. Tu no estudias, tu no haces los deberes y con ese cinco del examen, puedes continuar aquí. ¿Debe tu padre decidir quién eres o eres tú quien debe decir quien puedes ser?

Jonah se quedó pensando un momento. Aquello era lo que necesitaba oír de personas como lo eran su amigo, de las personas que estuvieron allí y no como su padre, que solo lo quería ver crecer para superarse a sí mismo. Jonah no quería superarse, tan solo avanzar por un camino recto y sin baches. Era el camino más fácil. Su camino.

Al final, Jonah y Ferrán tomaron caminos distintos y este, subió a su casa, dejando la mochila a los pies de su cama, sabiendo que podría descansar los próximos dos días. Miró la hora en su móvil. Eran las 15:00h. Hizo crujir su cuello y bajó a comer. Sus padres estaban allí. Este cogió su plato de la cocina y se sentó en la mesa junto con sus padres, ignorándolos. «Jonah...», su padre le llamaba. Este dirigió la mirada a su padre, no mostraba signos de enfado, al contrario, estaba muy tranquilo. Apartó rápidamente la mirada y le preguntó qué era lo que tenía que decir:

Sexy Señorita: La formulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora