Hanna estaba sentada en un banco del centro. Hacia una hora que había tenido sexo con David y su madre se encontraba en casa, no podía ir estando como estaba. Tenía que matar el tiempo. Ella lamia un helado de fresa mientras esperaba volver a la normalidad. El helado, alargado y de un color rosa, se lo metía en la boca, como si de una polla se tratase. Lo lamia con intensidad, observando a la gente pasar de lado a lado.
De pronto, dejó todo lo que estaba haciendo ya que sintió un terrible dolor de barriga que le hizo tirar el helado al suelo. Como pudo, caminó, aguantando el vómito. Se escondió en un callejón oscuro donde poder transformarse sin ser vista, pero, alguien le había seguido. Notó su presencia y se volteó, era un hombre mayor, de largo pelo rubio quien miraba a Hanna con una sonrisa de mejilla a mejilla, con los ojos fijos en sus jóvenes y grandes pechos.
- Hola bonita... ¿Qué haces en un sitio como este? –Le preguntó.
La intención de aquel hombre estaba clara y Hanna lo sabía. Quería violarla. Y este, sabiendo que la chica estaría por huir, se abalanzó sobre la chica, tirándola al suelo. Hanna quiso gritar, pero le tapó la boca y forcejeo. Aquel hombre que estaba por violarla le ganaba por fuerza y, le bajó el pantalón a la chica, dejándola en ropa interior. Se lamió el labio superior, bajando sus bragas lentamente y viendo su vagina expuesta. Hanna le apartó, pero entonces, él la golpeo. Hanna se sintió débil y rápidamente, fue cogida del cuello; le era imposible gritar. El hombre se desabrochó el pantalón y dejó fuera su polla. «¡Me vas a hacer vomitar!», dijo Hanna con alguna que otra dificultad, vomitando en la cara de aquel hombre.
Este se apartó de la chica, manchado del vomito rosa. El hombre la miró enfadado mientras Hanna reía silenciosamente.
- Has hecho mal en intentar violarme...
El hombre abrió sus ojos como platos cuando la cara de la chica comenzó a moldearse poco a poco, dándole el aspecto de un hombre. Jonah se acercó lentamente al violador, mientras su cuerpo cambiaba. Le cogió de la camisa y lo levantó. Sus grandes tetas –Según el hombre–, comenzaron a introducirse hacia el interior mientras sus músculos se agrandaban. Dominado por el miedo, el violador lo apartó, llamándolo monstruo y salió corriendo. «¡Cobarde!», le dijo entre risas.
Jonah sacó de su mochila la ropa de hombre, guardando la que llevaba puesto sin que nadie le viera y salió del callejón, sin que nadie supiera nada. Este sacó su móvil y miró la hora, viendo que ya podía ir a su casa, así que, corrió, abriendo la puerta de su casa sin hacer sospechar a sus padres.
Tras comer, Jonah pasó el resto de la tarde en su habitación, sin salir, sin hacer contacto con el exterior, sin hacer nada más que en pensar sobre sí mismo y como podría disfrutar para la próxima vez. Cuando anocheció, Jonah se dejó preparado la ropa para ir a casa de Laura al día siguiente.
En lo más profundo de su negro corazón, seguía sintiendo algo por ella que le hacía arrepentirse de todo lo que hacía y cuestionarse las cosas.
- ¿Por qué te preocupas por ella? –Le preguntó una voz en su cabeza–. Ella no te puede dar el placer que deseas... –Esa voz le estaba incitando a dejarla, pero Jonah se negaba a hacerlo ya que, en el fondo, muy en el fondo, no quería perderla por nada del mundo–. Tarde o temprano te acabarás cansando de ella, como siempre has hecho.
- ¿Vale la pena...? –Jonah parecía preguntarse si estar con Laura valía la pena. Entonces, recordó todo lo que hizo por ella, lo bien que estaba a su lado, los buenos momentos junto a ella–. ¡Claro que vale la pena! –Se dijo a sí mismo.
La tarde del sábado, Jonah caminó hacia casa de Laura. Se paró frente a la puerta de su casa. Respiró profundamente. Se sentía nervioso, como si fuera su primera vez, pero no lo era. Se dijo a sí mismo, «Tú puedes hacerlo». Llamó al timbre y ella le abrió. Jonah entró en su casa. Ella le recibió con una gran sonrisa, invitándole a pasar y a merendar. Durante la primera hora, Jonah y Laura hablaron, vieron la televisión y se rieron mientras ellos dos lo pasaban bien. Jonah intentaba evitar cualquier cosa, pero sabía que tarde o temprano, uno de los dos iba a preguntar. Quien preguntó, fue Laura. Ella pasó su lengua por sus gruesos labios. Jonah, actuando, le sonrió y de su bolsillo sacó un condón. Laura le sonrió y le cogió de la mano, llevándole hasta su habitación. Cerró la puerta. Y una vez estaban los dos solos, Jonah y Laura se besaron.
Jonah la empujó contra la cama y la besó, tratando de excitarse pensando en sus otras veces, pero no surgían efecto. Su polla no se levantaba y seguía con los besos por el cuerpo de Laura. Entonces cambió esos pensamientos y recordó todas las veces que lo hizo siendo Hanna: Como le cogían y apretaban las tetas, sintiendo su vagina correrse y lamiendo una polla. Entonces, comenzó a levantarse.
- No te lo voy a negar... –Dijo Laura–. Es mi primera vez y tengo miedo.
- Tranquila –Le dijo Jonah llevando los besos hasta abajo, bajándole su pantalón de pijama–. Vas a disfrutar.
Aquella tarde acabó muy bien para Jonah y Laura, siendo el día en que la chica perdió su virginidad.
Por la noche, Jonah se sentía aliviado de haberse quitado esa carga de encima y de no tener que preocuparse más. Por otro lado, en casa de Laura, esta había notado a Jonah diferente, su habla y su comprensión con ella la habían hecho pensar. «Algo raro le pasa», pensó, pero tenía que esperar para poder confirmarlo.
El domingo, Jonah no hizo más que tirarse en su cama, jugar con el ordenador y ver series en la televisión. También levantó algunas pesas, ya que sentía su barriga llena de grasa. Hambriento y sediento, fue a la cocina, bebiendo un poco de agua y agarrando un plátano por el potasio que llevaba. Le quitó la cascara al plátano y se lo quedó mirando con curiosidad. Abrió la boca y se metió la punta del plátano, lamiéndolo y metiéndolo más adentro, poco a poco. Aquello le gustaba y entonces, metió todo el plátano dentro de su boca. Cuando se dio cuenta de eso, lo sacó rápidamente, casi atragantándose. Tirando el plátano a la basura, fue a darse una ducha rápida.
El agua caía en todas las partes de su cuerpo desnudo. Se puso el champú en el pelo y comenzó a frotarse su puntiagudo pelo. Mientras lo hacía, sentía como si su pelo creciera entre sus manos y el champú. Observó cómo sus manos se volvían más finas y sus uñas crecían. En un parpadeo, Jonah estaba en el cuerpo de Hanna. Él se sorprendió. Podía sentir cualquier parte del cuerpo de Hanna, no, de su cuerpo. Pero esa alucinación se acabó pronto y volvió a su cuerpo de hombre.
Cabreado con sí mismo, se dijo: «Encontraré la manera de quedarme para siempre, ¡Como Hanna!», Jonah abrió los ojos habiendo sucumbido al fin, a la adicción, a la droga, al deseo. Sus ojeras se extendieron del todo, ya era reconocible por todos y su bondad, aquella pequeña redención que sentía y la pena por todos, desapareció. Solo tenía la idea de no ser un hombre, jamás.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE

ESTÁS LEYENDO
Sexy Señorita: La formula
Ficção GeralJonah es un chico de bachillerato rebelde, no muy estudioso, guapo y creído. Nico es uno de sus amigos pero lo opuesto a él, siendo este estudioso, muy listo y con futuro en el mundo de las ciencias. Por cosas del destino, Nico crea una poción que...