Capítulo 03. X DE CINCO COLORES DISTINTOS

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No sé si todo el mundo se había callado, o yo solo estaba centrada en el desconocido, pero por un momento solo escuchaba que corriésemos, que yo corriese.

El pánico que había provocado el chico fue el mismo que si hubiera volado el autobús entero. Hubo niños que le hicieron caso e intentaron abrir el cerrojo de la puerta, pero su camino se vio interceptado por un montón de soldados de negro que parecían haber surgido de la nada. La mayoría, se quedó allí, gritando y gritando sin parar; mientras otros soldados de las FEP corrían a por el valiente, que seguía en la puerta del autobús.

Yo había decidido esprintar hacia la derecha, había menos soldados localizados en esa zona. Ahora, pensándolo en frío, fue una idea verdaderamente estúpida: no conocía el lugar oscuro al que nos habían llevado, estaba atada y muerta de frío, y lo peor era que la alambrada continuaba hasta donde llegaba mi vista. Pero con la inocencia de los once años, nadie me negaba que soñase con otra opción, con un deseo de libertad que ni yo misma sabía que crecía en mi interior.

Nadie, nunca en mi vida, me había impedido imaginarme mil futuros distintos, hasta que por primera vez, un soldado de metro noventa me destrozó la imaginación de un plumazo. La culata de un arma grande y desconocida me había envestido la mejilla, haciéndome besar el suelo empedrado de Thurmond. El cachete se me había inflamado casi de inmediato, vaticinando un gran moratón. 

Y efectivamente, una gran mancha violácea decoró mi piel las siguientes semanas. La mancha, y sobre todo el dolor, me enseño mi primera lección en esa cárcel: no sueñes despierta si no quieres llevarte un golpe de realidad.

En segundos, el soldado ya nos había devuelto a mi posición de origen, y ahora me encontraba con las rodillas - ensangrentadas por la caída - pegadas al suelo, dentro de un círculo blanco que había sido pintado con aerosol en el cemento.


¬¡Naranja!

Oí vociferar a uno de ellos por su transmisor :— Tenemos un problema en la puerta principal. Necesito autorización para un naranja.


No me atreví a levantar la cabeza hasta que nos tuvieron de nuevo a todos agrupados. Y fue entonces cuando noté un escalofrío en la espalda y empecé a preguntarme si sería él el único entre todos nosotros capaz de hacer algo como lo que acababa de hacer. O si todos los que me rodeaban estaban allí porque también eran capaces de provocar que alguien acabara con su vida de esa manera.

Con un sentimiento de vacío en el pecho, vi que uno de los soldados cogía un bote de pintura en espray y trazaba una X enorme de color naranja en la espalda del desconocido del autobús, que había dejado de gritar única y exclusivamente porque dos soldados de las FEP le habían puesto una extraña máscara negra que le cubría la parte inferior de la cara, como el bozal de un perro.

En ese momento la realidad me golpeó con dureza, me asusté de verdad, este no iba a ser un campamento de verano. Y esa realización implantó en mi una sensación de miedo que ya no iba a desaparecer nunca.

La tensión me empapaba la piel, como si fuera sudor.
Cruzamos el campamento en fila, rumbo a la enfermería, donde seríamos clasificados. De camino nos cruzamos con otros niños que marchaban en dirección contraria, procedentes de una zona donde se alzaban cabañas de madera, que más bien parecían casetas de perro aumentadas. Llevaban uniformes blancos, con una X dibujada en la espalda y un número escrito en negro por encima de ella. 

Vi X de cinco colores distintos: verde, azul, amarillo, naranja y rojo.

Los niños con la X verde y azul caminaban con las manos libres. Pero los que llevaban una X de color amarillo claro, naranja o rojo se veían obligados a avanzar por aquel lodazal con esposas metálicas en manos y pies, unidos unos a otros por una larga cadena. Los marcados con la X naranja llevaban la cara medio cubierta con la máscara tipo bozal.

All For Us  |  The Darkest Minds | #AFU1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora