No recuerdo muy bien como comenzó lo que sería el final de mi vida en Thurmord, y el principio de esta historia.
Cuando estalló el ruido blanco estábamos en el jardín, arrancando malas hierbas.
Yo siempre reaccionaba mal, demasiado mal. Daba lo mismo donde me encontrase, cuando el maldito control calmante aparecía, sus tonos agudos me explotaban en los oídos como una bomba de fabricación casera.
Las demás chicas del pabellón lograban serenarse pasados unos minutos y se olvidaban de las náuseas y de la sensación de desorientación con la misma facilidad con la que se sacudían los restos de polvo adherido al uniforme del campamento. Parecía que solo yo tardaba más de la cuenta en recuperarme del todo. Normalmente necesitaba de varias horas para recomponerme y actuar con "normalidad".
Pero esa mañana fue diferente, esa ocasión no tendría por qué haber sido distinta. Pero lo fue, sin duda lo fue.
Utilizaban el ruido blanco como castigo, por lo que tal vez algún chico o chica se había hecho el valiente y había traspasado los límites del jardín negándose a seguir esclavizado o quizá algún insensato había hecho realidad alguna de mis fantasías y le había lanzado una piedra al soldado de las Fuerzas Especiales Psi más próximo, en ese caso, habría valido la pena el sufrimiento ocasionado por el ruido blanco.
Lo único de lo que estaba segura en ese momento era que los altavoces acababan de vomitar dos bramidos de advertencia: uno corto y otro demasiado largo, más prolongado de lo habitual.
Tenía claro lo que tenía que hacer, lo había aprendido a base de golpes contra el suelo cada vez que el maldito castigo volvía. Así que procurando evitar más daño me incliné sobre la tierra húmeda, pegando mi frente contra el terreno mientras me tapaba las orejas con las manos manchadas de tierra y llenas de yagas sangrantes, intentando impedir que mis oídos sufrieran. Aunque sabía que todo aquel intento sería en vano.
El ruido blanco era el método más efectivo de reprehensión contra nosotros, los desgraciados o afortunados, aún no lo tenía claro, que habían mutado debido a la ENIAA. Pero para el gobierno de los Estados Unidos y su Departamento de Juventudes Psi, era el hijo bastardo engendrado entre la alarma de un coche y la fresa del dentista, sintonizado a un volumen lo bastante elevado como para hacer sangrar los oídos. Literalmente. Cabe recalcar que los únicos que teníamos el placer de ser torturados auditivamente éramos los jóvenes. El ruido no afectaba a los adultos.
El sonido desgarró los altavoces y me hizo añicos hasta el último nervio del cuerpo. Se me abrió paso entre las manos, rugiendo por encima de los gritos de un centenar de monstruosos adolescentes, y se me plantó en el punto central del cerebro, donde era imposible alcanzarlo o arrancarlo.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Intenté aplastar aún más la cara contra el suelo y el ya tan conocido sabor a sangre me llenó la boca.
Todo a mi alrededor se desenfocó y mi cuerpo empezó a sacudirse siguiendo la tenebrosa melodía de las interferencias, enroscándome sobre mí misma como un pedazo de papel amarillento.
Noté que unas manos me zarandeaban; oí a alguien pronunciar mi nombre — Anika —, pero yo ya estaba demasiado lejos y no podía responder.
Me iba, me iba, me iba, me sumergía en la nada, era como si la tierra me hubiese engullido de un solo trago. Luego la oscuridad. Y finalmente el ansiado silencio me atravesó.
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All For Us | The Darkest Minds | #AFU1
FanfictionPronto ya no quedarán adolescentes en ninguna parte. Al gobierno ya no le preocupaba lo que pasó con los que perdieron la vida, le preocupábamos nosotros; porque los que conseguimos sobrevivir a la ENIAA, cambiamos. Anika es el lobo disfrazado de...