Capítulo 11. SUERTE, MUCHA SUERTE

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En la autopista habíamos pasado por varias salidas bloqueadas con barricadas de trastos, guardarraíles o coches abandonados, construidas bien por la Guardia Nacional para controlar pueblos y ciudades hostiles, bien por los residentes de las poblaciones para mantener alejados de sus ya destrozados barrios a saqueadores y visitantes.

La carretera, sin embargo, llevaba horas en silencio, lo que significaba que tarde o temprano acabaríamos tropezándonos con algún tipo de interacción humana. Y llegó más temprano que tarde en forma de camión rojo. Iba claramente en dirección contraria, pero pude ver bien el cisne dorado que adornaba el lateral.

¬ Están por todas partes. ¬ dijo Cate, siguiendo mi mirada ¬ Seguramente va hacia Thurmond.

Era la primera señal de vida que veíamos en todo aquel rato - tal vez porque viajábamos por una autopista perdida en el culo del mundo-, pero aquel único camión bastó para asustar a Cate.

¬ Pásate al asiento de atrás, ¬ me ordenó ¬  y agáchate. Agachaos los dos.

Hice lo que me había dicho. Desabroché el cinturón de seguridad, pasé como pude entre los asientos delanteros y deslicé las piernas entre ellos.

Martin me observó a través de las gafas con ojos vidriosos. En un determinado momento, noté su mano en mi brazo, como si intentara ayudarme.
Di un respingo y me situé rápidamente pegada a la esquina contraria del coche. Doblé las piernas para pegar las rodillas contra el pecho pero, con todo y con eso, los dos seguíamos estando demasiado próximos.

Martin iba a ser un problema. Cuando me sonrió, se me pusieron los pelos de punta.

En Thurmond había chicos. Muchos, en realidad. Pero compartir cabaña con alguien de distinto sexo e incluso pasar los unos junto a los otros de camino a los lavabos estaba estrictamente prohibido.
Los soldados de las FEP y los supervisores del campamento hacían cumplir aquella regla con la misma severidad que imponían a los niños que, de manera intencionada o por casualidad, utilizaban sus facultades. Lo que, naturalmente, solo servía para que nuestros cerebros embriagados de hormonas se volvieran más locos si cabe y transformaran a algunas de mis compañeras de cabaña en un ejército de acosadoras clandestinas.

Yo no recordaba la forma 'correcta' de interactuar con alguien del sexo opuesto, solo guardaba en mi memoria pedazos de conversaciones sobre el tema "chicos" con mi compañera de cabaña, Vane.

¬ ¿Divertido, eh? ¬ dijo.

Creí que bromeaba hasta que me percaté de la avidez de su mirada. Experimenté una sensación de picazón, el hormigueo producido por un nuevo intento de fisgonear en mi cabeza, el miedo que me recorría la espalda como la punta de un dedo helado.

"No nos parecemos en nada", comprendí.
Nos habían llevado al mismo lugar, habíamos vivido el mismo horror, pero él, él era tan... . 

El aire acondicionado estaba encendido pero estaba segura de que aún con el aire encendido, el chico tenía que notar el calor que empezaba a desprender. Si no se detenía, iba a suceder alguna desgracia.

¬ ¿Crees que en Thurmond se habrán percatado ya de nuestra ausencia? ¬ preguntó el pelirrojo, rompiendo el silencio. Y consiguiendo que mi corazón comenzase a latir con normalidad.

Cate apagó las luces delanteras.¬ Supongo que sí. Las FEP no disponen de hombres suficientes para emprender una persecución con todas las de la ley, pero estoy segura de que habrán atado cabos y averiguado quiénes sois.

¬ ¿A qué te refieres? ¬ pregunté.

¬ Se supone que ya sabían que éramos naranja y rojo, por eso me sacaste de allí con tantas prisas. ¬ le cuestioné a Cate con un deje de desconfianza que empezaba a crecer en mi.

All For Us  |  The Darkest Minds | #AFU1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora