Capítulo 05. DOCTORA BEGBIE

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Fui asignada a la cabaña doce, la compartía con el resto de las niñas del autobús a las que se había clasificado como verdes. Catorce en total, aunque al día siguiente ya había veinte niñas. Una semana después, pusieron el tope en treinta y pasaron a llenar la siguiente cabaña de madera junto al eternamente embarrado y pisoteado camino.

Las literas se habían asignado por orden alfabético. Tristemente, las demás chicas no se parecían en nada a mi. Se habían pasado la primera noche en silencio o llorando - excepto por dos chicas que parecían ser las más mayores, pero que me daban un poco de miedo -. A mí ya no me quedaba tiempo para las lágrimas. Porque tenía preguntas.

¬ ¿Qué harán con nosotras? ¬ le susurré a nadie en particular.

Estaba en el extremo izquierdo de la cabaña y mi litera quedaba encajada en el rincón. Habían edificado la estructura con tantas prisas que las paredes no eran del todo aislantes. De vez en cuando, procedente del silencioso exterior, se filtraba entre los troncos una gélida ráfaga o un copo de nieve.

"No esperaba que mi primera experiencia con la nieve resultase ser así".

¬ No lo sé. ¬ respondió una voz desconocida.

¬ ¿Quién me está hablando?

Intenté ubicar a la dueña de la voz, pero desistí a los minutos, cuando nadie me respondió nada.


El soldado de las FEP que nos había escoltado hasta nuestra nueva residencia nos había hecho varias advertencias: nada de hablar después de que se apagaran las luces, nada de largarse, nada de utilizar nuestras monstruosas facultades, ya fuera de manera intencionada o accidental.
Sería la primera vez de muchas que oiría a alguien referirse con el término 'monstruosas facultades'  a lo que nosotros podíamos hacer, en lugar de utilizar la alternativa gentil, síntomas.


No pegué ojo esa primera noche, algo inusual y que me quitó toda la energía para afrontar el día siguiente, pero pronto me acostumbraría al insomnio, las pesadillas y a levantarme antes de que saliera el sol.

Durante esa madrugada, creé un mantra que repetiría hasta la saciedad y que con el tiempo me ayudaría a no perder la cordura a mis dulces once años: No soy peligrosa, soy especial. Y ahora soy verde. Si papá no viene y no puedo volver a casa, me quedaré aquí hasta que pueda escapar o hasta que me liberen, y cuando eso pase me iré a donde me dé la gana y nadie me lo impedirá.

Y funcionó así durante seis años.

 
Seis años parecen toda una vida cuando un día se encadena con el otro y el mundo se acaba en la gris alambrada eléctrica que rodea tres kilómetros de barro y edificios de nefasta calidad. Jamás me sentí feliz en Thurmond, pero lo soportaba. No porque soñase despierta, había aprendido a no dejar volar mi imaginación, pero tenía fe en mi misma, en lo que era capaz de hacer.

No volví a ver al adolescente naranja y tampoco tuve noticias de mi padre. Toda mi vida anterior a Thurmond desapareció: padres, amigos, escuela... .

Seis años bastaron y sobraron para borrar del mapa a Anika Fike. Al tercer año en Thurmond ya me presentaba como Nika, una verde introvertida. Todo bastante alejado de la realidad.

Cuando llevábamos dos años viviendo en Thurmond, los supervisores del campamento empezaron a trabajar en el concepto de la Fábrica.
No habían logrado rehabilitar a los peligrosos, de modo que los hicieron desaparecer de noche, pero las supuestas 'mejoras' no terminaron ahí. Se les ocurrió que el campamento tenía que ser totalmente 'autosuficiente'. A partir de aquel momento, cultivaríamos y cocinaríamos todo lo que comiésemos, limpiaríamos los Lavabos, confeccionaríamos nuestros uniformes e incluso los de ellos.

All For Us  |  The Darkest Minds | #AFU1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora