Caminando por el estrecho pasillo de la universidad, como cualquier otro estudiante somnoliento y desesperanzado de primer año lo haría en esos momentos; ahí iba yo.
La realidad es que no me había dado cuenta de lo mucho que detestaba la idea de tener que levantarme temprano para venir a tomar apuntes que definitivamente no iba a leer hasta que se avecinaran los exámenes, y no precisamente porque tuviera la intención de ser un chico rebelde al cual la escuela le daba lo mismo, sino porque era francamente doloroso ver como los alumnos de la facultad de vecina llegaban sosteniendo con ambas manos grandes maquetas de madera perfectamente lijada y pegada con silicona, mientras yo tenía que encerrarme en un salón con un viejo al frente hablándonos de la política de nuestro país y de lo mal que estaban derrochando el dinero de los impuestos.
Más que enseñarnos economía, parecía que sólo venía aquí a quejarse de los hombres que están en los puestos en los que él desearía estar en vez de estar ahí con un montón de alumnos ruidosos que fingirían durante seis meses tener la misma opinión que él para salvar el semestre.
Tener que estudiar economía no era lo que me molestaba más, sino el hecho de que podía anticipar que las materias ni siquiera serían bien impartidas apenas con tomar la primera clase. Habíamos tenido agregado un pequeño curso introductorio mientras seguíamos en vacaciones y desde ahí podía apostar que nada bueno saldría de ellos. Incluso aquel profesor era uno de los que había impartido el curso, por lo que ya me sabía de memoria sus típicas frases de ardido.
Si por mí fuera, habría elegido mil y un veces estudiar Arquitectura en la facultad de alado, pero no me molestaría tanto aprender sobre esto si por lo menos se notara un poco más de interés por parte de los profesores.
Ya que mencioné la Arquitecta, diré que siempre tuve una fijación por hacer las maquetas durante mi etapa de educación básica. Me resultaba muy divertido trabajar con plastilina, palitos de madera y cualquier cosa que pudiera servir para fortalecer mi pequeña construcción. De alguna forma me ayudaba a drenar el estrés que me generaba el ser parte de una familia que siempre vivía en el foco de todo el mundo.
Es difícil ir con la corriente y soportar la presión de todo ese mundo retorcido de los adultos cuando eres apenas un niño con preguntas esperando a ser contestadas.
¿Por qué tengo que usar ropa incómoda y asistir a reuniones aburridas donde lo único que hacen es pasarse copas con alcohol mientras mis amigos pasan sus findes de semana en un bonito parque o un zoológico?
¿Por qué siguen diciéndome que no puedo beber lo que ellos toman y que no es un lugar para niños si ellos son los que decidieron llevarme allí en primer lugar?
No se nos permite hablar, jugar, reír, nada. Quieren que nos comportemos como si no estuviéramos ahí, pero entonces, ¿Por qué estamos ahí?
También, en la escuela los niños solían acercarse a mí de forma distinta y podía sentir la línea que se marcaba sin que yo hiciera algo para liderar el trazo.
Yo podía comer la colación cuando me apetecía, mientras el resto de mis compañeros debía esperar hasta la campanada del segundo receso para poder consumir la suya.
A medida de que fui creciendo, lo entendí un poco mejor y lo tomé como parte de mi realidad, pero el sentimiento incómodo siempre se mantuvo en mi pecho.
Recuerdo perfectamente mis últimos años de primaria y principios de secundaria. Especialmente cuando mi papá notaba que tenía mucha tarea y alguna de esas era realizar una maqueta o boceto físico sobre algo, él contrataba a alguien que la hiciera por mí. No importaba cuánto podía ver que yo lo disfrutaba, él pagaba de todas formas para "quitarme peso de encima", según sus propias palabras.
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Enchanted
FanfictionBright Vachirawit es sólo un chico más de ingeniería lleno de conflictos y rumores que rondan alrededor de su vida privada. A Win no podría inportarle menos, hasta ese día, donde por azares del destino, Bright decide meterse con el chico equivocado...