Capítulo 7.

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Era fin de semana, mi mente podría descansar porque ya no tendría que ver a Anna, pero en otra parte muy profunda de mi corazón sabía que deseaba verla, negué con la cabeza, solo necesitaba hallar una distracción, así ni pensaría tanto en ella. Pensaría en algo más, no sé... ¡Unicornios! No eso no, los unicornios me recuerdan a ella porque dijo que se sentía como uno, que más...

— ¡Diego!–grito mi madre sacándome de mis pensamientos.

— ¿Que sucede?–dije perdido.

Al darme cuenta me asombre, estaba tan distraído que mientras lavaba los platos deje la llave abierta y se estaba saliendo el agua, el suelo ya estaba completamente mojado. Me apresure a cerrar la llave.

— ¿Que pasa contigo?–me interrogó.

—Perdón, no volverá a pasar.

—¡Cielos...!

— ¡Te ayudaré a secar!

—Mejor siéntate acá.

Camine con cuidado para no resbalar con el agua, me senté a su lado, ella me miraba con ternura y no entendía porque, creí que estaría molesta.

— ¿Pasa algo en la escuela? ¿Te están molestando?

De hecho, se podría decir que yo soy quien los molesta...

—No mamá, nadie me molesta.

—Es que estos últimos días te he visto muy distraído, por favor confía en mí.

—Es que...–suspire–creo que me gusta una chica.

Mi madre pego un grito de emoción, me asuste, me abrazo fuertemente, cuando se soltó estaba llorando.

—Creí que te estaban molestando, pero simplemente te gusta una chica.

—Perdóname por preocuparte.

—Está bien hijo–dijo sonriendo–ahora dime porque te trae así.

—Pues por accidente metió una nota en mi casillero, creí que era para mí y por alguna razón me agrado la idea de que yo podría gustarle, pero resulta que no le gusto, creo que le aterro.

—Ay cariño...

—No sé por qué me tiene como un idiota, ni siquiera se mucho de ella ¿Tiene eso sentido?

—El amor no se puede explicar.

—El amor me da náuseas.

— ¡Tengo una idea! Ve a dar un paseo al parque y despeja tu mente.

—Primero debo arreglar este lugar.

—Vete y yo me encargo.

—Pero...

— ¡No me contradigas! Ve hijo.

—Gracias mamá–dije mientras me iba.

— ¡Espera!

La voltee a ver, ella me señalo el pecho, me vi y aún cargaba el delantal puesto. Me reí avergonzado, lo deje en la mesa, fui a la entrada y tome mi chaqueta.

Camine hasta el parque, estaba lleno de personas, suspire, aquí no sería capaz de despejar mi mente, había mucho ruido. Empecé a caminar en busca de una banca, cuando de pronto alguien chocó contra mí y caí sentado al piso. Estaba apuntó de gritarle cuando vi que era Anna, que suerte la mía.

— ¿Estas bien?–dije preocupado.

Ella levanto la vista y se asustó, ni se por qué ya que mi cara es muy hermosa.

—Como lo siento Diego–dijo avergonzada.

—Unicornio, en serio necesitas unos lentes–mencione mientras reía.

— ¿No estas furioso?

—No, tranquila, sabiendo que mi querida amiga unicornio es ciega no hay problema–sonreí.

Me sonrió tímidamente, chiste más tonto no se me pudo ocurrir, me levante y luego le ayude, fuimos sentarnos a una banca para que ella pudiera ponerse sus zapatos.

— ¿Que hacías por aquí?–me interrogo.

—Bueno yo...

Oh pues vine aquí para olvidarte por un rato ya que me traes como un tonto. No puedo responder eso, la asustaría y es muy rápido para ser preciso ¿Qué debería responder?

— ¿Se te olvido porque venias o qué? –dijo sacándome de mis pensamientos.

— ¿Que ya no puedo venir al parque?–reclame molesto.

— ¡Tonto! –me observo molesta–Solo era una pregunta.

¡Cielos! Soy un genio, a este paso la enamoró en 20 años.

—Solo concéntrate en buscar tus zapatos.

— ¡Ash! ¿Dónde quedo el Diego amable?

Enterrado en mi corazón junto a mis sentimientos por ti. Ella abrió su mochila, empezó a buscar sus zapatos.

— ¡No están!–dijo preocupada.

— ¿¡Que!? ¿¡Te los robaron!? ¡No puede ser! Hay que llamar a la policía–respondí sarcástico.

¿Qué pasa conmigo? Soy un tarado, ella se quitó sus patines y los metió a su mochila, se levantó y comenzó a caminar, debía hacer algo, no podía permitir que se fuera así. Me puse de pie, la tome de la muñeca, ella se detuvo.

— ¿Te iras sin zapatos?

—Claro que no ¿Que no ves que traigo mis zapatos invisibles puestos?–respondió sarcásticamente.

—Déjame que te lleve a casa.

— ¿Cómo? ¿Traes auto?

¿Cómo hago que me ames? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora