Cosas que no se perdonan

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Advertencia: el siguiente escrito no ne nada humorístico, pero sigue siendo parte de la vida diaria de estos cuatro, toca temas sensibles y no se recomienda leer si se padece de depresión, por su atención, muchas gracias.

Andrew estaba que los nervios se lo comían vivo, todo su cuerpo temblaba, pero sus músculos irónicamente estaban más rígidos de lo que debería considerarse sano.

A su derecha, sentado en una silla pegada a la pared, se hallaba Pierre, llorando en silencio, podían notarse los suaves espasmos de su espalda, se había hecho bolita en la silla y sus ojos imposiblemente verdes miraban con aprehensión la puerta frente a ellos.

Caden estaba dentro con Mauricio, curando los cortes y, por el ruido que oían, muy probablemente luchando porque México no se hiciera más daño.

—¡Déjame! —Escucharon el alarido de la voz de México.

El tono tan desgarrado y tan deprimente, el dolor que permeaba cada letra, cada sílaba, cada intento por dejar de respirar... el grito que reflejaba lo roto que estaba.

—Alejandro, cálmate... sólo voy a curarlas... no, ¡suelta eso!... ¡basta, ni lo pienses!

El ruido dentro del cuarto aumentó, se escuchaba el forcejeo, objetos siendo aventados, los gritos casi delirantes del mexicano.

—¿Entramos? —Susurró un más que aterrado Pierre.

Andrew miraba la puerta fijamente, escuchaba los ruidos como algo muy lejano, su mente había viajado a un punto en el pasado.

<<—¡Josh! —Exclamó sosteniendo el cuerpo ensangrentado de México entre sus brazos, había vendado ya algunos cortes, pero la hemorragia no se detenía. —Por favor, aguanta.

Mauricio sonrió débilmente y acarició con su casi laxa mano derecha su mejilla.

—An... —Murmuró con debilidad. —déjame morir, por favor... por favor... déjame ir. —Rogó

—¿Es por él? —Preguntó con enfado.

—Es por todo... nadie me ama, An... a nadie le importo.

En ese instante, y solo en ese momento, se dio cuenta de lo rotos que ambos estaban.>>

—¡Alejandro! —El grito aterrado de Caden lo trajo de nuevo al presente, llenándolo de determinación.

—Muévete, Pierre, vamos a entrar.— Dijo asiendo la jeringa con el tranquilizante.

El quebequense asintió y juntos abrieron la puerta, topándose con una escena desgarradora: Caden estaba desbordando en llanto parado al lado de la ventana, se le veía golpeado y con varios raspones, mirando esos aojos celestes con mucha desesperación al mexicano.

Mauricio, por su parte, se encontraba parado a un metro de Caden, con un cuchillo de cocina colocado por su propia mano en el cuello, los brazos y las piernas llenos de cortes profundos y toscos, hechos con odio... un odio infinito hacia sí mismo.

Andrew sintió las lágrimas caer inmediatamente... ese de ahí era su único amigo genuino, el único que no lo juzgaba por sus errores, ese de ahí, tan vulnerable y frágil era el ser que más resiliencia había mostrado...

Ese hombre de ahí, con un cuchillo puesto cerca de la garganta, amenazando con acabar con su propia vida era México, la nación todo bromas y sonrisas, aquel que tenía siempre un buen concejo o una sonrisa cálida llena de amor... ese de ahí era parte de su familia, su primer familiar real.

Ninguno de sus hermanos sabe esto, nadie aparte de ellos sabe cuan profunda es la depresión y el autodesprecio de México, y es mejor así...

Porque la verdad los está matando a los cuatro poquito a poco.

Andrew no le da tiempo a Mauricio para reaccionar cuando ya le está enterrando la aguja de la jeringa con un potente calmante en el cuello.

Mauricio lagrimea y esos ojos marrones que en algún momento en el pasado mostraban la felicidad más pura ahora lo veían con dolor y súplica, vacíos... sin vida.

—A-An... Jammie...—Murmura con voz estrangulada.

Las lágrimas de Andrew caen en la cara de Mauricio, la expresión en su rostro es tal que solo al mirarse uno podía sentir el tremendo miedo y dolor que el americano invadía en ese instante.

—Perdóname, Joshi... pero soy tan cobarde que no puedo dejarte ir... no soy capaz de imaginarme un mundo sin mi familia...

Los ojos de México se cierran poco a poco, mostrándose adormilados.

—An...

—Perdóname...

—Te... perdono... pero no me... dejes nunca... solo...ninguno...me deje... solo...

Luego de que México callera dormido a causa del sedante comienza la rutina normal para esos casos, Pierre limpia el cuarto, Caden cura las autolesiones de Mauricio y Andrew llora desconsoladamente mientras repone los objetos rotos.

Mirando por la ventana a la gente pasar, Pierre se retira del cuarto de Mex para ir a una sala de la casa en particular, un pequeño cuartito en la azotea que Andrew y él se encargaron de clausurar.

Saca de entre sus ropas la llave del candado y entra al lugar, donde, de frente, lo recibe un cuadro de un hombre alto, de nariz fina y pómulos afilados, de ojos entre gris y azul, tan fríos como el hielo, con el típico uniforme soviético.

—Eres un maldito... tú... ¡Tú eres el culpable!, maldito hijo de puta —Dijo colérico para terminar lanzando y rompiendo varias cosas del cuarto, fotos, marcos, pinturas e incluso una pequeña matrioshka.

En algún punto, el quebequense estaba en el piso llorando y gritando de rabia, de rencor...

—Sabía que estarías aquí... —Dijo Caden con vos ronca. —Ya controlé el ataque de ansiedad de Andrew, hora de calmar tus nervios.

Se acercó con cuidado al pelinegro, y a pesar de que este apretara los dientes y los labios, logró darle el calmante.

Ahora, con un dormido quebequense entre sus brazos, Caden salía del cuarto, apañándoselas para cerrar el lugar aún cargando a su compañero.

Recargó la frente en la puerta y rio con amargura.

—Ay, Iván... sé que ya no te importa, pero... hay algunas cosas que no se perdonan...

Bajó de nuevo al interior de la casa y acomodó a Pierre en su habitación, luego, y con mucho cuidado entró al cuarto de Mauricio.

La imagen que daba era deplorable, la sangre manchaba las sabanas y las cobijas, el propio México en sí se veía fatal con esa palidez y esas ojeras.

Se acercó a besar la frente del mexicano y luego con una sonrisa triste volvió a la puerta, antes de cerrar susurró con una sonrisa triste:

—Feliz cumpleaños, México.

Mientras afuera la algarabía llenaba el lugar, mientras los mexicanos festejaban la independencia de su nación sin acordarse ni un minuto de ella realmente... mientras ellos fingían quererlo falsamente, México estaba postrado en su cama, sin celebrar su propio cumpleaños, sanando de su octagésimo cuarto intento de suicidio.

—Al menos, España llamó en la mañana. — Comentó aliviado el canadiense antes irse a dormir.    

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