Fiestas.

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Ricardo veía aburrido como todos bailaban y se divertían en el baile del festival anual de culturas amigas que siempre auspiciaba Mauricio.

Suspiró desganado, no podía irse con cualquiera y dejar a Andrew ahí tirado, de ser así el yanqui se molestarías mucho con él.

Para su buena fortuna, México al fin se había podido deshacer de Polonia y de Reino Unido y por fin había ido por él para rescatarlo.

—Mira, sé que ya empezó la música de los artistas actuales de Rusia, pero te juro que se baila igualito que la nuestra... sí, chillé e imploré para que pusieran música de Dima Bilan.

—Eso explica la cara avergonzada de Mijaíl... ¡Pero claro que bailo! —Aceptó Ricardo jocoso.

Corea del sur miraba toda la escena con curiosidad, al parecer Puerto Rico solo podía bailar y divertirse con otros miembros de la confianza de Andrew.

Kim miró a los otros cuatro divertirse en grande en la pista de baile, así que decidió acercarse al americano para saber la razón de su autoaislamiento.

—Si no bailas en estos eventos, entonces, ¿con qué te entretienes? —Preguntó de forma tímida.

Andrew lo volteo a ver con un mini pan francés entre los labios, tenía las mejillas atiborradas de postres varios y acaparaba todas las charolas comida, botanas y postres.

Daba una imagen muy adorable el desgraciado.

Con trabajo tragó todo y luego preguntó contento:

—¿Qué me decías, Kim?

—Ahm... Nada, América, creo que ya entendí.

Digo, si tienes dos pies izquierdos o hueva de bailar, siempre puedes llenarte de comida.

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