I N T R O

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Lo primero que podías ver cuando entrabas a la casa de los Bannerman era una muchacha con los dedos teñidos de tinta de colores y un montón de cuadernos abiertos a su alrededor, con su cabello recogido todo en una maraña desordenada en la cima de ...

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Lo primero que podías ver cuando entrabas a la casa de los Bannerman era una muchacha con los dedos teñidos de tinta de colores y un montón de cuadernos abiertos a su alrededor, con su cabello recogido todo en una maraña desordenada en la cima de su cabeza que pretendía ser una coleta; una liga entre cabello chocolate y un montón de hebras cayendo en su frente y parte posterior del cuello.

Sus padres estaban en el piso de arriba, los escuchaba desde la comodidad de su sala, probablemente dormidos, y con la televisión encendida.

Pensaba que tal vez podría acabar de hacer la tarea de física esa noche, después de todo era fin de semana, y tenía tiempo de sobra. Podía desvelarse si quería, y aunque en su habitación había una amplia selección de entretenimiento virtual y físico, por alguna razón los números impresos sobre el papel le parecieron mucho más atractivos.

Tecleó algo rápidamente en la calculadora y anotó el resultado en su hoja. Su proceso involucraba una hoja arrugada en la que hacía apuntes desordenados, sin apuro por terminar, con números disparejos y feos, y otra mucho más pulcra en la que plasmaba todo su trabajo duro.

En realidad, disfrutaba mucho de hacer la tarea, en especial si eran números. Le gustaba esa satisfacción que la llenaba cuando terminaba y miraba los miles de números en el papel, los resultados. El saber que lo había hecho todo ella misma, sin ayuda de nadie, y que ninguna persona podría adivinar el orden de sus apuntes más que ella la hacía sentir completa.

Era viernes en la noche, y bajo la luz de la enorme lámpara de la sala, Nicole se acomodó en el sillón, sentándose sobre sus talones.

Usualmente no tenía problemas para concentrarse en su tarea, pero esta noche era diferente. Su cerebro le estaba haciendo una mala jugarreta desde que habló con Taylor en la mañana y ella juró arrastrarla a una fiesta en la noche. Su concentración iba degradándose de a pedazos, cada vez más débil hasta que pronto las luces de colores tomaban posesión de su mente. Los recuerdos la invadían con rapidez y ya no estaba en la sala de su casa, había viajado en el tiempo una hora y estaba en la fiesta de Mason Bryant, jurándole a todo el mundo que bailaría hasta que sus piernas se negasen a responder.

CALM | Finn WolfhardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora