E I G H T E E N

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Thin White Lies: Part Two

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Thin White Lies: Part Two

Estaba comenzando a tener pesadillas con el pitido que emitía su celular al llamar a Taylor

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Estaba comenzando a tener pesadillas con el pitido que emitía su celular al llamar a Taylor. Estaba confirmando que había faltado porque, no solo era ella la que no lograba dar con la pelinegra, sino que nadie más la había visto y aparentemente ni siquiera estuvo en práctica de soccer, así que sí, Taylor no había asistido a clases, pero ¿por qué no le estaba contestando el teléfono?

Entendía, sí, pero la había llamado veintitrés veces, dejado doce mensajes y escrito treinta y cuatro textos y ninguno le llegaba. Estaba comenzando a preocuparse, y si no fuese porque el señor Witter le dijo que tenía una nota de enfermedad de su parte ya hubiese una patrulla de policía interrogando a todas las personas de su clase. Nicole no se tomaba este tipo de cosas a juego.

Había dos razones por las que la llamaba como una desquiciada y se negaba a dejarla en paz. Primero que nada, quería asegurarse de que estuviese bien, pedirle perdón por ser una terrible, egoísta y desconsiderada amiga, jurarle por su vida que jamás volvería a hacerle nada parecido y escucharla aceptar su disculpa, lo que equivalía a un insulto que Nicole no se tomaría en serio.

Segundo, para llorarle un par de minutos.

Caminaba como un alma en pena por los pasillos tratando de evitar cualquier tipo de contacto visual. Se había vuelto tan pequeña que podía entrar en el bolsillo delantero de una camisa. Se escondía entre puertas y columnas, pretendiendo que tenía clases en la otra punta del edificio cuando la verdad era que esperaría a que el alumnado se disipara para correr hacia el baño y encerrarse en un cubículo. Se podía ir al demonio su asistencia perfecta o la tarea que debía entregar, no iba a levantarse en frente de toda la clase sabiendo que más de la mitad se estaría preguntando cómo es que la está pasando ahora que le han roto el corazón.

Sabía que, si Taylor estuviese a su lado, levantaría un puño amenazante hacia cualquiera que osase en voltear hacia la señorita. Con ella no se jugaba; ella no toleraba nada. Con ella se sentía segura. Pero Nicole había metido las cuatro patas en el lodo y dejado huellas en la alfombra blanca, así que, cuando no hubo respuesta a la veinticuatroava llamada entrante, no hizo más que encogerse de hombros, resignada, y continuar caminando hacia el baño.

CALM | Finn WolfhardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora