N I N E T E E N

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Lonely Heart: Part One

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Lonely Heart: Part One

Nadie supo nada de Nicole Bannerman el resto de la semana

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Nadie supo nada de Nicole Bannerman el resto de la semana. La castaña se aseguró de que no hubiese manera de que la contactaran en el par de días que decidió tomarse. Hizo que Lola llamara al director y le diese un falso discurso sobre el agotamiento mental de Nicole y de cómo necesitaba un descanso para no tener que lidiar con faltas injustificadas y pasó su martes entre las sábanas leyendo todos los libros de romance que recolectó en su viaje a Barnes & Noble. Su miércoles fue día de limpieza; desinfectó cada superficie de la casa, lavó, secó y dobló tres tandas de ropa. Separó las cosas que ya no usaba y las que ya no le quedaban y empacó todo en una bolsa que donaría a la iglesia el domingo. Barrió, trapeó y abrillantó los suelos, pulió las ventanas, cambió sus sábanas y cobijas y hasta desempolvó el techo. Cuando su padre regresó de trabajar, lo hizo dejar sus zapatos junto a la puerta y usar un par de bolsitas en los pies como calcetines, y cuando Lola llegó, le pidió disculpas por terminarse su cloro. El jueves horneó la tanda más grande de galletas de avena que jamás había hecho. Las decoró con chocolate blanco y coco y se comió la mitad mientras bailaba al ritmo de ABBA frente al sistema de sonido. Para cuando el rock en español comenzó a sonar, había pastel de banano sobre el mostrador, gelatina en la refrigeradora y té de limón en su taza favorita, la que rezaba "Chocolate Milk Party" y se ponía de otro color con el vapor de agua. Estaba teniendo una semana espectacular, hasta que su padre decidió que era tiempo de dejar de esconderse y regresar a clases.

No, Nicole no le había contado a nadie lo que había pasado, en su lugar, había fingido migrañas, agotamiento, cansancio y echado la culpa a su periodo que todavía tenía tres semanas enteras para llegar. Lola le creyó, pues como mujer entendía lo difíciles que podían ser esos días del mes, pero su padre no terminó de creerse su mentira piadosa, porque sabía que los cólicos de Nicole nunca venían con fuerza, y que cuando tenía su regla le brotaban un millón de granitos en la frente de los que siempre se quejaba.

Recibía su tarea por email y enviaba hojas escaneadas por el mismo medio, manteniendo su promedio perfecto y al mismo tiempo se pintaba las uñas y escuchaba los diálogos de Bridget Jones's Diary mientras la película corría en el televisor. Aparentemente, la castaña se veía bien. Había hecho el quehacer, cocinado y terminado su tarea, pero llevaba su cabello en una coleta bajo su capucha porque no se lo había lavado, cubría con esmalte los irregulares bordes de sus uñas que se había arrancado por la ansiedad, usaba el mismo pijama que tenía ya más de sesenta horas sin quitarse y escondía una pila de envoltorios de chocolates bajo la almohada.

CALM | Finn WolfhardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora