—¿Te gustaría quitarme la camisa?—una sonrisa malévola se formó en los labios de la morena que veía a una ojiazul desde el borde de la cama. La castaña asintió, pausadamente, mientras tragaba en seco. Una comilla en sus mejillas se formó al ver a la mujer de ojos chocolates levantar una ceja con curiosidad—. ¿Por qué no te acercas?—la incitó, con su dedo índice.
Valentina caminó lentamente hacia los brazos de Juliana que la esperaba con alegría.
—Eres aún más preciosa cuando obedeces—le dijo tomándola por las caderas.
—¿Qué vas a hacerme?—le preguntó en voz baja. Juliana sonrió de medio lado.
—Lo que tú quieras que te haga.
Los orbes azules de Valentina brillaron con devoción y atacó los labios de la morena con determinación.
Ambos cuerpos cayeron sobre la cama sedosa de aquel fino hotel a las afueras de la ciudad donde muy animadamente, habían acordado verse cada vez que pudieran. Valentina gimió contra los labios de Juliana y la morena contuvo un gemido para no gritar del placer que estaba sintiendo solo por sentirse querida en ese momento.
—Tus besos son mi adición favorita, luego de ese mar de chocolates que tienes en los ojos—susurró contra su boca—. Me gustas tanto, Juliana. Tanto, que no sé cómo contenerme cuando estás cerca y eres prohibida. Me gusta este juego—la castaña acarició el orillo del pantalón que tenía la morena con la yema de su dedo índice, muy despacio. Torturándola—. Este que decidimos crear a espaldas de la sociedad. Este juego, que es solo nuestro.
—¿Te divierte?—le preguntó la morena incorporándose sobre sus codos—. Esto, ¿te divierte?
Valentina sonrió.
—Mentiría si te digo que no—contestó—. El que seas prohibida para mí lo hace aún más excitante, Juliana. Esto que soy es gracias a ti. Tú, me creaste. Soy todo lo que desde un principio deseaste. Una mujer apasionada que aprendió a vivir el sexo en su plenitud. ¿Sabes que es lo mejor de todo?—su boca llegó hasta su vientre, y su lengua acarició todo el espacio descubierto—. Que contigo aprendí todo esto, y puedo seguir disfrútandolo.
—Eres. . . —Valentina se incorporó para verla.
—¿Soy qué, Juliana?
—No me gusta cuando te expresas de esa manera.
—Es nuestra realidad—le sonrió—. Somos amantes. ¿O olvidas todas esas veces que fuiste hasta mi departamento para buscarme?
—No entiendo porqué siempre tienes que hacer todo esto.
Juliana se separó de Valentina, viéndola con confusión. La castaña respiró profundamente.
—¿Cuál es tu problema?—preguntó en voz baja—. ¿No era esto lo que querías desde la primera vez que me viste?
—No.
Levantó una ceja.
—¿No?—rió—. Discúlpame por creer lo contrario cuando. . .