Prólogo

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—Me temo que no son buenas noticias.

Matteo Balsano no se movió. Mil años de sangre azul corriendo por sus venas y toda una vida de implacable autocontrol le permitieron mantener el gesto de su rostro medio moreno y delgado, totalmente inexpresivo, mientras el oftalmólogo bajaba la vista y consultaba el historial clínico que tenía abierto sobre el amplio escritorio de caoba de la consulta.

—Según los análisis, tienes el campo de visión seriamente afectado en la sección central, lo que indica que las células de la mácula se están descomponiendo prematuramente...

—Ahórrate la explicación científica, Pedro —la voz de Matteo era dura—. Ve directamente a la parte en la que me dices qué puedes hacer para solucionarlo.

Se hizo un silencio. Matteo sintió cómo sus manos apretaban tensas los reposabrazos del sofá de piel en el que estaba sentado, y esperó la respuesta, estudiando con intensidad la expresión del rostro de su médico y buscando pistas en su tono de voz.

—Oh, me temo que la respuesta es que no mucho.

Matteo no dijo nada. Tampoco se movió, pero por dentro era como si le hubieran asestado un puñetazo en el pecho. Ahí estaba, aquel casi imperceptible toque de lástima en la voz del oftalmólogo.

—Lo siento, Matteo.

—No lo sientas y dime qué va a pasar. ¿Podré seguir pilotando?

Pedro suspiró. Nunca era fácil dar una noticia como aquélla, pero en el caso de Matteo Balsano era especialmente difícil y cruel.

Pedro había sido amigo del padre de Matteo, lord Angelo, hasta su muerte cuatro años atrás, y era consciente de que al alistarse en la RAF, las fuerzas aéreas británicas, los dos hermanos Balsano seguían una antigua y distinguida tradición familiar en el ejército británico. También conocía la fuerte rivalidad que existía entre Matteo y su hermano menor, Leonardo. Los dos eran pilotos excepcionales, los dos habían ascendido en la jerarquía militar hasta alcanzar uno de los puestos más envidiados de la RAF, el de comandante de vuelo del Escuadrón Typhoon, el cuerpo de élite más exclusivo de las fuerzas aéreas.

Matteo, el mayor, había superado recientemente a su hermano al ser ascendido a comandante en jefe del escuadrón, el puesto más alto para un piloto. Interrumpir de cuajo una carrera tan impresionante era muy duro, y no había forma agradable de hacerlo, así que el oftalmólogo decidió no andarse por las ramas y hablar con franqueza.

—No. Según la información que tengo delante, no tengo más remedio que darte de baja inmediatamente. Tardaremos un poco en establecer un diagnóstico en firme, pero de momento todos los indicios apuntan a una enfermedad llamada distrofia macular de Stargardt.

Matteo continuaba inmóvil. El único indicio de las emociones que debían estar matándolo por dentro era el casi imperceptible tic de un músculo bajo la mejilla bronceada.

—Todavía veo perfectamente. Todavía puedo volar. Seguro que esto se puede mantener de manera confidencial.

El oftalmólogo negó con la cabeza.

—No para la RAF. A nivel personal, puedes contárselo o no a quien quieras. La decisión es tuya. De momento tu capacidad para llevar una vida normal no se verá afectada, al menos de inmediato, así que nadie se dará cuenta de lo que te ocurre.

—Entiendo —Matteo dejó escapar una risa amarga, casi al borde de la desesperación—. Mi vida será normal, al menos de momento. Supongo que ahora me contarás qué va a cambiar.

—Me temo que es una enfermedad degenerativa.

Matteo se puso en pie bruscamente.

—Gracias por tu tiempo, Pedro.

—Matteo, espera, por favor. Seguro que tienes preguntas o dudas que yo pueda...

El hombre se interrumpió cuando Matteo se volvió a mirarlo.

—No. Me has dicho todo lo que necesito oír.

—Puedo pasarte algunos libros cuando estés preparado —Pedro deslizó un folleto por encima del escritorio y continuó hablando con forzado optimismo—. Asimilar un diagnóstico como éste no es fácil y llevará su tiempo. ¿Todavía sigues saliendo con esa chica, la abogada?

Matteo quedó pensativo un momento, sopesando la respuesta.

—Ámbar —respondió por fin—. Es financiera corporativa. Sí, seguimos saliendo juntos.

—Bien —Pedro sonrió aliviado, y añadió, con cautela—. ¿Y Leonardo? Ahora está aquí, ¿Verdad?

—Sí, los dos nos hemos tomado unos días libres antes de empezar otro servicio la semana que viene —sonrió débilmente—. Mucho me temo que esta vez tendrá que ir solo.

Al salir a la calle, Matteo parpadeó.

Era un día nublado de enero, pero incluso la luz grisácea que se filtraba a través de las nubes le hacía daño. Sin titubear ni un momento, decidió enfrentarse a la situación sin el apoyo de nadie.

Se detuvo en la acera antes de cruzar y miró al edificio de enfrente. Sobre él, una valla publicitaria con un gigantesco póster que anunciaba un disco de música clásica. La foto era de una joven castaña en un espectacular vestido de noche verde. Era una foto que había visto en innumerables ocasiones por toda la ciudad desde su regreso a Londres, pero de repente se dio cuenta de que hasta ahora no se había fijado demasiado. Ni en eso ni en tantas otras muchas cosas. Soltando un profundo suspiro, echó la cabeza hacia atrás y miró a la joven. Los ojos enormes y luminosos, de un tono esmeralda, parecían estar llenos de tristeza, y aunque los labios rosados se curvaban en una especie de sonrisa parecían temblar de incertidumbre. Y en ese momento se dio cuenta.

Mirando a la mujer, vio con brutal claridad todo lo que iba a perder. Y sintió que la oscuridad que pronto se apoderaría de su vista envolvía por completo su corazón.

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Aquí el prólogo para que vayan entrando en la historia... nos leemos en unos días con el primer capítulo ♥️

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora