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No, esa sensación no tenía lugar en su vida, pero la fragancia femenina, el ligero peso y el suave calor que desprendía el cuerpo de la joven al tratar de zafarse de sus brazos habían despertado en él un anhelo que se tenía prohibido.

Ella levantó la cabeza y lo miró.

—No puedo quedarme... —protestó débilmente—. Sería demasiado... no puedo...

Matteo la soltó y dio un paso atrás, cerrando la puerta del coche con fuerza innecesaria.

—¿Tienes algún otro sitio donde ir?

—No.

—Pues entonces será mejor que nos saltemos la parte de las protestas, ¿No crees? Yo diría que ahora sí que no tienes elección, y en mi casa hay sitio de sobra.

Luna contempló la mansión. De ladrillo rojo, tenía un porche central de piedra, una hilera de amplias ventanas que se extendía a ambos lados de manera interminable, y un juego de tejados inclinados desde los que se alzaban numerosas chimeneas hacia el cielo plomizo. Era una casa preciosa, pero grande, oscura e implacable. Igual que su propietario.

Éste ya caminaba hacia ella, y la miró impacientemente.

—¿A qué estás esperando?

—No puedo dejar aquí el coche —titubeó ella—. Alguien podría verlo, y mis cosas... —casi sonaba como una niña histérica, pero no importaba.

—Dame las llaves y encargaré que se lo lleven de aquí —dijo él tendiéndole la mano con la palma extendida. Después rodeó el coche y abrió el maletero, de donde sacó una enorme maleta—. Has planificado bien tu huida —comentó.

—No, no estaba planificada. Esto se preparó ayer. Para esta noche...

—La noche de bodas, claro.

Matteo no quiso imaginar lo que habría en ella, las prendas seleccionadas para una noche muy distinta a la que le esperaba ahora. Fuera lo que fuera, en su casa no las necesitaría. El ala donde pensaba alojarla llevaba un año sin ser utilizada, y estaba helada. También estaba lo más lejos posible de su dormitorio.

Luna lo siguió y atravesó una inmensa puerta de madera con un estremecimiento. Se sintió como Bella al entrar en el castillo de la Bestia.

Delante de ella Matteo titubeó al llegar a una puerta al otro extremo del vestíbulo.

—Es por aquí —dijo por fin.

El impresionante vestíbulo de entrada daba paso a otro más pequeño donde había una doble escalinata hacia el piso superior. Matteo ya estaba subiendo las escaleras, muy cerca de la pared, rozando con los dedos los paneles pintados. Hipnotizada, Luna lo observó casi como si pudiera sentir el delicado roce en la piel.

Al llegar arriba, Matteo giró a la derecha y siguió por un largo y oscuro pasillo color verde esmeralda con lámparas tapizadas en seda a intervalos regulares en ambas paredes que él no se molestó en encender. Luna se detuvo un momento a mirar por una de las ventanas desde donde se divisaba un patio interior cuadrado dividido en cuatro parterres donde no crecía nada.

Luna tuvo que apresurar el paso para alcanzarlo, dejándose guiar por el eco de los pasos masculinos en el suelo de roble pulido. La casa era espectacular.

—Aquí —dijo él abriendo una puerta.

Luna lo siguió al interior de una enorme habitación dominada por una inmensa chimenea de mármol que tenía poco más de una amplia cama con dosel sobre la que él dejó su maleta.

—Será mejor que te quites ese vestido.

El atardecer lanzaba sombras negras y alargadas a la habitación y, alarmada al oírlo y en guardia, Luna lo miró a la cara. La expresión del hombre era glacial. Aparentemente ajeno a su nerviosismo, el hombre se acercó a las ventanas y cerró las cortinas, dejando la habitación sumida en la oscuridad.

No pretendería... ¿Tendría razón su madre? ¿Es que los hombres sólo querían una cosa, como Simón?

Luna se sujetó a un poste de la cama, temblando y con la boca seca. Sintió la vibración del aire cuando su anfitrión pasó junto a ella en la oscuridad y oyó el suave ronroneo de sus movimientos. Fue incapaz de reprimir un quejido. Entonces la lámpara de la mesita se encendió y bañó la habitación en una agradable y cálida luz.

—Estaré abajo —dijo él yendo hacia la puerta.

Luna parpadeó, sorprendida.

—No. ¡Matteo! ¡Espera!

Él se detuvo en el umbral de la puerta y esperó a que ella continuara, pero de repente Luna sentía como si tuviera la garganta llena de arena. Lo miró con desesperación, con la boca abierta y casi sin poder hablar.

—Necesito... necesito ayuda. Con el... vestido —balbuceó por fin.

Luna lo vio titubear, y después llevarse una mano a la cabeza.

—Oh... —le oyó decir, en una mezcla de exclamación y maldición.

Temblando violentamente, Luna se volvió y le ofreció la espalda, agachando la cabeza para que pudiera bajarle la cremallera.

Matteo pareció tardar una eternidad, hasta que por fin los dedos largos y esbeltos le apartaron el cabello de la nuca y se deslizaron tanteando por encima de la sensible piel de los hombros, dejando un rastro de exquisitas sensaciones a su paso. Con los dedos encontró la cremallera, tiró de ella hacia abajo y retrocedió unos pasos.

Después salió de la habitación sin decir nada, dejándola abrazada al poste de la cama.

Luna cerró los ojos, buscando con desesperación una sensación de alivio en su corazón, pero tuvo que morderse los labios al notar la oleada de desolación y anhelo que la embargó. Había pensado que temería el contacto, pero fue muy diferente. Lo que sintió fue una sensación que hasta aquel día se creyó incapaz de experimentar, que había nacido en ella cuando él la abrazó aquella mañana en el cementerio.

Con asombro e incredulidad, se dio cuenta de que la sensación que le estaba acelerando el pulso y llenándole el cuerpo con un agradable calor no era miedo.

Era deseo.

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Hola gente! Les va gustando la historia? 💕

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora