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Matteo se movió con velocidad para interponerse entre las dos, protegiendo a Luna con su cuerpo de la mirada dañina de la rubia.

—Ya te avisé de que venía —habló despacio la recién llegada—. Deberías conocerme lo suficiente para saber que cumplo lo que digo. He dejado mis cosas en el estudio y me he servido una copa —dijo sacudiendo la melena con desdén—. Espero que no te importe.

—Sí me importa. Te dije que no vinieras.

—Cierto.

Al oír el veneno en la voz femenina, Luna sintió el impulso de rodear a Matteo con los brazos, deseosa de sentir su calor y su protección, pero de repente se dio cuenta de que Matteo no se había situado entre Ámbar y ella para protegerla, sino para ocultarla. Estaba avergonzado.

—¿Qué quieres, Ámbar? —preguntó él dando un paso hacia adelante.

—Tengo que enseñarte una cosa —respondió Ámbar con flema—. Oh, bueno, quizá eso no sea la forma mejor de expresarlo. Lo siento, querido. Pero me perdonarás cuando veas lo que es. Está en la biblioteca.

Con eso desapareció de nuevo en el interior de la casa. Por el momento Matteo no se movió. Después, al recordar la presencia de Luna, se volvió a mirarla.

—Ve con ella —dijo Luna—. Eso es lo que me ha dicho por teléfono, lo que no quería que te dijera. Lo que quería explicarte...

Matteo sacudió la cabeza con el ceño fruncido.

—¿Qué? ¿Qué?

—Que iba a venir... a verte. Quiere volver contigo, Matteo.

—Cielos, Luna... yo creía que... —bajó la cabeza un momento, y después dio un par de pasos hacia ella.

Luna alzó las manos.

—No importa. Por favor. Estoy bien. Ve con ella.

[...]

—Siento apartarte de tus invitados —dijo Ámbar de pie junto al escritorio de Matteo en la biblioteca—. Aunque tampoco los estabas atendiendo demasiado. Debo decir que me sorprende ver que no has perdido tu encanto, Matteo. Me encanta ver que sigues tan atractivo e impresionante como siempre.

—No sé por qué te preocupa, entre nosotros no hay nada.

Ámbar soltó una risita.

—Oh, querido, no sabes cuan irónico es lo que acabas de decir —dijo caminando despacio alrededor de la mesa.

En un momento se agachó para recoger algo que dejó sobre el escritorio, aunque Matteo no podía distinguir qué era.

—Ahí lo tienes, querido, la razón por la que me preocupa. ¿Lo ves?

Matteo respiró profundamente, haciendo un esfuerzo para contener su rabia.

—No, no, no lo veo, como sabes muy bien.

—No lo creas —dijo ella—. Sé lo que dijeron los médicos, pero imaginaba que ya eras un inválido. Sin embargo tu aspecto es completamente normal. Supongo que esa mosquita muerta con la que estabas no lo sabe, ¿Verdad?

—No es asunto tuyo.

—Es evidente por la forma de mirarte que no lo sabe —continuó Ámbar despiadadamente—, y yo procuraría que siguiera siendo así. Decirle que su héroe es un discapacitado es como decirle a un niño que Papá Noel no existe.

Matteo giró en redondo, buscando el pomo de la puerta, consciente de que si permanecía más rato con ella nada podría evitar rendirse a los violentos impulsos que lo asaltaban. Quería volver con Luna, pero se detuvo un momento para decir:

—No sé para qué has venido, Ámbar, pero no debes preocuparte. Nada de lo que digas puede...

Matteo se interrumpió cuando un fuerte llanto resonó en la biblioteca desde su escritorio.

—¿Nada? —dijo melosamente Ámbar en el silencio que siguió—. ¿Qué tal «Acércate a conocer a tu hijo»?

[...]

En el pasillo Luna se abrió paso entre los invitados en dirección a la biblioteca. Tenía que averiguar qué estaba pasando. Al acercarse a la puerta entreabierta, vio a Matteo allí de pie, con la mano en el pomo, pero su resolución se desvaneció al oír la voz de Ámbar:

—Acércate a conocer a tu hijo.

Luna se detuvo en seco. Por la apertura de la puerta vio la triunfal expresión de la mujer. Sobre el escritorio, en una sillita de bebé, divisó una diminuta mano antes de que Matteo cerrara la puerta de golpe y la dejara temblando fuera.

—¿Es mío?

—Si pudieras verlo no lo preguntarías —respondió Ámbar—. Es un Balsano de la cabeza a los pies. Si no lo fuera, ahora yo no me vería en esta situación.

Matteo se acercó despacio hasta la ventana tratando de mantener la distancia entre Ámbar y él.

—¿Qué situación?

—Lucas me ha echado —dijo—. Creía que el niño iba a ser suyo, pero dado que Lucas es deliciosamente escandinavo y rubio, es evidente que no lo es.

—Tienes que haberlo sabido por las fechas —masculló Matteo con los dientes apretados.

Ámbar no era mujer que dejara nada al azar, y su cuerpo seguía el mismo calendario estricto y controlado que el resto de su vida.

Matteo la oyó suspirar.

—Debió ser las últimas dos semanas. Cuando te... diagnosticaron. Leonardo estaba en Londres... —por el momento su voz se entrecortó, y enseguida se endureció, casi a la defensiva—. Fueron unos días terribles. No sabía qué hacer. No tenía a nadie con quien hablar...

—Pobrecita —dijo Matteo con desprecio.

—Fue horrible —gritó ella—. Tú dejaste de hablar conmigo. Me apartaste de tu lado.

—No es así como yo lo recuerdo —dijo Matteo—. Si no recuerdo mal, cuando te conté lo que me había dicho Arias saliste corriendo de la habitación y volviste a Londres a no sé qué fiesta. Y qué casualidad, la fiesta la daba Lucas...

—Estaba destrozada y necesitaba tiempo para pensar —protestó Ámbar—. De repente tú no eras el mismo de siempre, el hombre del que me había enamorado. Y cuando volví al día siguiente, no me hiciste ni caso. De no haber sido por Leonardo, no sé cómo lo habría soportado... —se interrumpió un momento antes de añadir en voz baja—. Leonardo fue muy bueno conmigo.

—Por supuesto —dijo Matteo amargamente—. Porque había ganado. Era el vencedor de los dos, y por eso podía permitirse ser bueno contigo.

—No es verdad. Él también estaba destrozado. Te admiraba profundamente, Matteo, y verte debilitado, incapacitado, era más de lo que podía soportar. No me sorprendió cuando me dijeron que había muerto. No tenía que haber pilotado aquel avión. Estaba demasiado afectado.

—Por el amor de Dios, ¿Ahora vas a decirme que yo también tengo la culpa de la muerte de Leonardo? —le espetó él con rabia—. Lo único que me hace soportable su muerte es saber que, esté donde esté, se estará riendo porque él ganó. De aquí a la eternidad él será siempre un héroe, por el amor de Dios.

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora