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De pie en el vestíbulo bajo el retrato de su bisabuelo, Matteo apuró una copa de champán y la cambió por otra llena.

La casa se estaba llenando de invitados y el sonido de sus voces empezaban incluso a apagar la música del cuarteto de cuerda que Jazmín había contratado para amenizar la velada.

En medio de todo ello, Matteo se sentía más aislado que nunca. Pero no por sus problemas de vista sino por la ira que lo dominaba. Con Ámbar. Probablemente había contado a todo Londres que Matteo el heroico era ahora Matteo el desgraciado, aunque de ella no podía esperar nada más. Siempre había sido dura como los diamantes. De hecho, fue lo que primero que le atrajo de ella. Pero, quien más daño le había hecho había sido Luna.

He estado en peligro de enamorarme de ti.

En pasado. Pero ya no, ahora que conocía su terrible verdad. Matteo sabía que debía ejercer su papel de invitado, pero sólo pensar en el esfuerzo que le costaba hacerlo le deprimía.

Dando media vuelta, se metió hacia el vestíbulo interior, lejos de la mayoría de los invitados.

La casa estaba espectacular. Incluso a pesar de su vista reducida, notaba que Easton Hall había cobrado nueva vida. Estaba tan acostumbrado a las sombras de la oscuridad que se había olvidado de lo preciosa que podía ser. Tenía que encontrar a Jazmín para darle las gracias... aunque primero tendría que reconocerla. La conocía desde hacía años, pero distinguir a una rubia entre tantas otras no le resultaría muy fácil.

Continuó caminando hacia el comedor, pero al pasar junto a la escalinata que descendía desde el primer piso, escuchó la conversación de dos hombres.

—Mira eso. Bajando por las escaleras... —estaba diciendo uno de ellos.

El segundo dejó escapar un silbido de admiración.

—Vaya, normalmente no me gustan las castañas, pero por ella haría una excepción. Mira qué par de...

Matteo se detuvo en seco, con la adrenalina corriéndole por las venas. Era el anfitrión de la fiesta, de acuerdo. ¿Sería aceptable dejar a uno de sus invitados inconsciente de un puñetazo?

—¿No es la chica de los pósteres? ¿La pianista? Lleva el pelo distinto, pero la reconocería en cualquier parte —estaba diciendo el otro hombre—. El año pasado había una valla publicitaria enorme con su foto a la salida de la estación de Bank.

Matteo continuó hasta una puerta lateral y salió al patio interior. Las temperaturas habían bajado considerablemente, pero el recinto estaba iluminado por el suave resplandor de una docena de velas que marcaban ambos lados de los senderos nevados y las escaleras en cada una de las esquinas. Se detuvo al llegar al centro del patio donde los senderos convergían y suspiró.

Jazmín había hecho un excelente trabajo. En realidad sólo la había contratado porque la recordaba de tiempos pasados y había oído que su negocio no iba bien. Pero era buena, muy buena. El efecto que había creado en el patio y en la casa con una iluminación basada casi exclusivamente en las chimeneas encendidas y las velas era elegante y espectacular.

—¿Matteo?

Luna le puso una mano en el brazo y él se tensó al instante y abrió los ojos.

—He venido a pedirte disculpas...

—No hay motivo. Al menos has sido honesta —la interrumpió él.

—No debía haberte dicho eso... lo de enamorarme de ti si...

—Ahórratelo —le espetó él y fue a pasar delante de ella para alejarse, pero Luna lo sujetó con la mano—. Suéltame, Luna.

—No, por favor, Matteo, quiero explicártelo. Lo de Ámbar, antes no he podido terminar y decirte que...

—¡No quiero oírlo! —exclamó él sujetándole la mano con brusquedad para apartarla.

En el forcejeo que siguió, llegó un momento en que ninguno de los dos estaba seguro de quién luchaba contra quién. Con una exclamación desesperada, Luna trató de apartarse, pero él continuaba sujetándola, atrayéndola de nuevo hacia él, hacia su cuerpo, y ella se dejó llevar, apoyándose en él.

De repente las manos masculinas estaban en su espalda, y ella entreabría los labios al sentir la boca de Matteo en ellos, y ella le entrelazó los dedos en el pelo, tirando de él hacia ella, pidiendo más. No hubo ternura en el beso, sólo una intensidad nacida de la desesperación, de la frustración, del dolor, del anhelo. La pared a la espalda de Luna estaba fría y húmeda, pero ella se apoyó, temiendo no ser capaz de sostenerse y se arqueó hacia él, en una actitud que no dejaba dudas sobre sus deseos. Luna notó cómo separaba las piernas, y alzaba las caderas hacia él mientras las manos de Matteo se deslizaban hacia abajo.

¿Y qué si amaba a Ámbar? Ahora estaba allí, con ella. Y era real, la única realidad que existía para ella. Lo necesitaba. En ese momento.

Luna lo oyó gemir, y sintió sus labios en la garganta y sus dedos hundirse en su melena corta y tocar la nuca que antes había estado cubierta por su larga cabellera castaña. Entonces, de repente, sintió una repentina oleada de aire helado cuando le echó la cabeza hacia atrás y, al abrir los ojos, lo vio mirándola con una intensidad cargada de desesperanza.

—Tu pelo...

Luna no le dejó continuar. Le enmarcó la cara con las manos y tiró de él. Por un momento lo atormentó rozando la boca masculina con labios temblorosos, hasta que lo oyó gemir y supo que estaba tan perdido como ella. El momento se alargó, se intensificó, y lentamente ella recorrió con la lengua el labio superior acariciando...

¡Dios santo!

Una voz de mujer, casi tan fría y punzante como las estalactitas que colgaban de los aleros del tejado, interrumpió el silencio.

Creía que era un baile, no una orgía.

Matteo se tensó y se incorporó con una maldición.

Luna reconocía la voz de la llamada telefónica de aquella mañana, aunque ahora en ella ya no había ni rastro del interés ni la preocupación de entonces, sino únicamente crueldad. Miró a la puerta. Allí, iluminada por las velas había una mujer de melena rubia.

Ámbar.

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora