—¿Leonardo?
No fue más que un susurro, pero el micrófono sobre el piano amplificó el sonido.
—¿Matteo?
Como autómatas manejados por control remoto, todas las cabezas se volvieron hacia el final de la sala. Allí vieron a un hombre inmóvil, de pie en el pasillo central, llevando en brazos a un bebé que lloraba desesperadamente.
Luna volvió a sentarse al piano y con infinita ternura empezó a interpretar el Nocturno en Mi menor de Chopin. Aunque el director se había retirado, uno a uno los miembros de la orquesta se unieron a la interpretación y la sala se llenó de los delicados sonidos del compositor polaco.
Bajo los focos, las lágrimas de Luna brillaban como diamantes, y su cara era como la de una doliente Madonna, vivo reflejo del dolor, amor y adoración que sentía.
En el auditorio de Bankside Hall había unas mil trescientas personas. Cuando la música terminó en un profundo silencio, Leonardo era una de las pocas que no estaba llorando. Por un momento hubo una ausencia total de sonido, seguido de un golpe seco, el de una puerta cerrándose al final de la sala.
Cuando todos se volvieron a mirar, el hombre del niño había desaparecido.
Y cuando miraron de nuevo al escenario la pianista tampoco estaba.
Luna avanzó por la laberíntica red de pasillos y pasadizos detrás del escenario del auditorio tratando de encontrar a Matteo entre esperanzada y aterrada.
Seguramente había ido con Ámbar, le dijo firmemente su razón. O quizá ésta había tenía algún que otro compromiso y dejado a Matteo solo y sin saber qué hacer con Leonardo. Pero había ido a verla, y eso era lo importante.
No podía dejarlo marchar sin verlo una vez más. Sabía lo mucho que Matteo amaba a Leonardo, y tenía derecho a saber que iba a tener otro hijo. Su hijo.
Por fin llegó hasta la terraza que se alzaba encima de la famosa entrada modernista del Bankside Hall. Corrió hacia la barandilla y miró hacia abajo.
El lugar estaba desierto, excepto por el hombre que cruzaba el vestíbulo hacia la puerta. No había duda, era Matteo con Leonardo en brazos.
—Matteo, por favor, espera. No puedes irte así —exclamó ella tratando de detenerlo.
Lentamente él se volvió.
—Tengo que irme.
—¿Y Ámbar? ¿Te está esperando?
Por el momento él se quedó perplejo, sacudiendo la cabeza con irritación.
—¿Ámbar? No esta aquí. Nunca hemos estado juntos.
Luna tenía las manos clavadas en la barandilla de metal.
—Pero Leonardo... —dijo ella con desesperación—. Dijo que si no volvías con ella se llevaría a Leonardo.
Matteo pareció entender. Con gran cuidado dejó a Leonardo en su asiento en el suelo.
—Otra de sus sofisticadas tácticas —dijo él.
Una diminuta chispa de esperanza brilló en algún lugar del corazón de Luna.
—¿Por qué has venido? —preguntó.
—A verte —repuso él, y enseguida se corrigió—. A oírte. Lo que sea. Ha merecido la pena. Eres maravillosa.
—Pero tú eres un ignorante —protestó ella incapaz de acallar la esperanza que se extendía como un fuego descontrolado por todo su cuerpo. Sin dejar de mirarlo, fue avanzando por la barandilla—. Tú mismo lo dijiste. Ni siquiera te gusta la música. Quemas pianos.
Matteo dejó escapar un largo suspiro.
—No creerías cuánto he cambiado.
Luna había llegado a las escaleras y empezó a descender con pasos silenciosos hacia él. Las lágrimas caían por sus mejillas, y casi no se atrevía a esperar.
—No quiero que cambies —susurró ella deteniéndose en el segundo escalón—. Te quiero tal y como eres.
Muy despacio Matteo alzó una mano y la estiró hacia ella. La sonrisa que le ofreció era de una tristeza infinita.
—Oh, Luna... —dijo con resignación—. Yo también te quiero. Demasiado para arruinar tu vida. Eres demasiado inteligente, demasiado hermosa y tienes demasiado talento para malgastarlo conmigo. Tu sitio es aquí, y si hasta ahora he tenido alguna duda, verte esta noche las ha despejado todas. Si estuviéramos... —su voz se apagó—. No sería más que un estorbo, y no puedo hacerte eso. No lo haré.
Por momentos Luna se quedó sin habla, sin acabar de entender lo que estaba oyendo. Alargó la mano y acarició con infinita ternura la palma masculina.
—Repítelo... —jadeó—. Repite eso otra vez.
Sus dedos se entrelazaron con fuerza, como si los dos estuvieran en lados opuestos de un profundo barranco.
—Te quiero —repitió él—. Te quiero, pero no te retendré a mi lado. No te apartaré de tu profesión. Tenías razón. Tus manos son demasiado valiosas para vivir en Easton Hall. No puedo hacerte eso.
—No es necesario que lo hagas —dijo ella con renovada alegría en la voz—. Lo voy a hacer yo. Después de esta noche me retiro.
—No...
—Sí —dijo ella con ternura, mirándolo con ojos desafiantes y llenos de amor—. Esta vez, Matteo Balsano, no tienes elección. A partir de esta noche empieza mi baja por maternidad, y tú no puedes hacer nada para impedirlo.
—¿Qué? —la cabeza de Matteo se levantó violentamente, pero en sus ojos brillaba una profunda emoción.
Con suavidad Luna colocó la mano que tenía entrelazada con la suya sobre el bulto bajo el vestido de sartén.
—¿Lo ves? —susurró.
Y entonces Matteo la abrazó y la besó con el hambre y la ansiedad de cuatro meses de sufrimiento y separación.
Cuando por fin se separaron, Matteo no sabía si la humedad que tenía en las mejillas se debía a las lágrimas de Luna o a las suyas.
—Quiero casarme contigo —dijo él—. Es lo que más deseo en el mundo, pero ¿Crees que podrás vivir con mi enfermedad?
—No puedo vivir sin ella —dijo ella—. Porque es parte de ti, y no puedo vivir sin ti. Tu vida es mi vida. Tus problemas, tus alegrías, tus triunfos, son míos. Son todos míos. Tú me das valor.
Matteo se echó a reír.
—Vas a necesitarlo si el bebé que esperas es un niño. Créeme, los hermanos Balsano pueden ser una auténtica pesadilla —le aseguró sujetándole la cara entre las manos. Después la besó en los labios.
Detrás de ellos alguien tosió.
—Señorita Valente, disculpe...
—¿Hm? —murmuró Luna sin separar la boca de la de Matteo. —El público desea saber si habrá un bis. Quieren más.
—Y no son los únicos —dijo Matteo con una sonrisa, dando un paso hacia atrás y empujándola en dirección al auditorio—. Ve...
—No tengo que...
—Claro que sí. Hay más de mil personas esperando.
—Pero Leonardo y tú son los únicos que me importan.
—Esperaremos todo lo que haga falta.
—Cinco minutos —le susurró ella al oído—. Y después soy tuya, para siempre.
Cerrando los ojos, Matteo sonrió dándose cuenta de que en aquel momento cinco minutos eran una eternidad.
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➵ He leído esto un montón de veces y aún me hace llorar, que lindo todo 🥺
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Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación Lutteo
FanfictionEl atractivo Matteo Balsano llevaba una vida alocada... hasta que todo cambió y se aisló del mundo. ☾ Fecha de publicación: 27.05.20 ☾ Fecha de finalización: 29.08.20 ☾ Historia adaptada. ☾ Todos los derechos y créditos reservados a su autora origi...