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—¿Qué? ¿Una asesina? —preguntó Matteo burlón—. ¿Una psicópata? ¿La jefa de un grupo mafioso?

—No, claro que no, pero... —era imposible ocultar la desesperación. Quería hacerle ver a lo que se enfrentaba, pero no sabía cómo expresarlo— . Oh, ¿Para qué? Olvídalo. No podría hacértelo entender. Por favor, déjame sola.

—¿Para que te emborraches hasta perder el sentido? Si eso es lo que quieres...

El hombre dio media vuelta, y una oleada de pánico se apoderó de Luna. Tuvo que sujetarse a los pliegues de piedra de los ropajes del ángel para no echar a correr detrás de él. Era ridículo, por supuesto. No era más que un desconocido, pero algo en la intensidad de su rostro, el control de su voz, la fuerza de sus hombros, le hizo creer por un momento que podía ayudarla. Rescatarla.

No es lo que quiero, pero no tengo elección.

El hombre se detuvo y se volvió a mirarla, aunque sus ojos parecían perderse más allá.

—Por supuesto que la tienes. Eres joven. Estás viva —dijo con énfasis señalando con la mano hacia la tumba de su hermano—. Yo creo que tienes elección. Lo que te falta, Luna, es valor.

Luna se quedó mirándolo alejarse con la boca abierta. El hombre se movía despacio, casi con cautela, a pesar de las piernas largas y la complexión atlética. No sabía nada de ella.

¿Cómo se atrevía a decir que le faltaba valor?

Valor. Una cualidad que a ella nadie le había enseñado a valorar ni desarrollar. Obediencia sí. Y disciplina, y perseverancia, y paciencia, y entrega... pero no valor.

Matteo Balsano desapareció de su vista y un momento después Luna oyó el ruido de un coche al ponerse en marcha. Estirando la cabeza, vio un coche deportivo negro arrancar velozmente y girar por un sendero de grava a la izquierda de la iglesia.

—¡Luna!

Al reconocer la voz de su madre, Luna salió corriendo sin pensarlo a ocultarse detrás de la enorme lápida de piedra a su lado. Agachada e inmóvil, el corazón le latía desbocadamente en el pecho.

—¡Luna!

La voz estaba más cerca.

«Tengo veintitrés años y aquí estoy, escondiéndome de mi madre como una niña traviesa», se dijo cerrando con fuerza los ojos, pero de repente el rostro de Matteo Balsano apareció ante ella con una débil sonrisa.

Lo que de verdad te falta es valor.

Vaciló un momento, y después se puso en pie lentamente.

Enfundada en un ceñido chándal rosa y calzada con los zapatos de tacón de aguja de la noche anterior, Monica Valente se dirigía hacia su hija con expresión asesina en la cara.

—Estoy aquí.

Por un momento, Monica pareció quedarse sin palabras al ver a su hija salir de las sombras del monumento funerario, pero enseguida descargó toda la fuerza de su ira contra ella.

—¿Qué demonios estás haciendo?

Luna se fortaleció contra el grito indignado de Monica, y pensó en la última persona que le había hecho esa misma pregunta. Matteo Balsano.

—¿Y bien? ¡Estoy esperando!

Con gran esfuerzo, Luna se obligó a volver junto a su madre.

—He salido a dar un paseo.

—¿Has salido a dar un paseo? —repitió Monica, temblando de ira— . Por todos los santos, ¿Por qué tienes que ser tan egoísta, Luna? Y hoy además. ¿Te crees que no tengo bastante que hacer con todos los preparativos de la boda sin tener que perseguirte por todas partes porque eres una egoísta y una inmadura incapaz de organizarte sola? ¿Eh?

Al llegar al sendero, Luna abrió la boca para responder, pero su madre sólo se había interrumpido para respirar y no esperaba ninguna respuesta por su parte.

—Simón ha llamado por teléfono. He tenido que decirle que estabas en el baño. Dios sabe qué diría si sabe que has salido a dar un paseo — hablaba como si Luna hubiera estado deslizándose en monopatín por la autopista.

—Creía que era de mala suerte que el novio hablara con la novia antes de la boda —dijo Luna con sarcasmo—. No me gustaría estropear nuestra oportunidad de vivir felices y comer perdices para siempre.

Su madre le dirigió una mirada venenosa.

—No te atrevas a empezar con eso ahora, jovencita —masculló con dureza—. Será mejor que recuerdes lo afortunada que eres al casarte con Simón.

Luna se detuvo y se plantó delante de su madre.

—No es verdad. Yo no le importo nada. No me quiere ni...

—¡Cállate! ¡Cállate de una vez! —gritó su madre al borde de perder los estribos—. Te crees muy lista, ¿Verdad? Pues deja que te diga una cosa, Luna. El amor no es nada más que una estúpida fantasía. No significa nada. Nada. Tu padre me dijo que me amaba, ¿Y de qué me ha servido? Estuve a punto de morir en un parto por darle un hijo y ni siquiera tuvo la decencia de quedarse a mi lado para verte crecer. El amor no te trae seguridad.

Una terrible imagen se presentó ante los ojos de Luna. Los dedos de Simón clavándose en sus muslos, intentando separarlos, aquella horrible noche en Viena cuando...

Luna había sobrevivido a la situación separándose de la persona que había sufrido y soportado todo aquello. La mujer a las que Simón dominó entonces era Luna Valente, pianista disciplinada, prometida obediente e hija complaciente. Pero en absoluto la verdadera Luna. El problema era que cada vez le resultaba más difícil recordar quién era la verdadera Luna.

Ella era alguien que quería ser valiente. Y tener seguridad en sí misma.

Entró de nuevo en la casa y cerró la puerta tras ella sin hacer ruido.

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora