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El alba empezaba a teñir el cielo de rosa sobre los jardines cubiertos de nieve.

Sentada en un sillón, Luna hizo un esfuerzo para mantener los ojos abiertos. En sus brazos el pequeño Leonardo dormía plácidamente, y ella llevaba horas contemplándolo, viéndolo parpadear ligeramente. El niño tenía la piel pálida, pero lo que más llamaba la atención eran sus manos, que se movían y cerraban con la misma expresividad y elocuencia que las de su padre.

Luna dejó caer la cabeza contra el alto respaldo del sillón y cerró los ojos, recordando las manos de Matteo en su cuerpo, desnudándola a la luz de la luna, los dedos deslizándose sobre su piel temblorosa, acariciándole la cara.

De repente se presentó ante ella la imagen masculina caminando delante de ella en la oscuridad, con sus largos dedos rozando la pared, casi como si...

Levantó bruscamente la cabeza con los ojos muy abiertos.

Entrando en la cocina, Matteo se dirigió directamente al cazo para calentar agua, pero retiró la mano inmediatamente al comprobar que ya estaba caliente. Giró en redondo.

Luna estaba acurrucada en un sillón en el otro extremo de la mesa, y fue hacia ella.

—Deberías estar en la cama —dijo él de mal humor.

Se hizo un breve silencio, y aunque no le veía los ojos, Matteo sentía la mirada femenina clavada en él.

—Sí, ya lo sé. Me encantaría estar en la cama. Pero por lo visto ese lujo está reservado para Ámbar y para ti.

Matteo le dio la espalda y volvió junto a la cocina. No se había acostado, pero no se lo dijo. Llevaba toda la noche despierto, pensando, planeando, y esperado a que se hiciera de día para llamar a un amigo cuya esposa era médico. Ésta le había confirmado que probablemente Ámbar sufría depresión posparto y que lo mejor sería que estuviera temporalmente alejada del bebé.

—¿Dónde está Leonardo? —preguntó él simulando indiferencia, mientras buscaba una taza.

—Aquí —repuso ella con sorna, como si estuviera diciendo algo evidente.

No para él, pensó Matteo.

—¿Por qué no te has acostado? Se ha dormido, ¿No?

Luna abrió la boca, incrédula.

—¿Y qué querías que hiciera con tu hijo? ¿Dónde iba a acostarlo? Me has pedido que me ocupara de él y lo he hecho, aunque si llego a saber que iba a ser para toda la noche, no sé si habría estado tan dispuesta.

Sus palabras cargadas de ira resonaron en el silencio de la cocina. Matteo esbozó una fría sonrisa.

—Perdona, no debía habértelo dejado tanto rato.

—Claro que no. No sé nada de niños. Nunca he tenido un bebé en brazos —continuó ella—. No sabía qué hacer...

—No parece que Leonardo tenga ninguna queja —observó Matteo señalando con la cabeza en dirección al bebé, que había agarrado con la mano uno de los mechones de Luna y tiraba de él hacia abajo.

—Es precioso —comentó Luna —. Lo que hace tu comportamiento todavía más despreciable. Y en cuanto a Ámbar...

—No está bien —le atajó Matteo.

—¿Qué quieres decir?

—Sufre una fuerte depresión posparto. No está capacitada para cuidar de un niño. Además, el hombre con quien vivía en Londres la ha dejado porque sospecha que el hijo no es suyo.

—Por el amor de Dios, no me extraña —exclamó Luna. Se puso en pie y apoyó al niño en su hombro —. Míralo, Matteo. Míralo. Es tuyo, ¿No lo ves?

No —respondió él con increíble serenidad—. No lo veo, maldita sea.

Se hizo un largo silencio y ninguno de los dos se movió. Casi se lo había dicho. Pero rápidamente se arrepintió de las palabras que habían salido de su boca y se apresuró a corregirlas.

—No veo ninguna similitud, la verdad. Para empezar, soy más moreno que él, pero de momento lo importante es que Ámbar necesita un descanso. Quiere ir a París a un balneario, lo que significa que yo me quedo con el niño.

—Oh, querrás decir yo, ¿No? —dijo Luna burlona.

Matteo la miró desde su altura y clavó los ojos donde pensó que estaban los de ella, mirando a la oscuridad del centro de su visión e imaginando los luminosos ojos esmeralda que le habían obsesionado durante semanas después de ver la valla publicitaria a la salida de la consulta de Pedro Arias.

—Tiene gracia, precisamente es lo que iba a decir.

[...]

La semana siguiente a la fiesta no hubo más nieve, con lo que el maravilloso mundo blanco de la noche de la llegada de Luna a Easton Hall se convirtió en una realidad húmeda y gris. Igual que sus esperanzas.

¿Por qué había accedido a quedarse y cuidar del niño?

Incorporándose, Luna echó otra maraña de ramas al montón y sintió el dolor en los hombros. Con lo poco que dormía por las noches, quizá no era lo mejor tratar de limpiar y cuidar el jardín interior de la casa, pero el ejercicio era mucho mejor a la atmósfera dentro de la mansión.

Miró hacia el carrito de Leonardo, donde el niño continuaba durmiendo plácidamente, sin duda agotado por otra noche en vela. Igual que ella. Incapaz de dormir toda la noche de un tirón, Leonardo solía despertarse durante la madrugada para tomar otro biberón. Después, para dormirlo de nuevo, Luna había adoptado la costumbre de ponerlo en su carrito y llevarlo al salón mientras ella tocaba el piano durante una o dos horas.

Tras cinco noches sin apenas dormir, Luna se sentía agotada y mareada, pero sobre todo se sentía abandonada. Desde la partida de Ámbar, Matteo se había alejado por completo tanto del niño como de ella.

Se acercó al carrito y pasó un dedo por la rosada mejilla del bebé, y al instante se dio cuenta de que estaba caliente. ¿Tendría la gripe? ¿O alguna otra enfermedad que ella desconocía?

Entró rápidamente en la cocina y tomó al pequeño en brazos. Estaba ardiendo.

—¡Matteo! ¡Matteo!

Sobresaltado por los gritos el niño despertó y rompió a llorar. Luna lo puso sobre la mesa e intentó destaparlo para verlo mejor, aunque las manos le temblaban de pánico.

—¡Matteo! —volvió a gritar al bajarle el cuello del body y ver unas manchas rojas por el pecho del pequeño—. Matteo... —gimió, tomando al niño en brazos y pegándolo contra su cuerpo.

—¿Qué ocurre?

Matteo estaba en la puerta, y ella suspiró aliviada.

—No lo sé. No sé qué le pasa, pero creo que está enfermo —explicó ella precipitadamente, consciente de que estaba empezando a portarse como una histérica —. Está ardiendo, y no deja de llorar...

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora