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-2 para el capítulo final

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Unas voces en el pasillo llamaron su atención. Primero la voz chillona de su madre, y después otra más grave. A los pocos segundos la puerta se abrió de par en par y Luna sintió una descarga de alivio y esperanza al ver a Matteo ante ella.

—¿Qué se cree que está haciendo? —preguntó Simón.

—Tengo que hablar con Luna —la voz de Matteo era como una cuchilla oxidada—. A solas.

—Imposible —dijo Simón alzando el mentón—. Antes del concierto no debe...

Matteo lo sujetó por el brazo y se lo retorció a la espalda.

—Tu debes ser el cerdo que la obligó a acostarse con el, y después quería obligarla a casarse. Es director de orquesta, ¿Verdad?

Simon dejó escapar un gemido de asentimiento.

—Supongo que dirigir con un hombro roto no será muy fácil —le amenazó Matteo sin soltarlo—. Así que hágame caso. Si vuelve a ponerle la mano encima, será el fin de su carrera —y de un empujón lo lanzó hacia la puerta.

Mascullando en voz baja y arreglándose la ropa, Simón salió del camerino tratando de mantener la cabeza alta.

Matteo y Luna quedaron frente a frente. Luna temblaba incontrolablemente, pero estaba totalmente inmóvil. Matteo la observaba en silencio, hasta que se metió las manos en los bolsillos y caminó despacio hacia ella.

—O sea que has vuelto a huir. Se está convirtiendo en un hábito.

Luna dio un par de pasos hacia atrás, sin poder creer la hostilidad en su voz. Se dio de espaldas contra la pared y bajó la cabeza.

—¿Para eso has venido? ¿Para recordarme que me falta valor? Porque si es así, estás perdiendo el tiempo. Ya lo sé.

—No, he venido a ver si estabas bien. He venido a comprobar que te has ido por tu propia voluntad, que la decisión ha sido tuya y de nadie más —Matteo sacudió la cabeza con desconcierto—. No podía dejarte marchar sin intentar entender el motivo.

Luna respiró profundamente, tratando de calmarse. Lo hacía por Leonardo. Por Leonardo y por Matteo, y por su futuro como padre e hijo. Era un amor por el que merecía la pena sacrificarse.

—Yo estaba de más —dijo ella con admirable calma—. Ahora Leonardo tiene a sus padres. No me necesita.

—¿Y yo? —le espetó Matteo, y enseguida le dio la espalda.

Luna lo vio llevarse la mano a la cara, frotarse la frente con los dedos largos y esbeltos. Al llegar a la puerta, que Simón había dejado abierta, Matteo la cerró de una patada y después se volvió a mirarla.

—¿No crees que merezco alguna explicación? ¿Al menos un adiós?

Se apoyó contra la puerta, y sólo la aterradora oscuridad de sus ojos y la tensión en la mandíbula traicionaban su ira.

—Si lo hacía temía que... dijeras algo para que me quedara.

Matteo dio un puñetazo en la pared.

—¡Dios, Luna! ¿Por quién me tomas? ¿Por un tirano? ¿Tan mala opinión tienes de mí que me crees capaz de chantajearte para obligarte a quedarte contra tu voluntad?

Apoyándose en la pared de enfrente, Luna echó la cabeza hacia atrás. Cada segundo, cada latido de su corazón, quería arrojarse a sus brazos. Todas sus nobles intenciones por Leonardo se veían arrolladas por el maremoto de necesidad que se abalanzó sobre ella al comprobar la fuerza y la intensidad de las emociones masculinas.

—No quería irme —gimió ella—. No quería, pero tenía que hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque me enamoré de ti —gritó ella—. Y porque no estás disponible. Lo único que me has ofrecido ha sido sexo. El resto de ti estaba totalmente fuera de mi alcance. Yo no puedo vivir así. Amando a alguien que no me ama. Tarde o temprano me destruiría. Todo el tiempo que hemos estado juntos me has mantenido a distancia, y sé que la culpa es mía porque quiero más, necesito más.

Matteo estaba totalmente pálido.

—Tienes razón —admitió él con los labios apretados—. Te mantuve a distancia, pero tenía una buena razón para ello.

Unos golpes rápidos en la puerta los interrumpieron.

—Cinco minutos, señorita —dijo una voz al otro lado.

—Oh, Dios...

Luna se llevó las manos a la cara y en un instante Matteo estaba a su lado, sujetándola, tranquilizándola, dándole confianza.

—Tranquila, estás bien. Deja que te ayude con el vestido.

En silencio Luna se dio la vuelta. El mundo se detuvo a su alrededor mientras los dedos masculinos recorrían la columna vertebral hasta la base del vestido para abrocharle la cremallera.

—¿Qué haría sin ti para vestirme?

Matteo la sujetó por los hombros y la volvió hacia él. Echando la cabeza hacia atrás la miró.

—Aún no es demasiado tarde.

—Sí lo es —susurró ella con la voz entrecortada—. Lo siento, Matteo, pero es demasiado tarde.

Unos nuevos golpes en la puerta interrumpieron la conversación.

—Están todos preparados, señorita Valente.

Matteo la soltó y dejó los brazos caer sin fuerza a los costados.

—En ese caso no te entretendré más —dijo, y se hizo un lado.

Luna estaba pálida como la nieve, temblando con el esfuerzo de no derrumbarse. La idea de tocar ante dos mil personas no era nada comparado con el vacío que llegaría a continuación, cuando volviera al camerino y Matteo ya no estuviera.

Junto a la puerta titubeó.

—Sólo quisiera... —empezó con una voz teñida por el dolor—. Sólo quisiera que hubieras podido decirme por qué no me has dejado acercarme a ti. Porque me gustaría saber que no es por una tontería como que te estás quedando ciego. Debes saber que eso no hubiera cambiado en lo más mínimo lo que siento por ti.

Muy despacio Matteo volvió la cabeza hacia ella con una expresión de intensa desolación.

—¿Te lo ha contado Ámbar?

—Sí, pero yo ya lo sabía. Lo supe en Easton Hall —dijo ella, y abrió la puerta—. Y también quiero que sepas que eso no te hace ser menos héroe, ni menos padre ni menos cerdo por destrozarme el corazón. Así que acéptalo y deja de ocultarte tras ello.

Por un momento tras la partida de Luna, Matteo permaneció inmóvil, como si fuera de piedra, y después corrió por el pasillo en su busca. Demasiado tarde. Se había ido.

Unos momentos después una ráfaga de aire pareció recorrer el edificio que se vio sacudido por una tormenta de aplausos y vítores. Pero para Luna, al sentarse al piano en el centro del escenario delicadamente iluminado, el aplauso y la adulación de dos mil personas no significaban nada.

Luna tocó para ella, para Matteo, y para Leonardo, para expresar un dolor que las palabras no podían manifestar.

Fue, sencillamente, la interpretación de su vida.

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora