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Sin soltarle uno de los brazos, el desconocido le quitó la botella de champán con la otra mano.

—Me temo que esto lo explica todo —dijo el hombre con expresión de asco—. ¿No te parece un poco pronto para beber? ¿O tienes algo muy urgente que celebrar?

—No —dijo ella con una risa breve y dura que por un momento estuvo a punto de convertirse en un sollozo —. No tengo absolutamente nada que celebrar. En realidad sólo intentaba armarme de valor, olvidar. Olvidar con el valiente y heroico Leonardo —añadió con una lánguida sonrisa pasando la mano sobre la lápida.

El hombre medio moreno no sonrió, sino que la soltó bruscamente. Luna se tambaleó hacia atrás y tuvo que apoyarse en la lápida.

—Vaya, Leonardo estará encantado de saber que una nimiedad como la muerte no le ha hecho perder su carisma y su encanto con las mujeres.

La amargura de sus palabras y de la expresión de su rostro hizo que Luna lo mirara. Entonces, horrorizada, se dio cuenta.

—Oh, Dios mío, lo siento muchísimo —se disculpó—. ¿Lo conocías?

Hubo un breve silencio, y después él estiró la mano con una breve sonrisa que iluminó por un momento la belleza varonil de su rostro.

—Matteo Balsano —se presentó. Y añadió—. Hermano de Leonardo.

Luna le estrechó la mano y al sentir los dedos masculinos cerrarse alrededor de los suyos, fuertes y firmes, deseó que no la soltara jamás.

Matteo retiró la mano y ella sintió que se le teñían las mejillas de rojo.

—Yo me llamo Luna. Y siento lo de tu hermano. ¿Era soldado?

—Piloto, de las fuerzas aéreas británicas. Le dispararon cuando volaba en una misión en Oriente Medio —explicó Matteo tenso.

—Qué terrible —dijo ella cerrando la mano.

El hombre se encogió de hombros.

—Son cosas que pasan —dijo con resignación—. Son gajes del oficio.

—¿Tú también eres piloto?

—Lo era.

—Supongo que hay que ser muy valiente. Saber que cada día cuando vas a trabajar estás mirando a la muerte a la cara.

—En mi opinión hay cosas peores que mirar que la muerte —dijo él con una risa áspera.

Luna suspiró y se dejó caer de nuevo sobre la tierra seca al pie de la tumba.

—Dímelo a mí —apoyó la cabeza en la losa y levantó la botella hacia Matteo y el ángel de Leonardo, sus protectores, antes de beber un largo trago—. Por el valor, el valor de verdad.

Por su visión periférica, Matteo tuvo una sensación de ojos esmeralda en un rostro pálido, una boca carnosa y sensual, y una gloriosa melena de pelo castaño que removió algún lejano recuerdo en su mente y lo dejó con el intenso deseo de poder verla bien.

Ella le ofreció la botella. Matteo la tomó, pero no bebió, sino que la dejó sobre la tumba de su hermano.

—Dime, Luna, ¿Qué es tan horrible para que estés sentada aquí con este frío bebiendo con los muertos?

—No lo quieres saber —repuso ella.

Era cierto. Matteo no quería saberlo. Él ya tenía suficiente con su sufrimiento, que desde luego lo tenía ocupado todo el día. Sin embargo dijo:

—Normalmente acostumbro a ser yo quien decide si quiero saber algo o no.

Luna levantó la cabeza y lo miró. El hombre tenía la mirada clavada al frente, y había algo en la impasibilidad de su expresión que le hizo desear confiar en él.

Voy a casarme —dijo con desolación—. Hoy.

—¿Eso es todo? —dijo el hombre arqueando una ceja—. Enhorabuena.

—No, no es una situación de enhorabuena. Es...

Luna se interrumpió al recordar lo que le esperaba. Aquella tarde, en una iglesia repleta de personas a las que apenas conocía, iba a casarse con un hombre a quien no quería, y peor, mucho peor, era pensar en la noche posterior, cuando Simón y ella fueran marido y mujer.

Matteo encogió los hombros sin dejar de mirar al frente. Su aspecto era tan lejano, tan distante, tan controlado, tan fuerte, que sin duda no sería capaz de entender. Seguro que aquel hombre no se había sometido a la voluntad de nadie en su vida.

—Las bodas no suelen ocurrir de casualidad o de forma espontánea. Supongo que tu opinión habrá contado.

—No —dijo ella en voz baja.

Matteo estaba a punto de dar media vuelta y marcharse, pero se acercó a ella. Luna vio que tenía los ojos de un extraordinario color avellana claro y que la contemplaba de forma extraña, con la cabeza ligeramente ladeada y echada hacia atrás, como en cierta actitud de desprecio.

—¿Te obligan?

Luna suspiró pesadamente.

—Bueno, no me han puesto una pistola en la sien, pero, sí, me obligan. No lo hago por propia voluntad.

Lo último que Matteo quería era involucrarse en una situación así, pero su sentido del deber, aletargado desde hacía un año bajo una capa de autocompasión y amargura, eligió ese momento para levantar de nuevo la cabeza.

—¿En qué sentido? —preguntó frotándose los ojos con una mano.

—La boda es la culminación de todo lo que mi madre siempre ha querido —Luna se echó a reír amargamente—. Si no me caso, seguramente me matará.

Pero eso era preferible a lo que le haría Simón si se casaba con él. Lo sabía, porque ya se lo había hecho.

—No puedes casarte para darle gusto a tu madre.

—No conoces a mi madre —dijo ella—. Es...

Luna titubeó sacudiendo la cabeza, mientras buscaba una palabra para definir la obsesión de Monica Valente con la carrera musical de su hija. La combinación de astucia y manipulación, que hubiera sido la envidia del mismísimo Maquiavelo, había conseguido su golpe definitivo con el compromiso matrimonial de Luna con Simón Álvarez, uno de los directores de música clásica más conocidos e influyentes del mundo.

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Perdón por no actualizar en tantos días, no tenía internet 🥺

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora