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—No, no... no, soy... una amiga de Matteo...

—¿Una amiga? —esta vez en la voz de la mujer había algo parecido al odio, y Luna contuvo el aliento, pensando que lo mejor sería colgar directamente antes de que dijera algo de lo que se arrepintiera—. En ese caso, si es amiga de Matteo, quizá pueda decirme... ¿Qué tal está? — preguntó la voz al otro lado del teléfono en un tono totalmente distinto, mucho más meloso y aparentemente preocupado por el estado de Matteo.

Luna tragó saliva, sorprendida por el cambio repentino en la actitud de la mujer.

—Está... bien.

Al otro lado de la línea hubo un suspiro.

—Lo siento, seguro que le parece una estupidez, y no me conoce, pero no sé a quién más preguntar. ¿Cómo está de verdad? Se lo pregunto como amiga. ¿Le parece deprimido?

Las piezas del rompecabezas empezaron a colocarse en su lugar a toda velocidad.

—Sí, un poco —respondió ella con la garganta seca—. No está muy contento.

—Oh, cielos, qué terrible —dijo la mujer—. Pero gracias, es un consuelo saber que está tan deprimido como yo. No podemos continuar separados. Lo que me ha dicho es todo lo que necesitaba saber para convencerme de que vuelva a su lado.

—Se lo diré... —logró balbucear Luna casi sin voz.

—¡No! —el grito casi instantáneo de la mujer sorprendió a Luna—. No, no se lo diga. No le diga nada. Quiero darle una sorpresa —continuó y rió con una risa que en lugar de tristeza era más bien triunfal.

Sintiendo náuseas, Luna colgó el teléfono justo en el momento en que la puerta principal se abrió y apareció Matteo bloqueando la brillante blancura detrás de él y con copos de nieve en el pelo castaño.

—¿Quién era? —preguntó.

—No ha dejado su nombre —dijo Luna en voz baja, y dio un respingo cuando el teléfono volvió a sonar.

Matteo descolgó al momento, echando chispas por los ojos.

¿Ámbar?

Luna retrocedió hacia atrás tambaleándose. Sin duda aquél era el final. Mucho mejor. Mucho mejor saberlo antes que ponerse más en ridículo de lo que se había puesto hasta ahora.

Fue a la cocina tratando de apagar la sensación de dolor y decepción que ardía en su pecho.

La noche anterior no había habido ninguna promesa, eso lo sabía, pero al menos quería poder creer que había significado algo mientras duró. La forma de mirarla, la intensidad con que parecía atravesar su rostro y llegar hasta su alma. Claro, ahora lo entendía. Matteo no la había visto a ella. Había visto a la tal Ámbar, pensó moviéndose como un autómata, sin prestar atención a la cafetera que estaba llenando de agua. ¡Qué tonta había sido! De repente se echó hacia atrás con un grito, al notar el agua salpicarle encima.

En ese momento unas fuertes manos le quitaron la cafetera y cerraron el grifo. Empapada y hundida, miró a Matteo que la observaba con dureza.

—Sólo iba a prepararme un café —dijo sin mirarlo a los ojos—, y después me iré.

—No seas ridícula. ¿Irte adónde?

Parecía distraído, y enfadado. Y muy frío.

—No lo sé, buscaré un hotel o algo. Tengo dinero...

—No, no irás a ninguna parte.

Matteo hablaba como si le costara decir las palabras, y así era. Por su tranquilidad y por su paz interior, quería que Luna se fuera, pero en el fondo necesitaba que se quedara.

—Pero quedamos que sólo sería por una noche.

Bruscamente Matteo se apartó y le dio la espalda, en una reacción que decía claramente que no quería que le recordara lo de la noche anterior.

—Acaba de llamar el hijo del ama de llaves —dijo él con los dientes apretados—. La señora Amanda ha sufrido una caída por culpa del hielo y está en el hospital con un tobillo y la clavícula rotos. No podía haber elegido peor día.

—Claro, el baile.

—Sí —dijo él sin volverse.

Estaba claro que no podía soportar verla, pensó Luna con inmensa tristeza.

—Quiero que te quedes —la sorprendió él una vez más—. Yo tengo trabajo. Han surgido problemas fronterizos en Oriente Medio y tendré que estar todo el día en comunicación con Whitehall y el Pentágono. Te necesito... —se interrumpió brevemente—. Necesito tu ayuda con los preparativos.

Luna sacudió la cabeza confusa. Por un segundo creyó que Matteo Balsano le pedía que se quedara porque la deseaba, no porque necesitara una empleada.

—No puedo, Matteo. Soy totalmente inútil en asuntos domésticos — protestó—. Seguro que se me cae una copa de vino tinto sobre alguno de los invitados...

—No seas ridícula —escupió él con rabia—. He contratado una empresa de catering que se ocupará de todo. Por el amor de Dios, no te estoy pidiendo que seas camarera.

La expresión helada de sus ojos apagó la llama de compasión que sentía por él y dejó un rescoldo de rabia.

—¿Entonces qué me estás pidiendo? —ella levantó la barbilla y lo miró desafiante—. Si no quieres que haga de camarera, ¿Qué es lo que quieres de mí, Matteo? ¿Una querida a tu disposición?

Luna se interrumpió bruscamente, al escuchar lo absurdo de la acusación. Una sonrisa se dibujó en el rostro masculino.

—¿Mi querida? No, te aseguro que no será necesario que vayas hasta tan lejos. Aunque ya que lo mencionas, para que quede totalmente claro, sólo te lo pido por razones prácticas. Lo que ocurrió anoche entre nosotros es totalmente irrelevante.

Luna contuvo una exclamación de dolor.

—¿Y si no quiero quedarme?

Matteo se encogió de hombros y dio un par de pasos hacia ella.

—Entonces vete, en cuanto sepas dónde. Sólo estoy pidiendo tu ayuda, no dictando una sentencia de cárcel.

Luna hundió las manos en los bolsillos de los vaqueros y miró a Matteo con una dolorosa sonrisa. El orgullo era un lujo que no podía permitirse en aquel momento.

—Está bien, me quedaré —dijo por fin—. Gracias. Procuraré ayudar en todo lo que pueda.

Matteo asintió secamente y salió de la cocina sin decir nada más.

[...]

Matteo entró en la biblioteca y cerró la puerta de golpe. Debería avergonzarse de sí mismo, pensó burlón. Por primera vez en un año había hecho algo desinteresado, altruista. Por primera vez en los últimos doce meses de desesperante soledad e impotencia, había hecho algo heroico, y ella había reaccionado como si le hubiera pedido que abrazara una boa. Era evidente que estaba impaciente por marcharse de allí, a pesar de que no tenía dónde ir. ¿Por qué?

La noche anterior había sido tan diferente. Sintió un gemido atormentado en la garganta al recordar la suavidad femenina, su ternura, su gratitud. Y entonces se sintió como un auténtico cerdo, porque sabía que iba a decepcionarla.

¿Qué había cambiado? Ámbar.

Aparte de los médicos, su antigua novia era la única persona que sabía que estaba perdiendo la vista. Y aquella mañana había hablado con Luna por teléfono. Seguro que se lo había contado.

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora