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Matteo cruzó la cocina hasta ella y, con un movimiento rápido y firme, sujetó al niño con las dos manos. Por un momento lo mantuvo suspendido en el aire y después lo sostuvo por la espalda con una mano, apoyándole la cabeza en el codo.

Leonardo parpadeó, soltó un sollozo y dejó de llorar, con los ojos avellanas clavados en la cara de su padre. Y entonces, como si lo hubiera reconocido, el pequeño sonrió.

Luna se llevó las manos a la boca, con ganas de reír y de llorar a la vez.

—Ha sonreído —susurró con incredulidad—. Matteo, ha sonreído...

Luna levantó la mirada, pero toda su alegría y emoción se desvaneció al instante al ver la expresión fría y dura como el granito en el rostro de Matteo.

—Lo que demuestra que está perfectamente —dijo él tajante entregándole de nuevo al niño sin ninguna ceremonia—. Ahora, si la crisis está superada, quizá pueda continuar trabajando.

Estaba a mitad de camino hacia la puerta cuando Luna logró hablar de nuevo.

—¡Cielos, Matteo! ¿Cómo...? ¿Cómo puedes irte así? Ha sonreído. ¿Es que no te das cuenta? ¡Ha sido su primera sonrisa!

—No me extraña —dijo Matteo sin inmutarse—. Hasta ahora no ha tenido muchos motivos para sonreír.

Al oírlo Luna se puso furiosa.

—Pero, ¿Cómo puedes ser tan insensible? —exclamó—. ¡Estás tan metido en ti mismo que eres incapaz de ver lo que ocurre delante de ti! Cada día que pasa dejas más de lado a tu hijo, y no puedo quedarme de brazos cruzados. Leonardo te necesita.

—En ese caso quizá tú quieras ir a hablar con el ministro de defensa americano mientras yo le cambio los pañales —respondió Matteo en un tono aparentemente sereno y cortés.

—¡Oh, por el amor de Dios! —exclamó ella con sorna—. ¡Olvídate de salvar el mundo unos días! ¿Por qué no salvas mejor la relación con tu hijo? Él no necesita un superhéroe, sólo un padre.

—¿Es eso todo? —repuso él aparentemente sin inmutarse.

—No, no lo es, ya que lo preguntas —dijo ella, con los labios apretados—. Tú me dijiste que me faltaba valor, y yo te escuché, aprendí de ti, y me hice más valiente. Y por eso puedo decirte esto. Eres tú a quien le falta valor, Matteo. Puede que hayas sido un excelente piloto de cazabombarderos, puede que hayas arriesgado tu vida por el bien y la seguridad de tu país, pero lo hacías por tu vanidad, para parecer un héroe, y para que mujeres como Ámbar cayeran rendidas a tus pies y en tu cama —Luna hizo una breve pausa antes de continuar—. Pero ya no eres un adolescente. Eres un hombre con responsabilidades, y es hora de que empieces a comportarte como tal y seas para tu hijo alguien que él pueda admirar.

Matteo la miraba con la cabeza ladeada y su habitual actitud de desprecio.

—Menudo discurso —dijo burlón—. Ya veo que has pasado mucho tiempo identificando mis numerosos defectos.

Hace una semana te creía la persona más valiente y fuerte que he conocido, pero ahora me doy cuenta de que estaba equivocada y de que he tomado por fuerza y valentía lo que no es más que insensibilidad y crueldad.

Matteo asintió lentamente con la cabeza.

—Entonces me alegro de haber estado buscando alguien más adecuado para ocuparse de Leonardo. Debes saber que he hablado con una agencia y me mandarán una persona el lunes.

Luna retrocedió unos pasos, como si la hubieran abofeteado.

—¡No! —dijo casi en un grito de desesperación.

—Será lo mejor para todos.

Matteo giró en redondo y se dirigió hacia la puerta, pero ella le impidió marcharse deteniéndose delante de él con Leonardo en brazos.

—Matteo, no, no puedes hacerle eso. Leonardo ya ha sufrido demasiados cambios en su corta vida. Se ha acostumbrado a mí, y yo... también a él — Luna era consciente de que su voz sonaba a súplica, pero estaba demasiado destrozada. La idea de separarse de Leonardo era insoportable.

—Leonardo ha podido vivir sin ti antes, y también podrá en el futuro.

Luna lo intentó de nuevo, como si estuviera defendiendo su propia vida.

—Yo puedo hacerlo, puedo cuidar de Leonardo como cualquiera. Ha sido una semana dura, pero lo peor ya ha pasado, y he aprendido mucho —le aseguró—. De ahora en adelante las cosas...

Se interrumpió al notar un olor a plástico quemado que procedía del horno. Matteo se le adelantó y, maldiciendo en voz baja, abrió la puerta del horno. Unas negras nubes de humo negro salieron de su interior.

—¡La pizza! —exclamó Luna—. Pero todavía le falta un rato.

Sacudiendo el humo, Luna sujetó un trapo y tiró de la bandeja. Con desolación vio que había olvidado retirar la base de poliestireno de la pizza y no le quedó más remedio que tirarlo todo al cubo de la basura. Cuando se volvió a mirar a Matteo, éste sonreía triunfal.

—¿Decías?

Era mejor que se fuera, pensó cruzando el pasillo. Leonardo se acostumbraría otra persona, alguien que no metiera una pizza en el horno con el envoltorio, alguien que no hiciera acusaciones sin conocer toda la verdad. Alguien que no pusiera la radio y bailara con él por toda la cocina, ni que lo envolviera en sus suaves bufandas y lo tranquilizara por la noche tocándole piezas de Chopin al piano a la luz de la luna.

La primera heroicidad de Matteo había sido permitir que Luna se quedara en Easton Hall. La segunda sería dejarla marchar. Leonardo la olvidaría. Pero era su padre quien quedaría sentenciado a una vida de recuerdos y añoranzas.

[...]

—Sh, Leonardo, cielo, sh tranquilo, tranquilo...

Probablemente el niño lloraba de hambre y cansancio, pensó Luna mientras sujetaba el asiento infantil de Leonardo en el deportivo de Matteo, que había tomado prestado después de comer para ir al pueblo a hacer algunas compras. Ahora ya iba de regreso a Easton Hall con la intención de preparar la cena.

Antes de eso se metió en la bañera con el niño y se relajó durante un rato, hasta que el niño quedó prácticamente dormido. Con ternura, se incorporó y salió de la bañera. Con sumo cuidado envolvió al pequeño en una toalla y lo depositó en el suelo, para poder lavarse la cabeza por primera vez desde la fiesta.

Quería impresionar a Matteo con su madurez y competencia, demostrarle que su presencia allí era indispensable. Aunque no irresistible, se dijo con tristeza. Desde la aparición de Ámbar en la vida de Matteo, éste ni siquiera la había mirado. Aclarándose los restos de champú del pelo, Luna suspiró y se puso en pie.

Incluso si hubiera tenido todo el tiempo del mundo para arreglarse, habría sido inútil. Matteo ni siquiera se fijaba en ella.

Música Para Dos Corazones ➵ Adaptación LutteoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora