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Aparté la vista de mi ordenador un momento, estaba temblando, las lágrimas me salían solas. No sabía que hacer, solo sabía que todo lo que decían era cierto, y que de alguna manera, me lo merecía.

Clin, clin, clin...

No paraban de llegarme mensajes.

Me agobiaba el hecho de no saber cómo pararlo.

Volví a mirar el ordenador.

Imbécil, ¿sabes todo el dolor que estas creándole a esa niña? Mejor que nunca hubieras nacido.

Otro mensaje.

Quien te haya dicho que fueras tú misma, no podría haberte dado peor consejo. Adelgaza un poquito, ya hasta te cuesta entrar por la puerta de clase.

Y otro más.

Envidio a la gente que no te conoce, va enserio, eres lo peor, ah, por cierto, cambia de mentalidad... y de aspecto ugh...

Más, más y más...

Oye vaquita mía, adelgaza y después judgas.

-¡Jessica, se te va a hacer tarde, cariño! -exclamó mi madre desde el salón.

Me sequé las lágrimas lo más rápido que pude.

-¡Sí, sí, mami ya voy! -avisé con la mejor entonación que pude y apagué el ordenador. Me miré al espejo. Tenía los ojos un poco rojos.

No pasa nada, les diría a mis madres que... dormí mal.

Agarré mi móvil y le quité el sonido por completo.

Sí, también me llegaban mensajes a mi móvil.

Y a mi tablet, y a mi portátil...

Salí de mi cuarto sonriente, encontré a mi mamá en el salón tomándose el café. Entré en la cocina y mi mami me estaba preparando el desayuno.

No le quería decir que no, tenía muy buena pinta las tostadas que me estaba haciendo, y además tenía hambre, pero después de esos mensajes y de los de anoche, preferí mejor no comer.

-Mami, gracias, de verdad, pero se me va a hacer tarde y además me duele un poco la barriga, mira, me llevo esto para el camino, ¿vale? -le dije enseñándole el brick de zumo que acababa de coger y con una de mis mayores sonrisas. A ella, cualquier cosa que le dijera, si se lo decía con una gran sonrisa, era capaz de convencerla hasta de irme sola a Las Vegas y gastarme todo el dinero de las vacaciones.

-Jessica... ayer no cenaste, ¿estás bien?

Odiaba mentirle a mis madres,  y más a ella, pero... no, no podía comer, ese día no.

-Sí, sí, estoy perfectamente, te lo juro, bueno, me voy. Te quiero -le di un beso rápido y salí de la cocina.

-¿Te vas ya? Mira que hora es, no son ni las siete y media -cuestionó mi mamá, a ella, en cambio, era más difícil de convencer, y por lo tanto, más complicado de engañar.

-Ya, pero, es que... tengo que exponer un trabajo, y ya sabes, quiero estar preparada -le expliqué nerviosa.

Me miró de arriba abajo y luego abrió los brazos para que le diera un abrazo.

Suspiré aliviada y sonreí mientras le abrazaba.

-Suerte con tu exposición -me animó con una media sonrisa.

-¡Suerte cariño! -exclamó mi otra madre desde la cocina. Les di las gracias a ambas y me fui.

Cuando salí del portal miré al zumo con asco y lo tiré en la primera papelera que vi.

Mientras esperaba que el metro viniese vi como se acercaba un compañero de mi clase, al instante me puse nerviosa. Era raro, nunca lo había visto por aquí, siempre cogía el mismo metro en la misma estación todas las mañanas, y nunca lo había visto. Aunque, a decir verdad, esa estación era muy grande y muchas personas cogían el mismo metro. Supongo que nunca habríamos coincidido.

Todos los días tenía que viajar en metro, a no ser que alguna de mis madres descansara ese día y cediera a llevarme en coche, cosa que no ocurría muy a menudo. Mi instituto estaba lejos de mi casa, mis madres se empeñaron en echar la matrícula en ese instituto y quedarme los años que duraba toda la temporada de instituto. Desde primero de la E.S.O. hasta segundo de Bachillerato y después, decidir por mi cuenta donde y qué estudiar.

Al rato, cuando mi compañero de clase se quedó de pie al lado de mí, caí en la cuenta que eran las siete y media de la mañana, y yo siempre me subía en el metro que venía a las ocho menos veinte. Aun así, nunca lo había visto en el metro de vuelta.

El metro aparecía a lo lejos avisando con un sonoro y molesto sonido.

Una vez dentro del metro, me ponía cada vez más y más nerviosa, nunca había viajado en la misma cabina con alguien que conociera, aunque exactamente no lo conocía, iba a mi clase, se llamaba Ethan, tenía el pelo castaño, despeinado, ojos azules, alto y muy guapo. Era el ex novio de Helena. Duraron tres semanas, Helena lo dejó porque decía que era... aburrido y poco social.

Era muy solitario, se sentaba al final de la clase, sin nadie a su lado, parecía que siempre estaba en su mundo. Y eso me encantaba.

Era como que le daba igual todo a su alrededor, y aun así le iba bien. Nadie se metía con él, ni le insultaban, ni le miraban de arriba a abajo...

Es más, tenía un montón de amigos, a todo el mundo le caía bien, aunque no solía juntarse con nadie en específico, solo él y su libro de tapa negra con letras doradas. No sabía que tenía ese libro, pero siempre lo tenía en sus manos y cada vez que lo abría lograba captar toda su atención. Aunque a veces pasaba algunos recreos con una chica de la clase del B, era muy guapa, se la veía simpática.

Yo en cambio, por más que me esforzarse en caer bien, no podía, todo el mundo me dejaba de lado en los trabajos de clase, o la última en los equipos de educación física, no tenía a nadie con quien ponerme de pareja en trabajos de inglés y mucho menos tenía a alguien con quien juntarme en los recreos o en los cambios de clase.

Casi siempre me pasaba los recreos en la biblioteca, haciendo deberes o estudiando, y los días que la biblioteca estaba llena y no tenía mas remedio que salir, me quedaba en una esquina, observando a todo el mundo, y sobre todo a él, que se sentaba en el mismo sitio de siempre, cerca de el jardín ecológico. Habían sido muchas las veces que me he replanteado ir y, no sé, ¿iniciar una conversación con él? Me parecía muy interesante a la par que guapo, pero, ¿y si le caía mal? ¿Y si ya le habían hablado de mí? ¿Si era él el que me mandaba mensajes diarios llenos de odio?

Esa idea me aterraba, por eso siempre he intentado mantener las distancias con él. Y con todo el mundo en general. Sabía que no le solía caer muy bien a la gente, así que últimamente ni me esforzaba en conocer a gente nueva.

Lo miré por tercera vez, esta vez, no tenía su mirada posada en su libro, tenía la vista fija en mí, serio y con el ceño levemente fruncido. Aparté la vista de él tan rápido como pude y en todo el trayecto estuve con la cabeza baja y repitiéndome mil veces que no lo volvería a mirar, al menos no ese día.

EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora