XXVI

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Hace seis meses.
Jessica.

Hoy era el día. No podía aguantar más.

-Helena -llamé a la chica de pelo blanco y gafas de pasta que estaba caminando delante de mí

-Dime, lady -habló con una sonrisa cuando se dio la vuelta.

Bueno, por lo menos estaba de buen humor.

-Tengo que hablar contigo... -no me dejó terminar, como de costumbre.

-Ya, ya, ahora, ¿vale? -me explicó y se giró para seguir su camino.

No, no iba a pasar como todas las veces fallidas que intenté hablar con ella del mismo tema y después por una razón o por otra, el valor se me fue de la nada.

No había estado toda la noche en vela para nada.

Literalmente, no había dormido en toda la noche, no iba a perder esta oportunidad.

La agarré del brazo e hice que se diera la vuelta

-Ahora, es ahora, Helena -le avisé. Ella me miró sorprendida y a la vez con terror.

Sí, el ser así de exagerada y dramática era una de sus características. Iba en su genética.

-¿Qué. Te. Ha. Pasado? Oh, por dios, esas ojeras no son ni medio normales -opinó. Yo puse los ojos en blanco y la volví a mirar, esta vez con algo de rencor y enfado.

-¿Qué pasa? ¿Me vas a volver a llamar gef? -pregunté, y esta vez fue ella la que puso los ojos en blanco.

Para que me entendáis, gef, era una palabra que se había inventado ella para decir más fácil y rápido, gorda, estirada y fea:

G. Gorda
E. Estirada
F. Fea

Yo para ella era una gef. Y como lo era para Helena, también lo era para medio instituto. Estaba cansada de estar así. Todos los días eran comentarios innecesarios de su parte. No aguantaba más.

-Jessica, no seas tan dramática -me replicó.

-No quiero que me trates más así -le solté.

Ella volvió a sorprenderse.

-¿Qué? ¿Así cómo? -cuestionó.

-Así, llamándome como te da la gana, tratándome como una mierda y... -de nuevo, no me dejó terminar.

-Ay, Jessica, deja tus dramas, chao, baby, cuando te relajes, me llamas -comentó y se volvió a girar.

-En tu puta vida me vuelvas a hablar más -escupí tan enfadada, que me dio igual el tono de voz que usé. Ella volvió a girarse con una sonrisa ladina y se acercó a mí.

-Estás sola sin mí, así que adelante, no me vuelvas a hablar, verás como en tres días vienes arrastrándote.

Y sí, iba a estar sola, pero, podría conseguir a alguien, alguna amiga o algo por el estilo, seguro que alguien de seguro quiere ser mi amigo.

Y a las malas aprendí que mejor sola que mal acompañada. Así que sin más, solté la frase que me estuvo rondando por la cabeza toda la noche.

-Siempre te he importado una mierda -gruñí. Sí, no era la frase del siglo, pero necesitaba decirselo, necesitaba dejarle claro lo que verdaderamente sentía.

-Pues muy bien -se encogió de hombros, y al ver su reacción me dieron ganas de llorar, de decirle que era broma y que me abrazara fuerte, que nunca me soltara y que me prometiera que nunca más se iba a comportar mal conmigo.

Sí, así de rastrera era mi autodefensa.

Pero no salió nada de eso de mí. Ya habíamos tenido esa conversación muchas veces. Y ella siempre me había prometido lo mismo. Ya me había jurado mucho. No quería que me mintiera más.

-Tranquila que no voy a volver más -murmuré y pasé a paso aligerado por su lado.

EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora