Llegó el momento de la verdad. El día más temido por mí desde hace casi un mes.
Llegó el día de una excursión al museo de El Prado.
No quería ir. No quería abrir los ojos, no quería levantarme de la cama ni quitarme las sábanas, quería quedarme dormida.
Esa noche apenas dormí dos horas. No podía, estaba preocupada, no sabía que iba a pasar en esa excursión. Cómo iba afrontar si en algún momento alguien me hacía una pregunta, o si de repente alguien me quería hacer alguna broma pesada y me encerraban en algún lado. ¿Con quién me iba a sentar en el bus? ¿Iba a aguantar todas las miraditas de reproche, los murmullos, las risitas? ¿Qué iba a hacer en la hora del desayuno?
Tenía muchas ganas de llorar en ese momento. Creía que estaba apunto de hacerlo hasta que escuché la puerta de mi habitación abrirse.
-¿Jessica? Oh, cariño, ¿sigues en la cama? Vamos, hoy visitas El Prado, ¿no lo recuerdas? -entró mi mami a mi habitación, en ese momento, me dieron aún más ganas de llorar. Pero me esforcé con todas mis fuerzas en sonreír y levantarme de la cama con ánimo. No quería que se me notase que no quería ir. No quería que mis madres se dieran cuenta que no tenía ninguna ganas de ir a esa excursión. Y mucho menos quería que se enterasen de la verdadera razón por la que no quería ir. No quería preocupar a nadie. Y menos a ella.
-Lo sé, lo había olvidado -me reí por lo bajo.
Desayuné y salí de mi casa. Llevaba puesto un jersey azul y unos vaqueros negros con unas botas marrones. Por lo menos, me miré al espejo cincuenta veces, no estaba muy segura de mi outfit, pero aún así, salí de mi casa a la misma hora de ayer con la excusa de que teniamos que llegar antes a clase por lo de la excursión. Me llevé veinte euros en la cartera y dejé mi móvil en la mesita de noche de mi habitación. Con unas de mis mejores sonrisas me despedí de mis madres y salí de mi casa.
Olvidé que a esa misma hora, Ethan también se dirigía a clase, lo volví a ver, y volvimos a cruzar miradas. Sentí como en el metro, él de vez en cuando me echaba un vistazo corto, yo estaba hundida en mis pensamientos, como siempre.
Al bajar del metro, Ethan hizo su ruta habitual, yo me desvié hasta la tienda de electrónica. Una vez allí, cogí el valor suficiente y entré. Con una gran sonrisa. Como si nada me pasara. Como si tuviera amigos con los que compartir recreos, quedar por las tardes y pasarnos las preguntas del examen. Como si llevara una vida normal y feliz para una chica de dieciséis años que cursa su antepenúltimo año de instituto.
Allí estaba el mismo dependiente de ayer, que, al verme, sonrío y me puso al instante delante de mis narices lo que tanto había deseado desde hace un par de semanas.
Le pagué, y justo cuando ya lo tenía en mis manos, caí en la cuenta.
Soy imbécil.
-Mierda -musité por lo bajo. Pero al parecer, no tan bajo como me hubiera gustado.
-¿Ocurre algo? ¿Ese era el que querías, no? -preguntó el señor extrañado.
-Sí, sí. No... no hay nigún problema, me encanta -sonreí débilmente.
-¿Por qué entonces has dicho eso? Venga, dime lo que te pasa, soy muy maruja para estas cosas, pequeña -me dijó, levanté la mirada y me reí. Este señor me transmitió demasiada confianza, y eso que no habíamos hablado más de diez minutos.
Suspiré, tenía un problema real, no creo que él pudiera hacer nada, pero, por lo menos, me serviría para desahogarme. Mi día iba de mal en peor.
-No es para un trabajo -bajé la voz.
-Lo sé. En realidad lo sabía desde el primer momento que me lo dijiste -me confesó, no paraba de sonreír, como si no le importara que le hubiera mentido en su cara.
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Etéreo
Teen Fiction¿Había algo más delicado que ella? ¿O algo más ligero que él? Ella escondía un gran secreto. Él quería descubrirlo como sea, aunque, al saberlo, le rompiera el corazón en mil pedazos. Su amor era algo fuera de este mundo. Etéreo: extremadamente deli...