Ace 0: Conceptos de paz

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El cantar de las aves y el caudal de un riachuelo cercano eran las únicas cosas que escuchábamos Atala y yo desde nuestro hogar. Verdes praderas nos traían la paz que tanto habíamos anhelado antes de casarnos, y la cabellera rubia de mi esposa hacía más brillantes los días; tanto así que, a pesar de que nuestro pueblo Nite no contaba con la bendición de un sol de las profundidades, de un brillante Angmar, me sentía igual de dichoso.

Después de todo, pocos lugares contaban con un Angmar, y estaban llenos de gente por la misma razón, algo que nos había motivado a salir de Marabens, la ciudad de los mordares, y vivir tranquilos en este pueblo.

Dicho esto, de vez en cuando extrañábamos la transición del día a la noche y la forma en la que el Angmar pasaba de mostrar un brillante color amarillo resplandeciendo en medio de un techo azul a un espectáculo naranja y morado que luego desaparecía en un cielo negro con un astro blanco y hermoso en el centro.

Era un fenómeno espectacular, algo mágico y especial. Algunas historias dicen que donde habitan los humanos, en la legendaria Superficie, hay un Angmar que ilumina todo el mundo durante el día y otro que resplandece durante la noche. Suena demasiado increíble para ser verdad, y me inclino a pensar que no debe ser más que una exageración. Además, la luz de los Angmars viaja a través de todo Gefordah y se instala incluso en estos pueblos lejanos, impidiendo que la oscuridad se apodere completamente del menor escondrijo. No es como la que creas con una vela o una antorcha; es algo mucho más especial, algo con mucha más vida. Es decir, no hay razón para envidiar a los humanos. De hecho, los mordares somos iguales a ellos.

Bajé la mirada y observé por un momento cómo Atala sembraba distintas hierbas y hortalizas en la parte trasera de la casa mientras yo reparaba las filtraciones del techo de nuestra cabaña. Desde aquí arriba, veía el campo extenderse a lo lejos, solo interrumpido por las pequeñas luces de Nite al norte de nuestro hogar.

A mi alrededor, grandes colinas verdes con flores coloridas alegraban mi vista, pero la bella juventud de Atala y su sonrisa resplandeciente me confirmaban cada vez que la miraba que había tomado la mejor decisión de mi vida, y el brillo en sus ojos verdes me decía que ella pensaba lo mismo al verme.

—¿¡Qué tal la vista desde allá arriba!? —gritó Atala antes de soltar una dulce risa.

—¡Más hermosa imposible! —contesté sin pensarlo.

Atala me sonrió y luego se agachó para recoger unas zanahorias que estaban enterradas en nuestro sembradío. Continué clavando nuevas tablas en el techo de madera hasta que una mariposa me interrumpió volando frente a mis ojos. Sus alas cambiaban de color durante el aleteo, lo que generaba un espectáculo visual hermoso y entretenido. Seguí con la vista al animal hasta que pasó por delante de Atala y la distrajo de sus tareas también. Ella se enderezó y levantó su dedo para que la mariposa se posara sobre él, y esta entendió el mensaje. Sobre el dedo de Atala, el insecto tenía un aleteo lento y menos frecuente, como si solo estuviera exhibiendo la belleza de sus alas. Luego, cogió vuelo y se alejó de nosotros.

—¡Adiós, compañera! —dijo Atala con un suave ademán de despedida.

Sonreí y continué con mi trabajo hasta que no pude más. Las luces de Nite empezaron a apagarse, lo cual me indicaba que mi día de trabajo llegaba a su fin.

Me acerqué al borde del techo y bajé por la escalera. Cuando llegué al último escalón, di un salto al suelo y rodeé la casa hasta encontrar la puerta. Un aroma exquisito me atrajo directamente a la cocina. Cuando entré, la mesa ya estaba puesta y un plato de jugosa carne con zanahorias cocidas aguardaba en mi puesto. Me senté y tomé mis cubiertos.

—¿No te vas a lavar las manos? —dijo Atala entre risas.

—Lo siento, tienes razón —dije con un trozo de carne pinchado en mi tenedor.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora