Lars 0: El primer vuelo

549 44 37
                                    

Mi mano reposaba sobre el cuerpo inerte de mamá mientras lloraba sin poder contenerme. Había rojo por todas partes, y mi ropa y rostro estaban manchados, pero la mayoría de la sangre no venía de mí o de ella, sino de los que la lastimaron cuando intentó protegerme.

La ira que sentí se fue desvaneciendo poco a poco, mientras la tristeza se apoderaba de mí cada vez con más intensidad. Mis sollozos lentamente se convirtieron en gritos de agonía hasta que las lágrimas y la desesperación se volvieron una sola cosa.

No entendía qué sucedía. El día había empezado como cualquier otro, pero ahora parecía que el mañana nunca llegaría. No podía llegar. No había lugar en el que la luz se posara. El mundo se había acabado.

—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó alarmada la voz de un hombre detrás de mí—. ¿Cómo murieron esos soldados? ¿La mujer hizo esto?

—No —dijo otra voz que parecía venir desde el marco de la puerta—, fue el niño. Los destrozó después de que su madre muriera. Lo vi todo desde afuera. No se ha movido desde hace unos minutos.

—¿El niño? ¿De qué estás hablando?

—Es un Medar, o por lo menos se convirtió en uno hace poco —continuó la segunda voz, y empecé a escuchar pasos que se acercaban hacia mí y me di la vuelta bruscamente, listo para defender lo que quedaba de mi madre. Mi labio temblaba, quizá más por el llanto que la ira, y mis manos se habían hecho puños—. No voy a lastimarte. ¿Cómo te llamas?

Sin bajar la guardia, empecé a prestar más atención a la figura que estaba frente a mí. Era un hombre con cabello azul y un rostro sabio y severo. Tenía una armadura plateada como la del resto de los soldados, pero portaba una capa negra que me hacía creer que era alguien de alto rango.

Con una mirada me bastó para saber que era un farcro y quien estaba a su lado era un vampiro. No me sorprendió, porque sabía que los farcros y los vampiros siempre estaban juntos. Mi mamá me había dicho que se necesitaban mutuamente.

Por suerte, no era difícil identificar quién pertenecía a qué raza: los farcros tenían cabellos azules, mientras que los vampiros tenían una piel pálida y blanquecina.

A diferencia de los mordares como yo, todos los farcros tenían habilidades propias de su especie. Eran ágiles y fuertes, y podían construir armas utilizando el hierro de su sangre en un instante. Por su parte, los vampiros tenían garras y dientes poderosos, y una facilidad natural para entender el organismo de los seres vivos, lo cual los hacía perfectos doctores y terribles creadores de veneno.

—Vamos, dime tu nombre —insistió.

—Lars... —respondí—. Lars Índigo.

—¿Cuántos años tienes?

—Once.

—¿Once, dices? —repitió el hombre. Luego se puso en cuclillas y me miró directo a los ojos—. Mi nombre es Morscurus Erante y soy un farcro de Gargos y un Maestre del Ejército. ¿Sabes de qué hablo?

—No... —contesté. La mortificación nublaba mis pensamientos y sentía que quería hacerle daño a alguien, pero la voz de este soldado me transmitía confianza.

—Mis hombres y yo vinimos a buscar esclavos que pudieran servir a nuestra gran ciudad. Esta tragedia nunca debió ocurrir, Lars. En un mundo perfecto, tu mamá y tú nos hubieran acompañado. Ella seguiría viva y tú estarías de camino a Gargos con nosotros.

Empecé a llorar otra vez y sujeté la mano de mi mamá con fuerza.

—Uno de ellos... uno de ellos casi me corta el cuello... y ella se interpuso —traté de explicar, pero las palabras se escondían en mi garganta y me estorbaban al hablar—. Yo no quería ir... y ella decía que ser esclavos era malo... no sé qué hacer... no sé qué hacer...

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora