Ace X: El esfume de la piedad

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Todos los atirios se encontraban fuera de sus casas formando una gran multitud en la calle principal de la villa. Lucio hablaba parado sobre una carreta para que todos pudieran verlo. Gili y Sisa estaban firmes detrás de él.

Los niños jugaban corriendo y escondiéndose entre las piernas de todos los presentes. Neville escuchaba distanciado de la gente, recostado de la columna del pórtico de una de las casas.

—¡Hoy no puede haber lugar para el fracaso! —sentenció Lucio desde su improvisado podio. Esta será una de las misiones más importantes que tendremos en mucho tiempo, porque no solo debilitará las filas fardianas, sino que infligirá un daño directo a la posición de Morscurus.

Sus palabras aumentaban mi ansiedad. El hecho de que cada día me hiciera más hábil y que el entrenamiento de Neville estuviera dando resultados me hacía entender cada vez más que Morscurus, Lars y los fardianos eran más poderosos de lo que imaginaba, y que no estaba listo para vencerlos. Era irónico, mientras más fuerte me hacía, más débil me sentía.

—El cargamento que lleva la tropa fardiana tiene como destinatarios a los Grandes Daeces. Como muchos de ustedes ya saben, se trata del tributo que debe dar Gargos a Marfra todos los meses. Si lo interceptamos, la estabilidad de Morscurus recibirá un fuerte golpe —continuó Lucio—. Si su posición como virrey flaquea ante los Tres, podremos crear suficiente caos e incertidumbre para tomar la ciudad. Tomará tiempo y este es solo el primer paso, pero el camino aparece frente a nosotros por fin.

Miré a mi alrededor y muchos de los atirios sonreían conmovidos mientras escuchaban las palabras de Lucio. Otros se veían asustados y nerviosos, y solo algunos estaban serios sin demostrar emoción alguna.

—No sabemos quién lidera esta tropa, pero debemos estar preparados para lo que sea, porque si Lars Índigo es el encargado de transportar el cargamento, nuestra misión no será nada fácil. Él y su Vastroo son los guerreros más temibles y hábiles de Gargos, y siempre han salido invictos.

Esas últimas palabras eliminaron la poca tranquilidad que quedaba en mí. Busqué a Neville con la mirada y él me buscó a mí al mismo tiempo. Su mirada estaba llena de decisión y parecía decirme ‹‹estamos listos››.

—Aquellos que no fueron seleccionados para asistir a esta misión, protegerán la villa y, como siempre, harán guardias durante la noche. Los que vienen conmigo, a sus tangmus. Partiremos en unos minutos —finalizó Lucio dándose la vuelta hacia Sisa y Gili.

La multitud se dispersó y muchos de los atirios regresaron a sus casas. Las madres llamaban a sus hijos y les ordenaban que entraran a sus viviendas, mientras que los guerreros revisaban sus armas y montaban sus tangmus.

Empezó a oscurecer y el Angmar soltó un destello de colores sobre las rocas negras de Htrir, lo que fue la señal definitiva para que Lucio diera la orden de partida.

—¡Atirios! ¡Antare! —dijo el farcro tomando la delantera de la fila.

Sisa se acercó a mí montando su tangmus y halando otro que no tenía jinete.

—¿Estás listo para lo que viene? —dijo la farcra con severidad.

—Sí —respondí con la misma intensidad.

—Entonces, ya tienes edad para montar tu propio tangmus —agregó con leve tono bromista mientras me entregaba las riendas del animal.

Me monté en el corcel. Esta vez cada quien tenía el suyo. Lucio, Gili, Neville, Sisa y Cartos ya estaban listos para partir. También se nos sumó Návala y detrás llegó Krozyl, el farcro que estaba con ella el día que llegamos a la villa atiria. Nunca los había visto separados.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora