Ace XV: Prefacio de mi peor pesadilla

128 17 4
                                    

Cuando la nube de polvo se disipó, el escenario que vi era muy distinto al que me esperaba. Neville se encontraba malherido en el suelo y Morscurus se ponía de pie con su vista dirigida hacia mí. Su rostro tenía una horrible quemadura, seguramente causada por el ácido que le arrojé. La mirada de Morscurus se veía ansiosa y sedienta de poder, lo que me hacía pensar que mi batalla apenas estaba por comenzar y mi adversario ya iba ganando.

—Regresaste, Medar —dijo Morscurus con interés mientras materializaba una espada—. No esperaba verte por aquí tan pronto.

—¡Vete de aquí, muchacho! —gritó Neville—. ¡Esta es mi pelea!

Mi corazón retumbaba en mi pecho tratando de romperme las costillas y mis oídos estaban aturdidos por el violento bombeo de mi sangre. De un solo impulso, corrí a máxima velocidad hacia Neville sacudiendo las piedras rotas debajo de mis pies, pero antes de poder alcanzar al anciano, sentí un halón en mi ropa que me lanzó hacia atrás, de vuelta a la montaña de escombros sobre la que estaba parado antes. Levanté la cabeza adolorido tratando de entender lo que había pasado a la vez que Morscurus caminaba hacia mí con paso firme.

—Lo siento, Medar —dijo el farcro con voz calmada—. No puedo dejar que ayudes a tu amigo. Su destino está a punto de ser alcanzado.

—Eso no lo decides tú —dije entre dientes y me levanté de un golpe alzando mi espada contra Morscurus.

El farcro ni siquiera se dignó en hacer un movimiento para bloquear mi ataque. Cuando mi golpe estaba a punto de alcanzarlo, sentí una fuerte y dolorosa punzada en mi espalda y mi arma se detuvo a milímetros de su rostro. Intenté moverme, pero todos los músculos de mi cuerpo estaban congelados. Solo mis labios y mis ojos podían moverse con libertad.

—¿¡Que demonios...!? —me pregunté y vi a Morscurus a los ojos.

—Quiero que conozcas a una gran amiga —pronunció Morscurus mirando a alguien detrás de mí y señalando con el brazo a la oscuridad.

Sentí cómo unas profundas garras inyectaron algo en mí que hizo que mi espalda ardiera. Luego, extrajeron las garras de mi cuerpo y me desplomé en el suelo, quedando inmóvil e impotente viendo cómo Morscurus se salía con la suya. Una figura extraña pasó junto a mí flotando a unos cuantos centímetros del suelo y siguió de largo hacia el virrey. Cuando la luz incidió por completo sobre la criatura, me percaté de que se trataba de una bruja, posiblemente aquella de la que Daria había hablado. La observé con detenimiento y noté que los dedos de su mano derecha estaban manchados de mi sangre.

—No se moverá ni molestará por un tiempo, irinor —dijo la anciana y luego se lamió los dedos bañados de sangre—. Quédate así, Medar, quédate tirado y observa, irinor.

Miré a Neville y sus ojos estaban tan abiertos que revelaban su inmensa sorpresa, lo que fue una terrible señal para mí. La piel de la bruja estaba totalmente cubierta de verrugas y protuberancias de diferentes tamaños. Su cabello era largo y grasoso, de un negro tan denso como la oscuridad de La Bóveda.

Mientras más detallaba a la bruja, el miedo me consumía con más fuerza. Cuanto más se acercaba hacia mí, me iba sintiendo más indefenso e impotente. Finalmente, la monstruosa mujer me miró a los ojos y un escalofrío me recorrió la espalda de abajo arriba.

—¡Ya los tienes, irinor! ¿Usarás a uno de estos Medares? ¡Pero la máquina no está lista, irinor! ¡Iradia no ha terminado los detalles! ¡Sacará sufrimiento, pero no tanto como debería! ¡El dolor será nuestro, pero la sangre estará impura, irinor! ¿Correrás el riesgo? —preguntó la bruja con una voz avejentada y escalofriante, que parecía que ocultaba una segunda voz que hablaba al mismo tiempo en una frecuencia más débil.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora