Lars II: Los dos Medares

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Con mis ojos podía ver claramente los cabellos negros del muchacho y el tono de su piel asomándose a duras penas por debajo de la capucha; dos pistas incuestionables de que no se trataba de un farcro ni un vampiro.

Cuando levantó la cabeza y pude ver su cara, me sorprendí al darme cuenta de que la reconocía. Era el esclavo que había visto antes en Gargos, el que se llevaron a La Bóveda.

¡Ahora todo tenía sentido! Los atirios habían colocado a su gente en la torre para despistarnos, mientras el grupo mejor organizado, con los soldados más fuertes, se mezclaba entre los esclavos para atacar a Lord Morscurus.

El sujeto frente a mí lucía como poca cosa. Estaba mal nutrido y su semblante mostraba cansancio e impaciencia. Si no fuera un mordar como yo, jamás hubiera reparado en él.

—¡Te pregunté tu nombre, civil! —exclamé colocando una mano sobre mi espada. Si este tipo era quien buscaba, debía tener cuidado; después de todo, el atacante había sido capaz de herir a Morscurus—. ¡Responde o me veré forzado a arrestarte!

—Me llamo Ace... —respondió dubitativo. Parecía claro que no quería enfrentarse a mí. Dio un paso hacia atrás y me di cuenta de inmediato que cojeaba y que su ropa tenía manchas de sangre. También reparé en que su rostro estaba amoratado y tenía varias cortadas.

—¿Qué haces en Gargos, Ace? ¿Quién te hizo esas heridas? —insistí como si dudara, pero la evidencia se amontonaba en contra del extraño, quien parecía darse cuenta de que mentir no serviría de nada.

Di un paso hacia el frente y, en un instante, el atirio, a pesar de su cojera, se colocó frente a mí listo para soltarme un puño en toda la cara. Saqué mi espada y cubrí mi rostro con ella. Los nudillos del sujeto se clavaron en mi espada, pero él no pareció darse cuenta. Quité la espada del medio y di un leve giro a la izquierda. Mi atacante perdió el equilibrio y con un rápido movimiento le hice un corte en la espalda.

Ace gritó con frustración mientras se llevaba las manos a la zona herida. El corte no había sido profundo, pero sus ojos me miraron con una mezcla de ira, ansiedad y confusión.

Hubo algo en esa mirada que me perturbó. Era distinta a la de los atirios con los que había peleado. No había miedo en su semblante, no había indignación. Lo único que había era el deseo incandescente de matarme e irse de ahí lo antes posible. Este sujeto, este Ace, si es que realmente se llamaba así, era peligroso.

Me lancé sobre él, sujetando mi espada con mi mano derecha y extendiéndola lo más que podía sin perder el balance. Apunté a su estómago. Tenía que incapacitarlo de inmediato. Vi que sus músculos reaccionaban con la intención de saltar hacia atrás, por lo que corregí mi trayectoria para interceptarlo. Agité mi mano, pero el movimiento que hizo fue tan rápido que no pude seguirlo.

El extraño se estrelló contra la pared detrás de él y la atravesó con una fuerza descomunal. El escombro salió volando y tuve que cubrir mi cara con las manos. Estaba atónito, sorprendido. Jamás había fallado una estocada. Nunca nadie me había esquivado después de que mi vista me delatara sus movimientos.

Salté dentro de la casa y vi que Ace se levantaba con dificultad. Me preparé para lanzarme contra él cuando lo escuché decir algo que no tenía sentido.

—¿¡Qué rayos fue eso!? —exclamó agitando su cabeza para quitarse el polvo que tenía en el pelo. Su mirada seguía llena de ira, pero ahora la confusión era más fácil de interpretar y logré recuperar la compostura.

—Ya veo —le dije—, no sabes utilizar tus poderes. Es obvio que no llevas mucho tiempo siendo Medar.

Se me quedó viendo como si no entendiera el idioma en el que hablaba. Su ira y su confusión se volvieron una historia clara para mí. Era obvio que este pobre muchacho había sido manipulado después de haber perdido a alguien importante para él. Su sufrimiento me aturdía porque me recordaba el mío, el mismo que sentía cuando me transformé en Medar. Lo único que este desgraciado necesitaba era alguien que lo ayudara.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora