Un estallido lejano hizo que saliera de mi ensimismamiento y me enderezara de golpe. Por la ventana de mi habitación, pude ver que una nube de polvo se levantaba en el horizonte, justo donde la Puerta Sur de la ciudad se encontraba.
Me puse de pie, caminé hacia la ventana, y noté con preocupación que los soldados corrían confundidos en todas direcciones, mientras que unos cuantos oficiales trataban de recuperar el control. Me vestí lo más rápido que pude, tomé mi espada y me encaminé a toda velocidad fuera de la casa.
Más estallidos inundaron el ambiente y se volvió obvio que estábamos bajo asedio.
Cuando llegué a la explanada del castillo noté que las cosas no estaban mucho mejor allá, aunque varios capitanes habían logrado calmar a unos cuantos soldados y lograr que les obedecieran.
—¡Escuchen! —gritó uno de los capitanes con su Vastroo al lado. Sentí un nudo en el estómago—. ¡Estamos bajo ataque! Tenemos reportes de ataques en la Puerta Sur, pero también hay movimiento alrededor de la ciudad en general. Nuestra prioridad es acudir a los sitios donde la batalla es más intensa y evitar que los invasores lleguen al castillo. La Compañía Uno irá al norte; la Dos y la Tres, irán al oeste; la Cuatro que parta al este, y la Cinco se quedará resguardando Aratraz. Seis, Siete, Ocho y Nueve vendrán conmigo a la Puerta Sur. ¡Vamos, fardianos! ¡Hora de moverse!
—¡Capitán! —exclamé acercándome con preocupación al oficial—. ¿Qué sucede? ¿Se trata de atirios?
—No lo sabemos todavía, pero el ejército parece ser demasiado grande para tratarse de atirios. ¿Qué compañía comanda, capitán...?
—¡Lars Índigo! —el fardiano alzó una ceja sorprendido al escuchar mi nombre—. La Once está bajo mi mando, pero la mayoría de mis soldados están fuera de combate. Aún así, puedo ser de utilidad para usted. ¡Déjeme acompañarlo a la Puerta Sur!
—Capitán Lars, ¿eh? —repitió el oficial y luego negó con la cabeza—. Hay órdenes directas de Morscurus sobre usted. Debe ir de inmediato a La Bóveda. El virrey fue bastante claro, me temo que... ¡Espere, capitán! ¿A dónde va?
Me di la vuelta y dejé de escuchar. No estaba de humor para lidiar con otras ridículas órdenes de Morscurus. Esto ya era el colmo, la ciudad era atacada y me llamaban a un lugar que no tenía nada que ver.
Apreté los puños con fuerza y sentí que la mandíbula me dolía por la rabia que sentía. Entonces, me detuve de golpe.
Si no seguía las órdenes de Morscurus, ¿qué me quedaba ya?
Sentía que aparecía un nudo en mi garganta y tuve que resistir las ganas de gritar de desesperación. Ya me sentía perdido y ni siquiera había desobedecido a Morscurus todavía. ¿Qué rayos sería de mí si no podía confiar en él?
¿Y cuál era mi otra opción? ¿Confiar en un tipo desquiciado por la ira y la locura como Ace? ¿El mismo sujeto que había asesinado a Daria?
Al hacer esa última pregunta, de nuevo sentí que el mundo se me venía encima. Ese pensamiento debería ser, de cierta forma, confortador. Se supone que el hecho de que los atirios hicieran algo tan imperdonable como matar a Daria, sería suficiente para reanimar mi lealtad por Morscurus e impedir que perdiera lo único que me quedaba...
Pero una duda terrible y molesta se agazapaba dentro de mí e impedía que odiara a Ace. Quería culparlo y llenarme de odio contra él, pero mi cabeza estaba tan confundida que la información que llegaba a mi corazón era errática y contradictoria.
Volví a empezar a caminar, esta vez con el ceño fruncido y sin preocuparme por el caos que me rodeaba. Algunos soldados me llamaron y me recordaron que Morscurus me quería en La Bóveda, pero ni siquiera les respondí. No podía volver a plantarme frente al virrey con esta frustrante indecisión.
Si Morscurus me había mentido y realmente era el culpable de todo... ni siquiera podía hacerme una idea de la clase de monstruo que era. Simplemente se escapaba de mi entendimiento. Lo que sí entendía, sin embargo, era la clase de monstruo que era Ace; una bestia dominada por la rabia y el dolor que solo buscaba destruir todo a su paso. ¿Qué era más probable? ¿Que Ace en su delirante locura asesinara a Daria o que Morscurus, el hombre que me salvó de la muerte, nos traicionara?
Hacía tan solo unos meses, hubiera respondido la segunda pregunta con mucha facilidad, pero en ese momento era tan extraña para mí que ni siquiera podía plantearla con honestidad...
Honestidad. Ese era el problema. Nadie era realmente honesto, ni siquiera con mis ojos había sido capaz de descifrar los secretos de los demás. Al contrario, mientras más descubría, más me confundía.
No podía confiar en la versión de Morscurus, y mucho menos en la de Ace, entonces, no escucharía palabras, sino acciones. Que Ace demuestre qué clase de persona es; si realmente la justicia está de su lado como Daria creía, entonces que me enseñe algo que ni siquiera mi propia ceguera podría ignorar.
A medida que mis pensamientos cobraban forma y mi voluntad se acentuaba, corrí cada vez con más velocidad a través de las calles de Gargos, donde los ciudadanos gritaban despavoridos y hacían lo posible por llegar al castillo y resguardarse.
El sonido de la batalla llegó a mis oídos y pude ver a lo lejos un grupo de fardianos peleando con fiereza contra los atirios. Entre el mar de cuerpos y armas, una espada resaltó entre las demás, y salté con violencia contra ella.
Ace alcanzó a bloquear mi golpe en el último instante y me arrojó una mirada de desconcierto, pero no flaqueó.
—Esta será la última vez que pelearemos, Ace —dije con severidad a la vez que lo empujaba con fuerza—. Muéstrame quién eres.
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El Halcón y el Dragón
FantasyGefordah es un mundo oculto bajo la superficie de nuestro planeta. En él habita el virrey Morscurus, quien gobierna la ciudad de Gargos y se alza sobre los esclavos que mantienen su poder intacto. Ace Lloyd es un joven que anhela libertad y sufre en...