Daria III: Atacando lo que soy

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Los días transcurrían de manera extraña. Era cierto que tanto Lars como yo no teníamos idea de cómo continuar nuestras indagaciones, pero lo cierto es que yo ni siquiera sabía si quería seguirlas.

En los años que teníamos conociéndonos, jamás había existido entre nosotros un tiempo tan prolongado en el que los silencios incómodos reinaran con tanta frecuencia. Era como si cada vez que habláramos tuviéramos temor de lo que nuestras bocas dirían, y parecíamos andar uno alrededor del otro, tratando de ser el último en equivocarse.

Me creía convencida de que Morscurus estaba en el centro de todo, pero no podía descifrar cómo y sabía que Lars no se sentía cómodo hablando sobre el tema. Yo sabía que Lars no era ingenuo, pero actuaba como un completo idiota, como si lo que habíamos descubierto no fuera evidencia suficiente.

La estancia en la casa del castillo me estaba cansando y cada vez me ponía más nerviosa. No era nada normal que Lars y yo todavía estuviéramos ahí, pero era todavía más raro tener a un capitán y su Vastroo tomando vacaciones en lugar de comandar a su pelotón.

Hacía ya más de dos meses que Yrfa había vuelto con ellos bastante golpeado y lastimado. Los atirios se habían escapado, así como el Medar de las alcantarillas. La noticia me decepcionó rotundamente, ya que esperaba tener la oportunidad de hablar con él y resolver este embrollo de una vez.

Lars había estado yendo y viniendo del hospital y de las barracas para atender a los soldados. La mayoría de las veces se iba sin decirme nada y eso solo agravaba nuestra molesta situación. Sin embargo, cuando íbamos juntos, me alegraba ver que los muchachos todavía lo querían y lamentaban que no los acompañara hasta el final.

En esos momentos, ver a los heridos y recordar a aquellos que no volvieron me entristecía, y por instantes sentía ganas de volver a patearles el trasero a los atirios, pero con todo lo que había aprendido... era mucho más complicado odiarlos.

—Capitán, tenía que haberlo visto —dijo Tantram quien llevaba mucho tiempo siendo atendido. Su nariz rota y sus costillas estaban mucho mejor, pero se habían curado del todo, por lo que aun estaba rodeado de vendas—. Parecía una fiera ese Medar. Soltaba golpe tras golpe mientras gritaba como loco. Fue una suerte que el teniente Yrfa ordenara la retirada en el momento justo. ¡Estaríamos todos muertos si no! Realmente es peligroso que los atirios tengan otro Medar en sus filas... Creí que con ese viejo ya era demasiado...

—Me alegra que estés mejor, amigo —dijo Lars con una sonrisa—. No te sienta bien estar en una cama...

Lars se vio interrumpido de repente por unos niños que se lanzaron sobre Tantram e hicieron que la cama se moviera levemente.

—¡Oigan, cuidado! ¡El capitán está aquí! ¡Hará que los metan en prisión! —exclamó Tantram bromeando y dándole un beso en la cabeza a cada pequeño. Se dieron la vuelta con una sonrisa pícara y miraron juguetones a Lars y a mí. Uno de ellos era un farcro, con la cara delgada y ojos azules brillantes, de unos siete años de edad, mientras que el otro, más pequeño de estatura y de edad, tenía la cara regordeta, los cabellos dorados y la piel pálida. El más grande se llamaba Mina y su hermano menor era Lulo. Ambos eran hijos de Tantram y los conocíamos desde hacía bastante tiempo.

—¡Perdón, capitán! —dijeron los pícaros sin ningún tipo de vergüenza ante Lars—. ¡Hola, Daria! —agregaron arrojando una sonrisa.

—Oigan, no le hablen tan casualmente a un superior. Quizás sí los debamos meter en la cárcel para que aprendan la lección —dije jugando—. ¿Tú qué dices, Lars?

—Creo que tienes razón, pero el crimen aquí es que no dejen descansar a su papá. ¿Dónde está su madre?

—¡Uy, ahora soy yo la que está en problemas! —exclamó una voz femenina detrás de nosotros. Nos dimos la vuelta y vimos a una vampira con cara ovalada, pelo castaño y ojos marrones caminando hacia nosotros—. Vamos, niños, si no dejan tranquilo a su papá, jamás mejorará.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora