Ace VI: Vratrero

151 20 4
                                    

Galopábamos a mucha prisa, pero los tangmus que montábamos parecían no perder energía. Seguían a buen ritmo y no demostraban señales de cansancio. El cabello de Sisa brincaba con el galope y el viento lo mantenía hacia atrás, por lo que frecuentemente me molestaba en la cara. Me costó encontrar una posición cómoda, pero logré inclinarme un poco hacia la derecha para aliviar mi rostro de las cosquillas y tener una vista libre hacia adelante.

El viento acariciaba mi cara a toda velocidad; no recordaba lo que eso era. No tenía cómo explicar la sensación que estaba viviendo. El sonido que hacían los tangmus al golpear sus pezuñas contra el suelo era liberador. El frío del bosque no era cruel como el del castillo, era refrescante y hacía que la noche fuera más hermosa que nunca. El Angmar iluminaba el sendero y nos acompañaba en nuestro viaje. Una enorme boca negra nos esperaba abierta al final del camino y se hacía más grande a medida que nos acercábamos.

—¡Ahí está la entrada! —gritó Lucio para superar el ruido del galope.

Los tangmus mantuvieron el paso y se adentraron en el túnel que sería nuestro anfitrión durante las próximas dos semanas. Pensé que la visibilidad disminuiría apenas ingresáramos a la negra y gigante boca, pero el Angmar ya había hecho su trabajo y mantenía el lugar iluminado.

—Vratrero, la Gran Serpiente, el camino más largo de Gefordah —dijo Lucio admirado.

Bajamos un poco la velocidad y el viento se detuvo de inmediato. El túnel parecía infinito. Su techo estaba lleno de estalactitas de todos los colores que descendían hasta diferentes alturas. El brillo del Angmar se reflejaba en ellas y, al avanzar, estas hacían un efecto titilante y resplandeciente.

—Debemos apresurarnos —replicó Neville—. Los fardianos deben saber que estamos en Vratrero y vendrán por nosotros.

—Pero debemos encontrar un refugio seguro para pasar la noche —contestó Lucio.

—Yo me encargaré de eso. Primero debemos ganar cierta ventaja. —dijo Neville con autoridad.

Los jinetes asintieron con sus cabezas y agitaron sus riendas para que los tangmus aceleraran el paso, y así regresó el viento para ofrecerme nuevamente sus caricias de libertad. Cerré mis ojos para concentrarme en la brisa, pero una sensación penetrante me obligó a abrir los ojos. Las paredes de Vratrero me recordaban el lugar en el que rompí la promesa que le había hecho a Atala. Mis lágrimas no tardaron en aparecer, pero esta vez eran distintas. El dolor se estaba convirtiendo en algo más fuerte. Luego de un buen rato galopando y pensando en silencio, las estalactitas se fueron quedando atrás y el túnel empezó a hacerse más alto. Ya no podía diferenciar lo que había arriba de nosotros.

—¡Ya casi llegamos al campamento! —exclamó Neville inclinando su cabeza hacia atrás.

Neville tensó un poco sus riendas para que su tangmus fuera bajando la velocidad y el resto lo copió. Nos detuvimos junto a un agujero inmenso que había en la pared. Nos bajamos de los tangmus y cruzamos hacia el otro lado del agujero sosteniendo a los corceles por las riendas. La fría tierra saludó a mis pies sin cortesía mientras la luz del Angmar continuaba abriéndose paso. Seguimos a Neville por un sendero que estaba cubierto por unos matorrales y caminamos unos cuantos minutos hasta que llegamos a un espacio más abierto donde había una fogata apagada.

—Pasaremos la noche aquí —sentenció Neville.

—¿Aún seguimos dentro de Vratrero? —pregunté ingenuamente.

—Sí —contestó Sisa mientras jalaba las riendas de nuestro tangmus para llevarlo hacia un árbol bajo. Amarró al animal al tronco y el resto de los atirios siguió su ejemplo con sus propios corceles.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora