LA ESFINGE.

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1-La Gran Esfinge: el Reino Antiguo

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1-La Gran Esfinge: el Reino Antiguo.

Resulta imposible referirse a este concepto sin entrar de lleno en la historia de las mentalidades, pues en Egipto las esfinges tenían los rostros de los faraones. Ellos consideraban que eran capaces de concederles la supremacía y por este motivo no solo fueron poderosas, sino también veneradas. La más antigua, la más grande y la que más leyendas ocultaba era la que estaba situada en Menfis. En la actualidad la podéis ver vigilando el mismo sitio, aunque ahora forma parte de la ciudad de Guiza y se halla a veinte kilómetros de la moderna capital, El Cairo.

 En la actualidad la podéis ver vigilando el mismo sitio, aunque ahora forma parte de la ciudad de Guiza y se halla a veinte kilómetros de la moderna capital,  El Cairo

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  El nombre que le daban los antiguos egipcios a la esfinge era sheps-anj, que significaba «imagen viva», pues el concepto era opuesto al de hoy. Para ellos no consistían en meras estatuas, sino objetos mágicos que tenían una existencia propia y tan real como la nuestra. Es decir, esta criatura no era mitológica ni una mera representación de una esfinge (como luego veremos en la cultura griega): era la propia esfinge.

  ¿Qué motivo determinaba que los faraones quisiesen transformarse en una estatua viviente, en un híbrido de hombre y de animal? La explicación radicaba en el único elemento de la esfinge que permanecerá inmutable en todas las civilizaciones: en el cuerpo que representaba la fuerza. El león era y sigue siendo el rey de los depredadores, una máquina perfecta para matar y para dominar. De este modo, en el imaginario colectivo los súbditos esperaban que el faraón se comportara como este felino y que los protegiesen de los tan temidos y aborrecidos extranjeros y de cualquier amenaza mágica.

  Esta amalgama perfecta no se trataba de un hecho aislado. Muchos dioses eran representados con cuerpos de hombre o de mujer y con cabezas de animales. Es decir, eran unos súper humanos que al mismo tiempo poseían las mejores cualidades de las otras especies. Esto no indicaba una irreflexiva o poco sofisticada zoolatría[1] (un error en el que incurrieron los griegos al estudiarlos, entre ellos Heródoto en el siglo V antes de Cristo), sino un profundo respeto por los seres vivos, cada uno de los cuales tenía una importante función en la vida diaria.

  Poseer el cuerpo de un león proporcionaba fuerza, ferocidad y un poder infinito. Así se representaban los faraones en la iconografía, aplastando a los enemigos con sus patas de felino, pues al fusionarse con él también anunciaban al mundo su condición divina.

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