5. Tic Tac

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Once años atrás

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Once años atrás

La chica no sabía lo que estaba pasando, se había estado preguntando porque estaba en ese aterrador lugar; Su familia no era importante, ni rica, ella jamás había hecho daño a nadie, su vida era completamente ordinaria, y el único error que había cometido, había sido confiar en aquel muchacho que se dijo su amigo.

La pequeña retrocedía conforme el joven se acercaba a ella, pero pronto se topó con la fría y húmeda pared. Su respiración no podía estar más acelerada, gesto que, a su captor, hizo sonreír.

—Lo único que quiero saber, es en donde está el Aithaus —exigió Adam mientras tomaba el rostro de la pequeña entre ambas manos—. Dímelo y seré bueno contigo —prometió.

—De verdad no sé qué es lo que buscan —lloró la jovencita—. Yo no tengo nada —aseguró entre sollozos.

El joven frustrado se alejó, pasó sus manos por su pelo y miró hacia el techo buscando una pizca más de paciencia.

Llevaban algunos días interrogando a la muchacha, pero esta insistía en no saber nada.

La jovencita solo lo miraba aterrada, sin poder descifrar lo que los captores querían de ella.

—Bien, de acuerdo, por hoy no insistiré más —concedió el frustrado joven y volvió a acercarse a la muchacha bruscamente —Pero si mañana no hablas, te prometo que haré que Damián te haga sufrir los más crueles castigos —amenazó, acorralando de nuevo a la casi adolescente contra la pared— y créeme que eso le encantará —sonrió al recordar lo cruel que podía llegar a ser su hermano—, y tal vez —el joven dedicó una mirada lasciva al cuerpo de la muchacha—, yo también me divierta un rato contigo —finalizó con un brusco y asqueroso beso en los tiernos labios de la menor.

Adam salió de la habitación decepcionado y molesto por no poder obtener las respuestas que tanto deseaba.

—¿Y cómo te fue? ¿dijo algo? —Su hermano menor lo esperaba en una vieja silla de madera, fumando un cigarrillo frente a una mesa igual de vieja y desgastada.

—No, insiste en no saber nada —contestó molesto el alto joven, mientras tomaba asiento en una silla a juego con la mesa.

—¿Y si de verdad no sabe nada? —preguntó el adolescente a su hermano mayor, cruzando los brazos.

—¿Acaso no confías en papá? Él nos aseguró que era ella —contestó con seriedad el pelirrojo, mientras tomaba un cigarrillo de la cajetilla sobre la mesa.

El más joven le arrojó un encendedor a su hermano y en seguida se puso de pie.

—¡Pero esa niña no está diciendo nada! —Damián soltó con frustración—. Estoy a punto de perder la paciencia. —escupió volteando a ver con rabia, la habitación en dónde la asustada muchacha se encontraba.

—Tranquilízate, apenas llevamos unos días con ella —calmó Adam a su hermano menor —Es demasiado pronto para que hable —dijo el joven con el cigarrillo en la boca.

—Te recuerdo que su familia regresa en tres días, y cuando se den cuenta que ha desaparecido, llamarán a la policía —expresó con preocupación el más joven de los hermanos—. Si no es que ese idiota de Tobak ya se dio cuenta, y tal vez, la policía ya la esté buscando —consideró angustiado.

—Cálmate, hicimos todo bien, nadie se dará cuenta —tranquilizó Adam— Y si la niña no habla...—el joven sonrió a su hermano— dejaré que juegues con ella hasta que lo haga —propuso maliciosamente.

—¿Enserio? —preguntó el pequeño pelirrojo con el rostro iluminado—¿Podré jugar con ella? —exigió con un tono de niño pequeño.

—Siempre y cuando no la mates —concedió Adam a su hermano, mientras liberaba el humo de su boca—. Pero pensándolo bien, deberás dejarme divertirme a mi primero. —analizó el joven—. Seguro estará horrenda y llena de sangre cuando termines con ella ¡Que asco! —un gesto de repulsión apareció en su rostro momentáneamente, provocando la risa de su hermano.

—Eres un aguafiestas —se quejó Damián—. Eso es lo más divertido —expresó con una gran sonrisa.

—Como sea, esperaremos hasta mañana —advirtió el mayor—. Mientras tanto —el joven se agachó para levantar una bolsa de papel que se encontraba debajo de la mesa—, dale esto —ordenó mientras sacaba de la bolsa, una diminuta manta de algodón—. No queremos que se muera de frío, antes de que escupa lo que sabe —dijo lanzando la manta a su hermano y dejando escapar otra pequeña nube de humo.

—Bien —accedió el muchacho.

Damián se dirigió a la habitación donde se encontraba cautiva la asustada jovencita, mientras imaginaba toda clase de retorcidos y sádicos juegos que podía intentar con ella.

La pequeña se encontraba en la misma posición de ovillo en la esquina donde se encontraba encadenada. Sus ojos no podían estar más hinchados por el llanto y su cuerpo no dejaba de estremecerse por el frío de la habitación.

La puerta se abrió bruscamente y la criatura encadenada soltó un corto y doloroso grito.

—Relájate, no vine a hacerte nada...hoy —rió el pelirrojo—. Ten y basta de lloriqueos —ordenó el joven amenazante mientras le arrojaba la pequeña manta—. Te veré mañana —murmuró con una enorme sonrisa y salió de la habitación.

La chiquilla quiso llorar de miedo en ese momento, pero las lágrimas, ya no salían de sus ojos; estaba cansada y su cabeza parecía que iba a explotar del dolor. Tomó la manta, la enrolló y volvió a su posición de feto, esta vez aferrándose a la manta, imaginando estar abrazando a su madre o a su padre, deseando cerrar los ojos y que todo fuera sólo una pesadilla.

Aithaus: El mundo oculto en el espacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora