26. Desaparecidos

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Presente

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Presente

—Aryzard, necesito que rastrees la ubicación del número que te acabo de mandar —dije rápidamente mientras salía apurada de mi oficina.

El hombre tardó unos segundos en reaccionar.

—¿Pasa algo? —preguntó preocupado mientras se ponía de pie y me seguía por los pasillos de la sala de control.

—Solo rastrea ese maldito número ¡ahora! —solté ansiosa a lo que el hombre solo asintió y regresó a su escritorio.

Yo me dirigí con paso veloz hacia la estación pensando en las miles y aterradoras posibilidades respecto a la desaparición de mi hermana.

Conduje a máxima velocidad en mi motocicleta, agradeciendo que ésta desactivaba a su paso todos los sensores de velocidad de las carreteras y autopista.

Antes de llegar siquiera al pueblo dónde vivía mi familia, un bip – bip – bip sonó seguido de una gruesa voz que anunciaba la llamada de Aryzard dentro de mi casco, así que, apretando un botón en el manubrio, contesté.

—Presidenta, no pude encontrar la ubicación —informó apenado mi asistente.

—¿¡Cómo es posible!? —grité indignada.

—Lo lamento Señora, pero el dispositivo parece estar completamente desactivado.

Sin contestar nada colgué y tomé aún más velocidad para llegar lo más pronto posible a la casa de mis padres.

Después de casi treinta eternos minutos de viaje, por fin llegué al pueblo y al entrar a la calle, pude distinguir las luces parpadeantes de carros policiacos estacionados justo frente a la casa en dónde crecí.

Reduje la velocidad y me estacioné unos pocos metros antes de la entrada de la casa, pues las patrullas ocupaban todo el espacio.

En cuanto me bajé y me quité el casco, vi con detenimiento que afuera se hallaban, mi padre, mi hermano, Alexander y también su padre, hablando con tres policías, que parecían estarles dando algunas indicaciones.

Me acerqué deprisa, pero antes de llegar hasta ellos, Alex me vio y se acercó a mí con rapidez.

—Tranquila, tranquila, tu hermana está bien, ella está adentro —dijo señalando hacía la pequeña casa azulada.

Sentí como si mi cuerpo fuera a derrumbarse en cuanto escuché sus palabras.

—¡¿Qué paso?! —indagué intranquila.

El casi rubio posó sus manos en mi hombro intentando calmarme.

—Después de hablar con la policía te lo contaremos todo —prometió mientras una fugaz y suave caricia rosó mi mejilla, al tiempo que su mirada se enfocaba curiosa y momentáneamente en mi cuello—. Por lo pronto, lo mejor será que entres; tanto tu madre como tu hermana están muy alteradas —me aconsejó mirándome esta vez a los ojos.

Aithaus: El mundo oculto en el espacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora