13. Respeto y Temor

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Presente

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Presente

—Presidenta, Skadiyn acaba de llegar a la base del Sector 5 —la voz de Aryzard me sobresaltó después de haber pasado casi veinte minutos en absoluto silencio.

—Bien, gracias por avisar —mi voz sonó completamente apagada— ¿Podrías encargarte por unas horas de supervisar todo el traslado y de los asuntos que se presenten, por favor? Sé muy bien que también debes estar cansado, pero te juro que no te pediría tanto si no fuera necesario —hablé exhausta.

—Por supuesto que sí, pero ¿está todo bien?

—Sólo estoy un poco cansada y abrumada por todo el lío de hoy, me tomaré unas tres horas para dormir y regresaré, para que tú también te puedas ir a descansar —sugerí calmadamente.

—Por mí no te preocupes, sabes que puedo estar con energía alta las treinta y seis horas del día y hasta más, pero tú te escuchas realmente cansada —tranquilizó la voz al otro lado del oscuro vidrio de mi oficina—. Deberías ir a tomar un verdadero y largo descanso, me preocupa tu salud.

—Sólo necesito un par de horas para recuperarme —aseguré— Acabo de regresar de unas minivacaciones ¿no recuerdas? —hice todo el esfuerzo posible por sonar más enérgica.

—Lo que recuerdo es que antes que tu asistente, soy tu amigo y antes que tu amigo, soy tu...

—Lo sé, lo sé —interrumpí antes de que comenzara con un sermón—, y agradezco que te preocupes por mí, así que iré a dormir las horas que mi cuerpo pida ¿feliz? —por más que me esforzaba, mi voz aún era apagada.

—Lo estaré cuando te vea descansada y relajada.

—Está bien, me voy —corté la comunicación rápidamente, antes de que la conversación se alargara innecesariamente.

Apagué mi unidad, me puse de pie calmadamente y me dirigí a la puerta secundaría para evitar toparme con Torger.

Todo mi cuerpo se sintió pesado, mis piernas se volvieron lentas y estaba extremadamente somnolienta. Caminé lo más rápido que mis débiles piernas daban por el enorme pasillo, que como siempre, se encontraba repleto de soldados.

Después de lo que sentí como una eternidad, por fin llegué a la zona privada en dónde se ubicaba mi estancia, coloqué mi muñeca en el pequeño aparato de acceso y una vez dentro de los estrechos pasillos, me recargué en una de las paredes, pues sentía que no podía dar un paso más.

Después de reposar unos segundos, retomé mi camino lenta y torpemente por algunos minutos más.

Mareada y desequilibrada, llegué a mi estancia. Entré deseando llegar a mi cama de un solo paso, pero unas nauseas infernales me dirigieron al baño rápidamente. Abrí de golpe la puerta en donde estaba el extraño inodoro y sin aguantarlo más, mi estomago arrojó la poca comida que se encontraba en él.

Aithaus: El mundo oculto en el espacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora