Capitulo 8

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Toqué la puerta del sótano de Oscar. Esta vez sí que estaba cerrada con seguro. Seguí tocándola un par de veces sin conseguir que el infeliz me abriera. Ya estaba comenzando a desesperarme y pensaba seriamente si mejor me iba a mi casa, o derribaba la puerta de una patada.

Cuando estaba por decidir, al fin se abrió la puerta, y vi a Oscar un poco alterado.

—¡Me lleva el carajo contigo! Hasta que por fin te apareces ¿Dónde carajo estabas?

—Hey, tranquilo amigo, tampoco es que me haya desaparecido por una semana —le dije extendiéndole mis brazos, ya que comenzaba a invadir mi espacio personal.

—Se suponía que tenías que regresar anoche. Estuve todo el jodido día preocupado, pensando una y mil cosas.

—Awww ¿Te preocupaste por mí? —dije en tono burlón

—Me preocupe que la policía te haya podido atrapar, y hayas ido de soplón, o que hayas perdido el dinero o cualquier cosa.

—Relájate dramático ¿Si? Simplemente me fui a mi casa. Ya era muy de noche y ni de chiste volvería hasta tu casa; no se ve muy amigable el vecindario. Además, después de haberme amenazado directamente, obviamente no te hubiera delatado.

—Bueno, bueno, está bien, pero vaya, deberías de avisarme de alguna manera que estas bien. Lo que me está recordando que ni siquiera tengo el número telefónico de tu casa.

—¿Y para que quieres eso? —le dije, algo nervioso.

—Pues obviamente para comunicarnos, cuando te necesite o algo parecido.

—Pero ¿Si sabes que vivo con mi madre, cierto? Ni de broma quiero que ella se entere que estoy metido en estas cosas.

—Si ya sé que vives con tu madre, si ella llegara responder, le digo alguna excusa barata y ya, así de simple, no hay problema.

Comencé a pensarlo seriamente. Casi no utilizaba yo el teléfono de casa, de hecho, a veces se me olvidaba que estaba ahí. Como nunca había sido yo muy sociable, nadie jamás me había pedido el número de mi casa. Y creo que a mi madre se le haría demasiado sospechoso que de la nada comenzara a utilizarlo. Pero, por otro lado, Oscar tenía razón. Por cualquier emergencia necesitábamos estar en contacto.

—Está bien...te lo daré. ¿Tienes algún papel o algo donde anotarlo? —dije finalmente sin muchos ánimos.

—Claro —me dijo, mientras me lo daba para que yo se lo escribiera. Cuando termine, doblo el papel y lo guardo en su bolsillo.

—¿Y bien? ¿No me darás el tuyo o qué?

—Por supuesto que no, solo nos traerían problemas. Yo te llamaré cuando te necesite, relájate, tampoco es como que te voy a estar llamando para preguntarte como te fue en el día.

—Pfff, está bien, como quieras, aquí tienes tu dinero. Se lo quité de su caja registradora del tipo. Se puso un poco agresivo, pero logré controlar la situación —dije, mientras le entregaba el fajo de billetes.

—¡Eso es todo Arthur! Sabía que no eras un imbécil —me felicito, mientras lo tomaba con una sonrisa

—Si bueno, creo que eso era todo. Así que...tengo que ir a comprar un par de cosas, te veré luego... —me despedí, dándome la media vuelta. 

—¡Espera carajo! No te vayas así, apenas llegaste. Además tengo que platicar un par de cosas contigo. Te acompaño, solo deja que me ponga una sudadera.

—¿Y que hay con tu herida?

—Oh eso ya no me duele tanto, vamos no te hagas del rogar —dijo mientras entraba al sótano a buscar su sudadera, mientras yo me quedaba parado esperándolo. No me quedaba de otra, además no me vendría nada mal su compañía.

Crónicas de un criminal. Trabajos sucios a precio barato (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora