Capitulo 27

107 23 29
                                    

—Arthur, despierta, creo que ya se han ido todos. Es hora

Abrí mis ojos lentamente y vi a Chucho desde el asiento del piloto que no paraba de mover mi hombro para que dejara de soñar. Me acomodé en el asiento del coche, terminando de abrir los ojos, mientras veía como Oscar se bajaba del coche y guardaba su arma en su bolsillo. Eso me recordó que yo tenía mi arma al lado mío en mis piernas. Aunque Oscar nos había dicho antes de venir aquí que no iba a ser necesario traerlas; me quedé pensando en si sería una buena idea bajarla conmigo o no. Al final me decidí por la primera opción, para por lo menos sentirme un poco más seguro. Anteriormente había sucedido que decidía no traer el arma conmigo, y minutos después me estaba arrepintiendo. Uno nunca sabe, pero los últimos meses me han enseñado que las cosas se pueden ir al demonio en cuestión de solo segundos.

Nos encontrábamos en las costas más alejadas de la ciudad. Oscar había estado siguiendo la pista de los almacenes de los que hablaba el chico que torturó hasta la muerte. Parece que después de un par de meses al fin lo había encontrado. Como el invierno había caído sobre la ciudad, no me emocionaba nada la idea de allanar un lugar peligroso en una temperatura de tal vez 5 grados o menos; pero la impaciencia de Oscar no tuvo piedad con nosotros. Estuvimos a las afuera del almacén al menos unas tres horas esperando a que el lugar se despejara. Pero no es nada fácil entretenerse mientras estas encerrado tanto tiempo en un automóvil.

Una vez todos estuvimos afuera, revisamos a los alrededores que no hubiera ningún Lirio merodeando por la zona. Parece que todos se habían ido a casa, pero yo dudaba mucho de que se hubieran dado el lujo de dejar el lugar totalmente abandonado. En cuanto Oscar llegó a la enorme puerta de madera, se dio cuenta de que sería inútil intentar entrar por esta, ya que esta contaba con un enorme candado. 

Lo único que se suponía que haríamos era entrar para echar un vistazo sobre qué demonios eran lo que tenían dentro, pero el punto era que ellos nunca supieran que nosotros estuvimos en ese lugar, por lo que romper el candado con unas pinzas no era una opción.

Pensando y mirando un poco a los alrededores, encontré lo que parecía una ventanilla semi-abierta que servía como un ducto de ventilación. No estaba muy alta, de un salto podríamos aferrarnos a la cornisa de esta y subir para escabullirnos dentro de ella. Y eso fue exactamente lo que hicimos. Cuando estuvimos dentro del almacén, la oscuridad reinaba en el lugar. No teníamos ni siquiera la compañía de la luz de la luna, solo unos pequeños rayos que lograban infiltrase por las ventanillas de ventilación más altas.

—¿Alguien trajo una linterna o algo? —pregunté susurrando entre la oscuridad. No hubo respuesta—. ¿En serio? ¿A nadie se le ocurrió la brillante idea de traer una linterna?

—No creí que el lugar estuviera tan oscuro —intentó excusarse Oscar.

—Debe ser una puta broma...

—Yo tengo esto —Mencionó Esaú entre la oscuridad, sacando de su bolsillo su encendedor para que al menos pudiéramos ver por donde pisaban nuestros pies

Con él guiándonos, comenzamos a revisar un poco el sitio para poder orientarnos. El lugar era mucho más grande por dentro que lo que aparentaba por fuera. Había bastantes cajas de madera acomodadas en las diferentes esquinas y lugares del almacén, pero por la poca iluminación no lográbamos ver con claridad de que se trataban.

En un momento dado, después de estar explorando un poco el lugar siguiendo a Esaú y su encendedor, Esaú hizo que todos nos detuviéramos, y señalando con su dedo, nos hizo saber la razón. Había una especie de cabina pequeña con un tipo en una silla profundamente dormido. Probablemente era al guardia que se suponía que debía de estar vigilando el lugar.

Crónicas de un criminal. Trabajos sucios a precio barato (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora