Pasó una semana y media desde que Oscar nos enseñó a utilizar un arma. Los días pasaron... tranquilos, por no decirles aburridos. Oscar nos dijo que nos llamaría para ayudar en poco tiempo, pero no creí que se tardaría tanto. El término llevándose de nuevo todas las armas, ya que ni Chucho, ni Lennon o Esaú quiera tener algo así en sus casas, aunque Oscar se los había pedido. Y como Oscar vió que parecía que no iban a ceder, se las terminó llevando él.
Él ya solía venir a la escuela, pero se la pasaba todo el día con sus amigos. Apuesto que ni siquiera entraba a clases. Se la pasaba jugando fútbol, o en la cafetería. El muy maldito ni siquiera se dignaba en saludarnos, o al menos mirarnos. Cuando pasábamos cerca de él, fingía que no nos conocía. Pero supongo que a nadie llegó a importarle realmente. Esaú seguía sin agradarle del todo, o confiar en él, y Chucho parecía pensar lo mismo. Mientras que a Lennon definitivamente le daba igual, solo se concentraba en las tareas y exámenes de los profesores. Había resultado ser más estudioso de lo que pensé.
A Penny me la encontraba varias veces entre los pasillos. Resultaba muy agradable poder saludarla ahora, y no tener que fingir que no la conocía como antes. Era como haberme quitado un peso de encima. No conversábamos mucho como cuando íbamos en el mismo salón, pero si intercambiábamos un par de palabras. Le encantó que a mí me hubiera gustado la chaqueta que ella me había regalado ya que casi diario la llevaba al colegio. Si ella supiera que era la única que ahora tenía.
Pero tampoco me gustaba quedarme a platicar tanto tiempo con ella. Siempre estaba con Oscar, y cuando yo le dirigía la palabra a ella, el tipo me lanzaba una mirada asesina, cargada de celos que en verdad daba miedo.
Y sobre Astrid... ya llevaba tiempo que no la veía. No había podido llevar su chaqueta a la lavandería porque los muy malditos de los dueños parecían que nunca la abrían. Siempre que iba, estaba cerrada. Y para mi pésima suerte, era la única lavandería de la ciudad que me podía dar el lujo de pagar. Ya estaba comenzando a quedarme sin dinero. Las medicinas que mi madre necesitaba comenzaron a ser más costosas de lo que yo habrá imaginado, así que no podía permitirme gastar dinero de más. Aún tenía que ayudar a pagar las demás cuentas de la casa. Y la chaqueta no era el único problema, si los sujetos de la lavandería no se dignaban en abrirla, mi ropa limpia comenzaría a agotarse, y por más que te esfuerces en mantener la ropa limpia, por más higiénico que seas, una playera que ya ocupaste dos veces para una tercera ya no es factible.
Astrid parece que se la pasa encerrada en su departamento. Ni siquiera la he visto fumar en la azotea como usualmente lo hacía. Si la llego a extrañar, pero, no quiero tocar a su puerta sin tener al menos su chaqueta ya limpia. El jarabe del refresco seguramente ya se había endurecido, y ahora la chaqueta estaba toda pegajosa. De verdad necesitaba que esa estúpida lavandería se dignara a abrir de una vez.
En fin; un día, cuando los cuatro estábamos sentados en la cafetería, Oscar se nos acercó de la nada, y dijo que ya había llegado la hora en la que nos necesitaba. Nos pidió que nos viéramos con él en su casa a eso de las 3 de la tarde. Que fuéramos lo más puntuales posibles y que yo trajera la pistola que tenía escondida en casa. Después se fue con su bola de amigos como si nada. Esaú suspiró frustrado. Era claro que no quiera ir pero tampoco era como si tuviera opción. Ninguno la tenía.
Así que después de las clases Chucho me llevó rápidamente a mi departamento y para mi suerte mi madre no se encontraba en casa. Probablemente había salido a comprar el mandado o algo así. La casa estaba vacía, así que fue bastante sencillo para mi salir y recoger el arma que estaba debajo de mi cama. Unos 20 minutos después ya estábamos todos de nuevo en la entrada del sótano de Oscar. Cuando el abrió la puerta nos invitó a pasar rápidamente.
—Bien Oscar, ya estamos aquí, ¿Qué es lo que quieres? –—empecé a hablar yo, mientras tomaba asiento donde pude.
—Necesito que me acompañen a un par de lugares. Tengo que recoger y entregar un par de cosas, pero no puedo ir solo, o me verán con un blanco fácil para poder robarme —comenzó a hablar Oscar.
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Crónicas de un criminal. Trabajos sucios a precio barato (1)
AcciónArthur es un chico que nunca tuvo el dinero que a él le hubiera gustado. Mudarse a la gran ciudad no fue un buen cambio de aires. Odia su escuela y su madre cada vez empeora más de salud. La chica a la que ama está con otro y el departamento que su...