La fiesta

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Esa noche, Britta con suerte pudo conciliar el sueño. Nunca se había sentido tan ilusionada por alguien que con suerte conocía y que por ende no sabía nada de él. A pesar de todo, ella tenía claro que aquello solo sería una fantasía, ya que Robert, era demasiado mayor.

Por más que trataba de luchar contra el insomnio poco lograba, de un lado hacía otro buscaba la posición perfecta para dormir pero no había caso. Su mente simplemente no quería conciliar el sueño. En cambio no podía evitar pensar en lo que él le había dicho. La había llamado hermosa, sus palabras realmente parecían sinceras. Aunque no podía evitar preguntarse, porqué la había llamado así. Ella no se sentía hermosa. Cada vez que se paraba frente a un espejo trataba de luchar consigo misma. Era una relación de amor y odio. ¿Que había visto él en ella?, se preguntaba una y otra vez, quizás, solo una chica para pasar un buen rato y nada más, pensar eso le dolía. Cristina decía que no había que confiarse mucho en esos que te declaran tanto amor al principio, porque de lo único que están enamorados es del placer. Si por ellos fuera, no gastarían tiempo en nimiedades, pero tienen que hacerlo.

Ahí estaba otra vez, su virginidad dándole vueltas la cabeza. Le parecía absurda, tener que sangrar para gritarle al mundo que ya era mujer, si lo era hace muchos años atrás. El problema no era con quien, si no que la vergüenza de que la vieran con su cuerpo desnudo era más fuerte.

Sabía que pensar en Robert era algo imposible, porque él solo lo decía de modesto que era, no había otra razón. ¿Cómo un hombre tan guapo y mayor se fijaría en ella? Se preguntaba, seguro quiere dominarme, pensaba. Siempre dicen que los hombres mayores, solo quieren de títere a una jovencita.

De la ilusión pasó a sentir miedo, luego angustia y finalmente terminó llorando sobre la almohada, moriría virgen y sin sentir esa pasión de la que tanto hablan.

El llanto la venció y fue así como antes de dormir, rogó silenciosamente, poder sentir amor.

Cristina, ya se encontraba levantada desde hace un buen rato, ya había recogido la loza del desayuno y se preguntaba por qué, Britta, aún no bajaba. Robert, los esperaba a las 12 y ella ni siquiera se había asomado por la escalera, para que hablar de Lucas.

Julián y Simón, habían ido a dar una vuelta por el terreno, mientras Britta parecía estar en su quinto sueño. Así que sin soportarlo más, subió las escaleras para despertarla. Porque si había algo que odiaba Cristina, era llegar tarde a cualquier lugar.

¡¡¡Britta, Britta!!!... gritaba ella desde la puerta pero no había respuesta alguna, así que decidió entrar, claramente Lucas, no esperaba que ella apareciera, comenzando a ladrar como un maldito desquiciado, pero sirvió para que por fin pudiera despertar.

Abriendo los ojos de sopetón se topo con la imagen de Cristina, que estaba apoyada en la entrada de la habitación sin poder entrar. Lucas, ven. Llamando a su perrito para que fuera acostarse con ella en la cama.

– ¿Tu no piensas despertar niña? – pregunto Cristina, por fin entrando a la habitación.

– ¿Qué hora es? Le preguntó.

– Son casi las doce, no me digas que ¿no quieres ir a pasar la tarde donde, Robert? – le preguntó mientras le hacía cariños en su cabello.

Al escuchar su nombre, su corazón comenzó a latir con rapidez pero se calmo.

– Claro, si nos invitaron a todos, es solo que anoche con suerte pude conciliar el sueño – le decía mientras se incorporaba en la cama.

– Ya encontraba raro que no tu hubieras levantado. Con tan buena que eres para madrugar – mientras le acercaba una taza de café – para que te despiertes feliz, te esperamos para irnos todos juntos – agregó.

Aquí conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora